Argentina Plataforma ARCO y sus confines: Entrevista a Inés Katzenstein

Por Renato Fumero

Inés Katzenstein es curadora y crítica de arte. Dirige el Programa de Artistas de la Universidad Torcuato Di Tella, del que es también fundadora. Es la curadora responsable de “Argentina Plataforma ARCO” en la feria ARCOMadrid 2017. 

photo: Ministerio de Cultura de la Nación

¿En qué consiste “Argentina Plataforma ARCO”, el programa que tuviste a tu cargo en esta edición de ARCOMadrid?

La participación de la Argentina es el producto de una invitación especial de ARCOMadrid. Basicamente, le ofrece gratuitamente el espacio a un grupo de galerías para que participen de la feria. Es tan sencillo como eso.

La feria busca que haya una perspectiva definida sobre el contexto nacional invitado que fundamente la selección de las galerías que participan de ésta sección. Para eso, convoca a una persona a realizar la selección; en esta oportunidad la persona seleccionada fui yo.   

En un inicio, dudé si aceptar éste encargo porque me resultaba una responsabilidad complicada pero finalmente la acepté porque me interesaba el desafío curatorial. Claro, es un tipo de trabajo curatorial que tiene límites muy particulares. El resultado final es el producto de una negociación con la realidad; en concreto, con aquello que las galerías del mercado argentino ofrecen.  

Basicamente, lo que hice fue seleccionar doce galerías, cada una de las cuales presenta la obra de uno o dos artistas. Elegí galerías que son relevantes, que tienen peso propio y un perfil definido, con independencia de que sean éstas grandes o chicas, jóvenes o más tradicionales. Trabajé con ellas viendo a qué artistas representan, cuáles me interesaban y, dentro de estos, cuáles podía ser más conveniente mostrar en un contexto como éste.

 

¿Cuáles fueron los criterios que guiaron tu selección de los artistas?

No se trata de una curaduría con un criterio conceptual muy restringido o muy definido. Desde mi punto de vista, no hay lugar para que algo así exista en el contexto de una sección curada dentro una feria de arte.

Hay, sin embargo, dos criterios generales que tuve muy presentes en mi trabajo.

Por un lado, me interesó subrayar la diversidad que existe dentro de la producción del arte contemporáneo argentino. Éste criterio obliga a que el resultado de esa negociación que se establece con la realidad deba ajustarse a una exigencia particular: cómo podemos ofrecer una representación equilibrada del contexto.

Por otro lado, un segundo criterio que me impuse fue no mostrar al canon de artistas que ya se conocen internacionalmente y que, previsiblemente, podrían funcionar fácilmente en un ámbito como éste. Por eso no forman parte de la selección artistas como Pablo Siquier, Jorge Macchi, Guillermo Kuitca o Adrián Villar Rojas. La idea, entonces, era intentar dar visibilidad a otros nombres. De hecho, creo que, salvo por el caso de Alberto Greco, la gran mayoría de los otros artistas seleccionados son bastante desconocidos acá.

Al margen de todo esto, algo que también sucede es que algunos de los artistas que a mí me interesan no tienen galería y que otros no son representados por ninguna galería argentina. En éste segundo caso trabajé con la feria para encontrar una solución porque consideraba que era importante su presencia para complementar la representación del arte argentino, aunque sea desde otras secciones de la feria. Así fue como, por mi sugerencia, ARCOMadrid invitó a artistas como Irene Kopelman, Eduardo Navarro o Tomás Saraceno.

 

¿Cuáles fueron las decisiones que tomaste en relación al diseño y funcionamiento del espacio?

Después de establecer esos criterios generales, de definir aquello que estéticamente quería privilegiar y de seleccionar a los artistas, me di cuenta de que, en el contexto de una feria, todo aquel trabajo podía diluirse dentro la espacialidad relativamente uniforme y autónoma que propone cada stand. 

La intención, entonces, fue buscar una solución un poco más ambiciosa, en donde todas las diferentes propuestas estuvieran articuladas espacialmente de alguna manera. Convoqué para eso a Mariano Clusellas, un gran arquitecto argentino que ya había colaborado conmigo en la exposición de Marcelo Pombo. Juntos definimos un diseño en el que hay dos operaciones fundamentales.

La primera son los pasillos que interconectan a las galerías y que, de alguna manera, permiten tener la experiencia de una especie de comunidad. La segunda, una pared que cierra un tercio del frente de los stands, idéntica en todos los casos, donde siempre se exhibe una obra; como para acentuar la idea del corredor argentino.

Por otro lado, yo elegí cada una de las obras de los artistas de ésta sección de la feria. Y hay, asimismo, un trabajo en la articulación espacial de los dos artistas que cada galería exhibe dentro de su stand.

Es un trabajo en varios niveles, muy detallista y que seguí muy de cerca. Tengo que reconocer, en este sentido, que los galeristas fueron muy generosos y que me dejaron trabajar con total libertad. 

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¿Qué imagen del arte contemporáneo argentino ofrece el conjunto de actividades y exhibiciones que tienen lugar en ARCOMadrid?

Antes que nada, creo que es muy importante que se haya intentado hacer una presentación de una escena artística que, para la mirada externa no especializada, estaba absolutamente desdibujada. El arte contemporáneo argentino no tuvo hasta ahora, a diferencia de otros países latinoamericanos, ese  momento de visibilidad que puede venir apuntalado por diferentes cosas, ya sea el mercado, la curaduría o las circunstancias socioeconómicas. Entonces, en líneas generales, me parece que ésta es una posibilidad de que eso ocurra. Es, al menos, un esbozo de momento de visibilidad que, en sí mismo, como propuesta o hipótesis me parece que tiene muchas cosas interesantes.

Yo siento mucha afinidad con las personas que están detrás de las diferentes actividades que incluye esta feria; Sonia Becce, Graciela Speranza o Mariano Mayer. Me parece que todos estamos trabajando en una misma dirección y me hace muy feliz que eso ocurra. A pesar de las críticas, que las hay, es toda gente que trabaja con mucha generosidad y con mucha honestidad intelectual. Eso me resulta único.

Por otro lado, no es sencillo dilucidar cómo lo ve efectivamente el público español o internacional que se acerca. Es difícil de evaluarlo ahora mismo. Al mismo tiempo, no creo que nadie vaya a ver la totalidad de lo que se está exhibiendo y presentando en estos días, que es realmente mucho.

 

¿Cuál es el andamiaje institucional que está por detrás de todo este despliegue de actividades? 

Es curioso. Efectivamente, existe una infraestructura completamente institucional por detrás; en concreto, ArteBA y el Ministerio de Cultura de la Nación. Pero se trata de una infraestructura fuertemente definida por individuos concretos. En otras palabras, en el caso argentino, las personas tienen un protagonismo notable frente a las instituciones. Es algo que nunca deja de asombrarme y que no debería perderse de vista.

O sea, hay ciertas instituciones detrás de todo lo que está ocurriendo, pero los grandes catalizadores que han apuntalado todo este proceso son individuos particulares, movidos por su optimismo y confianza en la cultura argentina; por subrayar un caso, Julia Converti, de ArteBA.  Sin estas personas nada de todo esto podría haber ocurrido. 

 

Así presentada, toda la fortaleza de ésta alianza institucional parece apoyarse en condiciones muy frágiles. Desplazadas unas pocas personas, todo puede desmoronarse.    

Sí, absolutamente. Es así. No es un campo profesional articulado a partir de estándares duraderos. Es un campo muy dislocado y, entonces, es difícil la sustentabilidad de los proyectos. 

Me parece que el de las artes visuales, en particular, es un campo con mucha debilidad institucional. Muchas veces se imagina lo contrario. Hay quienes suponen que es un sistema que está muy cerca del dinero y de los poderosos porque, efectivamente, algunos de ellos compran arte.

Sin embargo, yo siento que el espacio del arte es siempre intrínsecamente frágil. En Argentina, en particular, tiene una vulnerabilidad total y constitutiva. En cualquier momento se puede vaciar de sentido y, entonces, todo se tira al tacho.

 

Pensando en los artistas, ¿qué se puede esperar o desear que pase después de ARCOMadrid?

En el caso de los artistas la respuesta es muy clara. El único interés que tiene esto es que funcione como una vidriera para que los artistas tiendan redes con profesionales del campo del arte y colegas de otros lugares. Es importantísimo que pase eso.

Esta es una apuesta y ojalá que dé resultados. Pero a ciencia cierta no sé lo que va a ocurrir. Hay que entender que el público español e internacional tiene criterios y valores distintos a los nuestros. Lo que a nosotros nos parece fantástico, quizás a ellos no. 

Personalmente, estuve atenta a este problema en cada uno de los stands de la sección que curé. Traté de evitar malentendidos eligiendo determinadas obras y no otras. Es algo difícil y, seguramente, no es infalible. Pero el desafío de compartir el arte que hace de la escena argentina un contexto tan particularmente interesante para vivir y trabajar, es lo que me movió en este proyecto.