Carlos Ríos

El Interior del Paisaje

Por Toca, Santiago

Cuando uno se cansa, cuando quiere salir de la rutina, del ruido o de la agitación de la ciudad; una de las primeras herramientas para soltar la tensión, es evocar el paisaje.

Carlos Ríos
Cuando uno se cansa, cuando quiere salir de la rutina, del ruido o de la agitación de la ciudad; una de las primeras herramientas para soltar la tensión, es evocar el paisaje. Ya sea por que tiene los medios y el tiempo para escapar de la ciudad y viajar hasta el contacto con la naturaleza, la playa, el sol, los elementos; o bien por que en medio del tráfico ?por ejemplo? cierra los ojos, y realiza ese importante ejercicio de transportarse con la intención a un lugar más sereno y apacible.
El agua avanza con esa mezcla de calma y fuerza, que encontramos en los rí­os de América. En un segundo plano, los manglares se imponen, espesos, formando una cortina de verdor. Más al fondo las palmas se elevan desafiando la gravedad y dibujando formas explosivas con sus hojas, como si se tratara de fuegos artificiales que irrumpen en el cielo. Algunas veces el agua se introduce a la selva, creando un estanque, un pequeño universo de quietud. El cielo, por último, se abre y despeja la vista con sus azules, que a veces se manchan en los anaranjados, rojos y magentas del atardecer. El cí­rculo de la obra se cierra, adquiriendo balance, cuando cielo y selva se reflejan en el agua, creando un paisaje virtual, y dando al cuadro una composición verdaderamente orgánica. Esta puede ser la descripción de una obra caracterí­stica de Carlos Rí­os; pintor cubano, y maestro en la representación del paisaje natural.
Nacido en 1958, Carlos Rí­os creció en medio del habitat de la selva cubana, y de su diálogo con la naturaleza recuerda: ?Ya desde niño tuve la necesidad de retratar el paisaje?. Su educación formal ?debido a la estructura del sistema cubano? lo condujo a la arquitectura, aunque nunca dejó de pintar. Una vez cursados sus estudios superiores, Rí­os comenzó a trabajar en el diseño gráfico y, posteriormente, pasó ocho años entrenándose formalmente en el trabajo académico de las artes. Posteriormente, Carlos Rí­os habrí­a de dar un paso decisivo en su carrera como artista, pues toma una apuesta arriesgada y decide, a finales de 1994, emigrar a la Ciudad de México, y dedicarse exclusivamente a la pintura. Al cabo de algunos años, el mercado mexicano comienza a reconocer su talento y la firma de Rí­os adquiere un renombre entre los coleccionistas mexicanos. Al poco tiempo, el maestro cubano acierta de nueva cuenta en su carrera, al encontrarse con Alfredo Ginocchio, el respetado galerista al frente de Praxis México, que habrí­a de imprimir su energí­a particular a la promoción de la obra del artista. Con esta nueva asociación, la producción de Rí­os se revaloriza en términos de mercado, y sus cuadros comienzan a ser promocionados en los mercados internacionales del arte.
En medio del deslumbre que produce en el espectador del arte contemporáneo el sinfí­n de medios de expresión que surgen dí­a a dí­a, parecerí­a fácil olvidarse que hace no mucho tiempo, el arte se valí­a de un lenguaje preciso para su construcción, y que el dominio de esta técnica constituí­a, de suyo, todo un arte. En este sentido, la pintura de Carlos Rí­os es rica en contenido. El ?andamiaje? que la soporta es complejo y descansa sobre bases sólidas. ?Lo primero en lo que tengo que pensar al construir un cuadro, es la composición ?dice Rí­os ?por que aunque las formas en la naturaleza están dadas, a mi no me gusta hacer una especie de ?fotografí­a? de la naturaleza. Si bien es cierto que retrato el paisaje, hay ciertos elementos dentro de la gramática de la pintura de los que me valgo para crear una composición armónica, a propósito de un paisaje natural. Nuestra percepción se construye mediante los estí­mulos que recibe el ojo, y la manera de procesarlos en nuestro cerebro, asistido por nuestra memoria visual. De esta manera, uno debe de seguir reglas precisas, que se incorporan a mi pintura más de manera intuitiva que deliberada, como la dimensión áurea, o las reglas de perspectiva y proporción.?
El segundo elemento en la construcción de una obra de Rí­os es ?definir la tonalidad cromática; el color, y con ello el estado que habrá de evocar la obra.? Dado que resulta de la combinación del azul y amarillo, el verde, un color obviamente dominante en la pintura de Rí­os, es especialmente difí­cil de manejar. Rí­os no recurre al color ?chillante? ni exagerado para tratar de transmitir una versión turí­stica o caricaturesca-comercial del paisaje de su paí­s. ?Hay una mitificación del color en la pintura latinoamericana?, señala Rí­os al respecto, ?en el trópico, la propia intensidad del sol, hace que los colores no sean muy brillantes. Si bien es cierto que la luminosidad es muy fuerte en el paisaje selvático, lo que hace especialmente difí­cil capturar esa luz, y transmitirla en la pintura?.
En la China del Siglo XIV, el maestro T?ang Hou decí­a a sus aprendices: ?En la pintura del paisaje, se encuentra la esencia de los poderes que definen a la naturaleza... si uno, en sí­ mismo, no posee la gran energí­a y vastedad de la montaña y el valle en la propia mente y el corazón, será imposible que la capture con facilidad en la pintura.? En este sentido, la obra de Carlos Rí­os transmite, con pincel e intención, una búsqueda hacia el interior.