LUIS LIZARDO

Silencios de la mirada

Por Sandra Pinardi
Venezuela
 
Hay momentos y elementos de nuestra experiencia que, sin ser excepcionales, se instalan en nosotros - ante nosotros - provocando inquietud, mostrándose a la vez inciertos y seductores.
LUIS LIZARDO

Hay momentos y elementos de nuestra experiencia que, sin ser excepcionales, se instalan en nosotros - ante nosotros - provocando inquietud, mostrándose a la vez inciertos y seductores. Momentos y elementos gracias a los cuales el mundo se convierte en expresión: la densidad transitable de la niebla, la fuerza que adquiere el color en el momento en que la luz del dí­a comienza a desaparecer, la capacidad de un aroma para cambiar los lugares y figuras, o de un sonido para impregnar los sitios con memorias.
Todos son momentos que tienen la peculiaridad de convertir el mundo en un "espacio otro", distinto y misterioso. Tienen la capacidad de elaborar un encuentro -entre nosotros y las cosas- más allá de las palabras, en la plenitud de un ví­nculo sensual que excede el reconocimiento. Todos operan modificando las presencias: la mirada pierde su certeza, se ve obligada a recorrer lo que la ocupa en comunión con todos los sentidos; las figuras pierden la rigidez de sus contornos, los espacios permutan sus dimensiones, las distancias se corporeizan. Entonces entrevemos las formas en el misterio, en el secreto que las constituye, desde el que se hacen ellas también cuerpo y deseo.
Estos momentos que patentizan el misterio y el deseo de las formas, su vitalidad, la variabilidad de su "estar siendo", constituyen el horizonte sobre el que laboran y se elaboran las obras de Luis Lizardo. Un horizonte, un destino imaginario y móvil, que se propone como una región de experimentación plástica a la que pueden pertenecer, por igual, dibujos, pinturas, construcciones en papel, fotografí­as, collages, en tanto que todos, más allá de sus diferencias, indagan y reflexionan sensualmente acerca de los modos en que lo visible se da a la mirada, y acerca de la "austeridad", la inquietud, dureza o perplejidad, de las formas cuando son también cuerpos, de las obras en su ser "cosas", en su estar allí­ presentes, plenas e independientes.
Instantes en los que la obra - estructura, materia, trazo, impresión, color - se presenta contundentemente con una fuerza que no permite escape ni negación. Una "crudeza" visual, la denomina Lizardo, que nos permite entender cómo las formas -y los cuerpos en que ellas encarnan, aun en su transparencia o su fragilidad, imponen sus significaciones, sus sentidos. En efecto, la experiencia plástica de Lizardo se encuentra en ese borde, en esa frontera, en la que las formas y los cuerpos se desprenden, son por sí­ mismos autónomos. Se hacen libres y comienzan a proponer e imponer sus preguntas, se convierten en el decir - en la expresión - de sus í­ntimas vacilaciones.
El trabajo plástico de Lizardo se inició en la pintura y el dibujo, acompañado siempre por ese lugar de ejercicios que es el collage. En la pintura, tanto el color - en sus masas y contrastes, en su concentración - como la pincelada - en su inscripción certera y libre - se hacen naturaleza y paisaje, jardí­n o selva, no sólo por lo que en ellas, a primera vista, se figura, sino especialmente porque esas superficies se encienden en la materia misma que las realiza. Estas pinturas son un paisaje, un pasaje para la mirada: la espesura cromática y las texturas convierten los lienzos en instancias espaciales, les otorgan una profundidad que exige recorrerlos, detenerse en sus inflexiones y quedarse. La referencia vegetal posee una sutileza que se niega a la representación y se reinventa. En los dibujos, la imagen se hace, por el contrario, en y con el trazo de lo mí­nimo, como un pentagrama, es pura potencia de expresión acompasada. Impregnada de cadencia y melodí­a transforma el papel en superficie rí­tmica: sonoridad de las formas desde sus lí­neas.
Tanto las pinturas como los dibujos o collages son imágenes lujuriosas, surgidas en un silencio de la visión, cuando el ojo se detiene, se pierde, y es llamado por el mundo a reencontrar la contextura imprevisible de lo que él expresa: el pétalo es incisión, mancha, es también un punto de fuga que se posa sobre un manto translúcido, un lugar de espesura del que brotan presencias ausentes: vitalidad y misterio de las formas. Cuando abandona la pintura y se dedica a las "construcciones de papel", tanto el horizonte como las preguntas son los mismos: cómo transcribir -o traducir - en una presencia, el enigma de la sensualidad, de la afección, el acertijo de las formas.
Sus obras en papel enfrentan estas preguntas de forma distinta: la imagen se retrae a la superficie que la contiene, se disuelven las distinciones entre materia y forma o entre forma y contenido, la superficie pintada o signada por la lí­nea se hace un cuerpo, una cosa. Son ellas mismas fronteras, a la vez, construcciones de papel y pinturas en el espacio, dibujos volumétricos y registros del hacer que las realiza, enredos y estructuras, opacidad y transparencia. A la manera de la niebla o el ocaso, afirman su materialidad y desde ella exponen su significación, sin referencias ni representaciones, encarnándose, transformando el lugar donde se ubican, inquietando.
Lizardo trabaja y se ocupa con instancias elementales: con la fuerza de las formas en su estar, su devenir y su hacerse presencia, con la simplicidad de los materiales -color y lí­nea, mancha, trozos de papel, nylon, tules - con el espacio en las posibilidades que tiene de convertirse en morada. Gracias a esa esencialidad elabora unas obras en las que se funden -y confunden - las presencias con los fundamentos, las apariencias y las estructuras. Los Enredos o los Mantos rumanos, las Capas, son cuerpos que se imponen a la mirada, interpelándonos, configurándose en significación y sentido a partir de la experiencia con la que nos obligan a responderles.
Una infinidad de puntos negros, o de trozos rasgados de papel, se entrelazan irregularmente construyendo mallas que no son sólo objetos, sino que poseen una suerte de voluntad significante que transforma el espacio que son y en el que se encuentran. Obras de papel, en las que el "hacer" no es un ejercicio artesanal sino un conjuro: un modo de hacer presencia el misterio de las formas. Obras de papel que, a través de cortes, incisiones o entrelazamientos, crecen siguiendo patrones autónomos -propios de cada una- y se desarman y rearman continuamente al interior de esos patrones, como una multiplicidad que se despliega en su unidad y hace imposible que deslindemos esqueleto y piel, soporte y representación, material y significado.
El misterio de las formas está en ese deslinde imposible, en esa instancia expresiva. Esa "crudeza visual", esa potencia que las define como indominables e inaccesibles, donde algo se hace presente sin darse como presencia, perturbando. Un soporte traslúcido desaparece cuando es, a la vez, base y fundamento de algunos pedazos de papel: el soporte se diluye, se convierte en aire, en vací­o, los trozos apoyados en él se hacen textura y se traman entre sí­ sin tocarse, algo se instaura en la mirada que excede lo que se muestra. El misterio de las formas se asoma, entonces, cuando vemos "a través", y el ojo se entrega a un vací­o, a un silencio, en el que las figuras se descubren y se ocultan, como si esos objetos - traslúcidos, entramados, recortados - exhibieran también una presencia que, huidiza, alude, indica, afirma, que hay algo más allá de la apariencia.
Estas obras son un modo de expresar la forma en sus secretos, por ello son fronterizas, se transforman con la luz y el tiempo, se pierden a sí­ mismas y se exponen como una reserva significativa en la inquietud que invocan, en la palabra que despiertan.

Nace en Caracas en 1956. En 1976 culmina los estudios de "Arte Puro" en la Escuela de Artes Cristóbal Rojas de Caracas, y entre 1978-80 realiza estudios de postgrado en Saint Martin School of Arts en Londres. Por más de 20 años ha enseñado en diversas escuelas de arte y talleres en Venezuela. Desde 1980 ha realizado exposiciones individuales en Estados Unidos, Inglaterra, Colombia y Venezuela, siendo la última en la Sala Mendoza, Caracas, en noviembre de 2005. Ha participado en numerosas exposiciones colectivas en Estados Unidos, Inglaterra y distintas ciudades latinoamericanas. Ha sido reconocido con las siguientes distinciones: Premio Michelena, Premio Museo de Arte Contemporáneo, Premio Fundarte; Premio Bolsa de trabajo Braulio Salazar, que representó una residencia en Parí­s y Premio Salón Armando Reverón. Está representado en el Museo de Bellas Artes, Galerí­a de Arte Nacional, Museo Jacobo Borges y Museo de Arte Contemporáneo en Venezuela; Metropolitan Museum of Art, Nueva York, Estados Unidos; Museo de Arte Moderno de Bogotá y Museo de Arte Moderno de Cartagena, Colombia.

Detalles. Fotos: Charlie Riera. Retoque fotográfico: © La Superagencia. *Fotos: Ricardo Gómez-Pérez.