Isabel De Obaldía

Breve Entrevista

Por Bello, Milagros M.
 
Desde muy temprana edad he mantenido la disciplina del dibujo. Me inicié a los 18 años con dibujo, fotografí­a y pequeñas figuras en papier mí¢ché y barro. Luego estudié diseño gráfico y cine, y seguí­a dibujando. Dediqué muchos años a la pintura, pero siempre buscaba nuevas maneras de expresarme, de lograr trascender la tela.
Isabel De Obaldía

MB: Hablame de tu historia como artista y de tus comienzos. ¿Con qué tipo de obra empezaste a crear? ¿Cuáles cambios vitales tuviste?

IDO: Desde muy temprana edad he mantenido la disciplina del dibujo. Me inicié a los 18 años con dibujo, fotografí­a y pequeñas figuras en papier mí¢ché y barro. Luego estudié diseño gráfico y cine, y seguí­a dibujando. Dediqué muchos años a la pintura, pero siempre buscaba nuevas maneras de expresarme, de lograr trascender la tela. Trabajé el grabado, tallado y poco a poco, la escultura.

MB: Entiendo que tu producción reciente se orienta a la tridimensionalidad; son esculturas de figuras humanas con una gran carga dramática implí­cita, las cuales trabajas con vidrio. ¿Cómo llegaste a éstas? ¿Cómo las concebiste?

IDO: Siempre me ha gustado representar la figura humana. De hecho, quien vea mi obra desde sus inicios verá en ella temas y figuras en común. Me gusta el cuerpo del hombre y moldearlo y darle nuevas posibilidades con vidrio. En 1987 tuve mi primera experiencia con el vidrio. Aprendí­ a soplar, tallar y a pintar sobre vidrio. Cada técnica aprendida me llevaba a otra hasta que decidí­ dedicarme más de lleno a la escultura en vidrio. Hay tanto que aprender y que hacer que creo que apenas empiezo mi trabajo. Me gusta trabajar esta materia.

MB: ¿No crees que el vidrio pueda ser perecedero?

IDO: Claro que el vidrio es perecedero ... pero ¿no lo son la tela, el papel, el bronce? En todo caso, muchas instalaciones y obras conceptuales son mucho más frágiles y perecederas. Depende en gran parte de las medidas de conservación y seguridad que tome el propietario de la obra lo que determinará su durabilidad.

MB: ¿Cómo trabajas el vidrio para producir la escultura?

IDO: Hago dibujos previos y preparo moldes y la figura en barro... escojo los materiales y analizo compatibilidad, tiempos de fundición y de fragua. Las técnicas varí­an. Para esta serie en general, sin embargo, he trabajado con moldes dentro de los cuales se funde y mezcla el material. Establezco un proceso que incluye un minucioso programa de tiempos y temperaturas. Cuando la pieza individual ha fraguado y está frí­a, libero el molde, limpio la pieza y empieza el proceso de pulir y, cuando así­ lo decido, de tallar.

MB: ¿Cómo concibes estos seres que habitan tu escultura, de los cuales emana un halo trágico o sublime?

IDO: Como te indiqué anteriormente... simplemente trabajo y es así­ como me expreso. Me gusta la figura del hombre y no me siento a especular intelectualmente sobre si mis figuras son "trágicas" o "sublimes". Interpretarlo es asunto del espectador... o de los crí­ticos. Claramente tengo opiniones sobre cada obra y sobre un conjunto en general pero, al poco tiempo de terminarlas ya no me interesan, pues estoy enfocada en pensar y concretizar mi próxima pieza o proyecto.

MB: ¿Cómo defines tu relación con el arte latinoamericano?

IDO: El arte es universal. No me gustan las limitaciones que implican categorizaciones como "arte latinoamericano" o "arte de vidrio". Soy artista y trabajo desde América Latina ...y mi trabajo debe ser sobre todo mi expresión personal. u

ENTIDADES ONTOLÓGICAS

Las esculturas de Isabel De Obaldí­a son caracteres ideales encarnados en el vidrio; suerte de reordenamientos tridimensionales que pertenecen al orden del Espí­ritu. Su obra apunta a resonancias mas que a realidades. De Obaldí­a representa Seres ontológicos más que materiales. Se gesta en ellos la inmanencia, lo inasible, más que una burda cotidianeidad. Su trabajo no describe ni narra sino que evoca los invisibles que se asientan en el hombre. Sus figuras son entidades poseí­das de fuerzas implosivas. Un aire impasible, sin pretensiones ni desmesuras corpóreas, se desprende de ellos. Prevalece una serena subjetividad y un ?elan? introspectivo.
Son cuerpos juveniles de platónica belleza y de proporciones ideales que rememoran la estatuaria grecolatina. Domina en ellos el equilibrio mesurado y la armoní­a clásica; un ?canon? de proporciones determina su perfecta esbeltez y su majestuosidad calma. Son cuerpos configurados en un naturalismo idealizado, sin imperfecciones fí­sicas, y de una contundente fuerza dionisí­aca. Son entes olí­mpicos,- héroes, dioses o semidioses-, que se imponen, atemporales, en nuestra contemporaneidad. Sin embargo, en el pecho de algunos de éstos se proyectan cabezas de animales heráldicos, -suerte de jaguar o chacal prehispánico-, que funcionan como atributos o poderes. De Obaldí­a entremezcla en su escultura culturas y sí­mbolos de antiguas civilizaciones, y dialoga con lo mí­tico y lo ancestral.
Sin embargo, la artista no termina su búsqueda en el idealismo esteticista grecolatino. Sus cuerpos escultóricos nacen desde sus inicios ya fracturados; su escultura se construye como un ensamble de partes; torsos, brazos, piernas, dispersos y flotantes como piezas de un rompecabezas, están unidos por una estructura de metal. El resultado es un cuerpo fracturado, hecho pedazos, que se ha re-constituido en partes; un cuerpo que ha sido ?rehecho? a partir de sus fragmentos, planteado como suma de las partes más que como una totalidad; un cuerpo metamórfico, en disolución y reconstitución, que se plantea con un sentido más profundo: es un cuerpo crí­tico, un cuerpo en crisis. Tal vez una metáfora de la crí­tica condición humana.
En estas esculturas, algunas partes del cuerpo faltan. Son cuerpos incompletos, en algunos casos sin cabeza, pies o manos. Esto recuerda lo que Marguerite Yourcenar llamó las heridas del tiempo en la Escultura Grecolatina, refiriéndose a las diferentes mutilaciones que presentan las esculturas romanas que sobrevivieron hasta nuestros dí­as. Por ejemplo, la Venus de Milo, la diosa que perdió los brazos en su larga aventura a través de guerras, robos, desplazamientos, y otras vicisitudes. O los desfigurados rostros, sin facciones, de guerreros, mortales y dioses, del Altar de Pérgamo. Aún más impresionantes son las esculturas de Las Horas del tí­mpano del Partenón, donde las tres damas de la muerte, con su cuerpo bellamente cubierto por el drapeado de la época, aparecen sin cabeza. Al igual que estos monumentos, las obras de De Obaldí­a, en su fragmentaria visualidad, aluden al tiempo y sus inexorables heridas.
La elección del vidrio como soporte significa optar por una materia etérea que lleva implí­cita su luminosidad. Pero De Obaldí­a va mas allá y la translúcida estructura del vidrio queda atravesada de manchas y corrosiones. El cuerpo escultórico queda intervenido con un lenguaje neoexpresionista que traduce la laceración de las pieles. Un permanente proceso de mutación parece sucederse en las superficies, acrecentando el sentido apocalí­ptico de estos seres.
Isabel De Obaldí­a crea un conjunto de entidades en intrí­nseco contraste. Por un lado, estos cuerpos proyectan en sus serenas posturas y su proporción perfecta, una calma introspectiva y una sublime belleza ideal. Por otro lado, sus superficies erosionadas son territorios mutantes y en estado lí­mite. Ambas valencias indican la complejidad de la condición humana.