Faustino Aizkorbe

Nuevo escultor de la escuela vasca

Por Oteiza, Jorge
 
Está aquí­. ¿De dónde viene, adónde va? ¿Qué quiere? Es Faustino Aizkorbe, escultor navarro, muy joven (1948), las manos altas como sorprendidas en el aire, la luz de sus ojos que le amanece la cara, tratando de lo que comienza a hacer, de lo que pretende.
Faustino Aizkorbe
Está aquí­. ¿De dónde viene, adónde va? ¿Qué quiere? Es Faustino Aizkorbe, escultor navarro, muy joven (1948), las manos altas como sorprendidas en el aire, la luz de sus ojos que le amanece la cara, tratando de lo que comienza a hacer, de lo que pretende. Cuando me lo explica sé que aún no lo sabe. Me pide unas lí­neas, quisiera ayudarle (de dónde hablo), ¿qué le digo?) Le digo ongietorri, vienes bien, cada momento puede ser el mejor pero éste es el más difí­cil y de mayor sacrificio para el escultor vasco. Con tu nueva generación estás obligado a un balance y revisión de lo hecho por tus generaciones anteriores y a un replanteamiento y puesta en hora de nuestros propósitos. Nuestro paí­s culturalmente enfermo, pero con enorme preocupación hoy por sus errores y debilidad culpables, nos exige un arte de orientación y recuperación definitivas, de conclusiones a disponer para nuestra vida en una reparación urgente y popular de nuestra conciencia vasca.
Escultura en madera, mucha madera, su pensamiento y su trabajo se identifican con la madera. También prismas de hierro de masa dominante o de dominios abiertos, como juego de combinaciones con módulos industriales, todo esto en formatos muy pequeños, pero dejamos estos hierros. También pintura, en grandes telas, y vamos a prescindir también de su pintura, pero ha sido su primera actividad creadora y nos va a servir para introducirnos en el sistema espontáneo y personal de su operar como escultor. Pinta al propio tiempo que descubre el espacio de la tela. Para Aizkorbe no existe la tela como limitación fí­sica en dos dimensiones, es ventana abierta a un paisaje sin luz, noche vací­a en la que flotan pequeños cuadrados y rectángulos que por el grado de iluminación dan la sensación de que se acercan, se alejan, se mueven (Faustino me dice que son losas que se levantan de paisaje). Son paisajes de llamas encerradas en débiles y flotantes lámparas. Flotantes embalses de color en la noche de la tela. Pienso en el suprematismo de Malevich hace 60 años, Faustino no conoce a Malevich. Quiere la sensación de que las formas floten, se expandan, converjan, que se iluminen, que se apaguen, que estallen. Y lo quiere (es ya el escultor que quiere) en un espacio real. El Nuevo escultor Navarro, sin saberlo, está enfrentándose con la conversión del suprematismo puro de Malevich en un suprematismo vasco de naturaleza radicalmente otra. Pues el cuadrado Negro sobre blanco (1913) que traduce mí­sticamente la noche interior del gran maestro del suprematismo ruso, en el escultor Aizkorbe va a ser, puede ser (tiene que ser, Faustino, medí­talo bien) este cubo, estos prismas suyos de madera de nuestra propia realidad visual y táctil, visual y en redondo, como objetivo cinegético de una apuesta metafí­sica de aitskolari con la madera de la muerte, con nuestras limitaciones, con nuestro enemigo, con nuestra oscuridad. El mayor peligro que advierto, la tentación de la belleza. En el mecanismo inconsciente del artista, la belleza confunde, desorienta al artista social, lo aleja de las conclusiones de un arte de protección, por la seducción fácil y convencional del modelo lingüí­stico y sus formalismos parásitos de la comunicación.