OMNIART III

La Gran Diferencia

Por Martínez de Pisón, Javier
OMNIART III
Las ferias de arte y las galerí­as comerciales están siempre preocupadas por las ventas, lo cual es comprensible, ya que el mercado del arte es tan extraño como volátil y las modas estéticas cambian con frecuencia. Pero esta preocupación comercial impone a su vez una serie de lí­mites a lo expuesto, tanto en el tema a tratar como en el espacio en el que se presentan. Así­, las obras tienen que gustar a un cierto público, lo cual se traduce en muchos casos en una restricción a la libertad creativa, subordinada entonces a las ideas del galerista o los coleccionistas más que dependiendo del artista en sí­. Y el espacio —sea una galerí­a o un recinto ferial— impone por su parte otras dos grandes restricciones: la familiaridad, en el caso de la galerí­a, y la uniformidad del lugar en el de las ferias, las cuales condicionan no sólo la forma de exponer la obra sino también el impacto de la misma en el espectador.
El gran acierto de OmniArt III, la muestra alternativa paralela a Art Basel Miami Beach, reside precisamente en obviar el interés comercial y dejar que los artistas se manifiesten a su manera, sin ningún tipo de lí­mite. Una de las comisarias de la feria, Carol Damian, explica que tanto ella como las otras dos comisarias, Tina Spiro y Julia Herzberg, les dieron a los artistas las llaves de los almacenes donde se presentó la muestra para que hicieran lo que quisieran. Esa libertad creativa, unida al seductor entorno marginal de los galpones industriales en los que fue colocada, ha permitido una experimentación artí­stica raramente posible, que deberí­a ser un ejemplo a seguir.
Quizá por ello en OmniArt III se vio el arte más interesante de Miami durante el mes de diciembre de 2005, que incluyó a una gran diversidad de artistas y obras, entre los que destaco el sensual lirismo en las obras de Helga Griffiths y Kaatrina Kaikkonen, el contundente comentario polí­tico de Billie Grace Lynn, las fotografí­as tridimensionales de Mark Koven, los retorcidos juegos conceptuales de Rubén Torres Llorca, los etéreos juegos de Marí­a Luisa Tadei, las crí­ticas indagaciones sobre arte y genética de Nela Ochoa, y los planteamientos sobre el deseo y la identidad de la mujer en la sociedad de Sandra Bermúdez.
La polí­tica ha sido siempre un tema importante en el arte, desde que Goya iniciara una narrativa pictórica de los fusilamientos de los rebeldes españoles ajusticiados por las tropas de Napoleón un 3 de mayo, hasta el daño inflingido por el bombardeo de la aviación alemana sobre el pueblo de Guernica pintado por Picasso. Sin embargo, durante las sucesivas ferias de arte celebradas recientemente en Miami, la obra conceptual ha sido protagonista, dejando de lado toda crí­tica social y polí­tica, como si tanto artistas como público estuvieran durmiendo una plácida siesta al margen de la realidad. Lo cual es extraño si se piensa en sucesos actuales tan significativos como la guerra en Irak o los devastadores efectos del huracán Katrina, que han alterado en gran medida la estabilidad social.
Por eso es de agradecer el trabajo de Billie Grace Lynn, que puso las cosas en su sitio con Bloody Flag, un comentario polí­tico directo para el que usó el sí­mbolo nacional más emblemático: la bandera norteamericana. La artista construyó una bandera de plástico transparente, similar a un flotador, por el interior de cuyas franjas corrí­a un lí­quido similar a sangre en referencia a la guerra en Irak. El acierto de Lynn consiste precisamente en utilizar un sí­mbolo tan manoseado como la bandera para invertir su significado, y en hacerlo además de una manera tan estética como ocurrente.
La finlandesa Kaatrina Kaikkonen por su parte construyó una gran vela blanca llena de pliegues que colgaba del techo. La delicadeza del trabajo y del espacio tridimensional creado invitaban al espectador a caminar por él y despertaban una sensación oní­rica. Era una poesí­a hecha de papel higiénico —material que utilizó para la obra— de una delicadeza sublime.
La alta cascada de pétalos blancos de papel engarzados en hilo de Helga Griffiths colgaba cercana, como un laberinto etéreo en el que perderse lentamente hacia otra dimensión perceptiva. Un poco más allá, los comentarios mordaces de Torres Llorca se acumulaban acechantes, esperando una ví­ctima propicia que se planteara los interrogantes que sus obras despiertan con la ilusa pretensión de jugar una partida que el artista ha ganado de antemano. Un refrigerador lleno de zapatos y un elegante móvil de Magdalena Fernández son también piezas a evocar.
Descripción somera de algunas obras significativas que espero dé una idea del eclecticismo imperante en OmniArt III, que tuvo la osadí­a de combinar estética y profundidad mediante una propuesta tan antigua como innovadora: dar libertad creativa a los artistas. Esa es la gran diferencia entre ésta y otras ferias. Y ésa es mucha diferencia.