OSCAR OIWA

Jardinería con Oscar Oiwa

Por Zeitlin, Marilyn A.
OSCAR OIWA

Oscar Oiwa es un artista brasileño de ascendencia japonesa que trabaja actualmente en Nueva York. No es el primer artista que ha registrado en sus obras el impacto de la globalización, pero sí­ es uno de los más consumados, no sólo por su considerable maestrí­a como pintor sino también por la complejidad de su visión de las transformaciones que han tenido lugar como consecuencia de una ambición humana desmedida y desatada. Oiwa reflexiona sobre la aceptación pasiva del cambio y la deformación gradual del medio ambiente, especialmente el de las ciudades, a través de la abigarrada megalópolis construida por el hombre que no remite a ninguna ciudad en particular sino que parece referirse a muchas. No sólo reprocha y acusa. Nos muestra un mundo en el que las culturas se fusionan y algunas dominan y contaminan a las demás. Pinta hermosos cuadros que hacen referencia al choque entre culturas, la degradación del medio ambiente, los barrios pobres deshumanizantes y la violencia que resulta de la fricción y el desgaste.
Oiwa nació y creció en San Pablo, vivió en Tokio y Londres, y actualmente reside en los Estados Unidos. Se formó como arquitecto. Su obra pictórica se nutre de estas experiencias, que se reflejan tanto en su contenido como en la forma de pintar. Las influencias visibles en su obra provienen del arte japonés y del arte occidental bajo una variedad de formas que incluyen a Anselm Kiefer, la filmografí­a de ciencia-ficción, Claude Monet, y hasta un eco de las pinturas de la última época de Philip Guston.
Oiwa trabaja con módulos, utilizando paneles de 227 por 111 centí­metros cada uno. Mientras vivió y trabajó en Japón, utilizó las dimensiones del tatami tradicional: 91 por 182 centí­metros. Pero cuando se estableció en Londres en 1996, tradujo esta idea al inglés adoptando el tamaño de la plancha británica de madera terciada. Alí­nea los paneles borde con borde para realizar pinturas que abarcan de uno a seis paneles. Este sistema no sólo es conveniente para el transporte y almacenamiento de las obras, sino que ofrece las ventajas de la cuadrí­cula, proporcionando un sentido de orden al fondo contra el cual se despliega la visión panorámica y a menudo apocalí­ptica de Oiwa.
La documentación y aun la celebración de la globalización tienen muchos precedentes en el arte. Con sus paneles múltiples y articulados, Oiwa evoca el biombo byobu.de la antigua tradición japonesa y reproduce la composición exuberante, muchas veces sinuosa, y la riqueza de colores que caracterizaba a esa forma de pintura. El artista toma de los biombos y rollos japoneses la perspectiva con múltiples puntos de fuga, un sistema de descripción del espacio similar a la perspectiva isométrica utilizada en arquitectura que permite ver el interior y el exterior simultáneamente. Pero también apela a los recursos compositivos occidentales. Sus espacios similares a túneles, con techos con vigas que parecen medir el espacio, remiten a la obra de Anselm Kiefer. El formato horizontal y la actividad intensa en toda la superficie de las pinturas evocan las obras de Jackson Pollock. Esta frontalidad directa es menos común en la obra de Oiwa que un abordaje espacial que lleva al observador a permanecer suspendido sobre lo que es generalmente un paisaje urbano.
En la obra de Oiwa, la aplicación de la pintura se ha vuelto cada vez más libre. Actualmente, el artista construye el plano pictórico por medio de yuxtaposiciones de signos caligráficos, con un ritmo cada vez más rápido. Con más confianza en sí­ mismo, ha encontrado su propio camino en términos de técnica y creación de las metáforas para lo que quiere significar. Un sentido de pérdida impregna estas pinturas. Si las obras no fuesen tan ostensiblemente bellas, serí­a desesperante contemplarlas.
as pinturas de Oiwa se basan en temas de actualidad. Viviendo en ciudades atestadas, el artista puede ver cómo estos acontecimientos se desarrollan frente a su propia ventana. No obstante, sus temas, así­ como su forma de abordar la pintura, son universales. La imagen del jardí­n, a veces conspicua por su ausencia, domina su obra. Representa tanto una nostalgia de la naturaleza y su pérdida como una metáfora de valores culturales perdurables que flotan sobre la desacralización que acompaña la destrucción de la naturaleza. Sabemos que respirar el aire del mundo urbano de Oiwa es algo que se hace asumiendo un riesgo personal.
White House Garden (Jardí­n de la Casa Blanca), que trata sobre la Guerra en Irak, hace referencia también a la codicia bajo la forma de petróleo rociado en espiral por un regador de jardí­n. Él ve el impulso autodestructivo enraizado en la creatividad humana, los vapores nocivos y también la grandeza de la ambición. Pero esta percepción no eclipsa su habilidad para rescatar la belleza y retratarla a pesar de la crudeza de la realidad actual. Por otra parte, las pinturas de Oiwa no carecen de humor. Aun esta obra, la denuncia más explí­cita de la explotación, lleva el sello de la comedia en su representación de la Casa Blanca como un jardí­n de locuras.
Anticipando las noticias, Oiwa pintó Landscape with Moon (Paisaje con luna), un dí­ptico en el que se ve una ola enorme a punto de romper contra un volcán. La ola y la elevación de tierra forman dos triángulos adyacentes, dos fuerzas de la naturaleza próximas a una inminente colisión. Es una visión de la naturaleza que antecede al jardí­n, una visión de un mundo primordial en sus violentos comienzos. La idea de que la destrucción es un espejo de la creación obviamente se basa en una perspectiva muy amplia que ve todos los detalles del esfuerzo humano como minucias en la dimensión mayor del tiempo. Pero la gran ola de Oiwa demostró ser más que una reflexión sobre las dimensiones del tiempo, la creación y la destrucción, y más que una referencia a la historia del arte. No se trata solamente de una reacción a las noticias, sino también de su preanuncio.
En Pooch (Pichicho), una obra en seis paneles concluida a fines de 2004, Oiwa crea una imagen panorámica de la ciudad oprimida por la extrema profanación ambiental. La guerra y la violencia están apenas implí­citas. Flotando sobre la ciudad está el pichicho del tí­tulo, un perro negro perdido en el torbellino de la impiedad urbana, sus ojos reflejando el blanco como si se tratara de la luz intensa de un reflector policial. Sobre el extremo derecho, un árbol jadeante lucha por sobrevivir a una enredadera -o una serpiente gigante-que se enrosca alrededor de él. Es un Jardí­n del Edén posmoderno donde hasta el árbol del conocimiento es una especie en extinción.
El jardí­n representa a la naturaleza domesticada y dominada para producir para el consumo y deleite del ser humano. En la evolución de la cultura, el sustento basado en la caza y la recolección y más tarde en el pastoreo trashumante, fue suplantado en gran medida por la agricultura. El labrar la tierra hací­a que los pueblos echaran raí­ces en un sitio. La agricultura promueve, o podrí­a o deberí­a promover la paz. Pero los jardines de Oiwa, sofocados por los contaminantes industriales y la densidad demográfica, vaticinan el agotamiento más que la paz.
La densidad demográfica está presente en las pinturas de Oiwa, a pesar de que su obra no incluye figuras. Están implí­citas en la densa ocupación poblacional, por las cuadrí­culas formadas por las ventanas de los rascacielos, por los subproductos del ingenio humano. Y el observador, en su papel de voyeur, incorpora la presencia humana.
Ocasionalmente, la belleza de la ciudad predomina en la visión de Oiwa. En Night Flowers (Flores nocturnas), un nocturno lí­rico, el artista colma el aire con una lluvia de flores magenta que se esparcen lentamente sobre un edificio en cuya entrada un toldo brillante da la bienvenida a los moradores que regresan a sus hogares.
Las pinturas de Oscar Oiwa presentan a la naturaleza como una capa de formas de flores flotantes suspendidas sobre las ciudades. Estas formas -explosiones de color que sugieren crisantemos simplificados, pulsos abstractos de energí­a- parecen tener vida propia. Son pequeñas manifestaciones de optimismo que además de ser esenciales para la supervivencia, tornan la vida tolerable. A veces sugieren la durabilidad de la imaginación en suspenso, e invariablemente, la persistencia de la belleza.

(*) Marilyn A. Zeitlin es directora y curadora principal del Museo de Arte de la Universidad Estatal de Arizona en Tempe, Arizona, EE.UU., ex curadora y vicedirectora del Museo de Arte Contemporáneo de Houston, Texas, así­ como directora ejecutiva del Washington Project for the Arts en Washington, D.C., EE.UU.

Oscar Satio Oiwa nació en San Pablo el 11 de agosto de 1965. Se formó en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de San Pablo. Ha presentado exposiciones individuales en Rí­o de Janeiro y San Pablo (Brasil), Tokio, Yokohama y otras ciudades de Japón, Parí­s y Londres. También ha participado en importantes exposiciones colectivas, bienales y trienales, entre ellas la XXI Bienal de San Pablo (1993); IV Bienal de Escultura de Yokohama (1996), donde se hizo acreedor al Gran Premio; Trienal de Escultura de Osaka (1996 y 1998); ferias arteaméricas, Miami, y ArteBA, Buenos Aires (2004), donde expuso con la Galerí­a Thomas Cohn; Hiroshima Museum of Contemporary Art y Arizona State University Art Museum (2005). Ha sido seleccionado para realizar numerosos proyectos de arte público y su obra ha sido objeto de artí­culos y comentarios en importantes libros de arte y publicaciones especializadas.