Fundación Klemm: El cuerpo de una colección.

Por Juan Cruz Pedroni | abril 28, 2018

Fundación Klemm, Buenos Aires. Desde marzo de 2018

Fundación Klemm: El cuerpo de una colección.

Con "El banquete telemático", el programa televisivo que comenzó su transmisión en 1994, Federico Klemm no solo alentó la supervivencia del mito del artista genial de una forma tan extraordinariamente tardía como eficaz. Con lucidez también crepuscular, acuñó una metáfora sobre el trabajo de la historia del arte. La imagen de la disciplina que brinda el nombre del programa es involuntariamente sugestiva: una reunión nocturna, con el pretexto de un autor o de un estilo, de objetos que existen en la recíproca lejanía. Sin embargo, las piezas invitadas a los banquetes telemáticos venían en gran parte de una misma procedencia. Con la emisión televisiva, Klemm se constituyó en el anfitrión de su propio conjunto privado; una colección pulsada, como cualquier historia del arte, por el deseo de conjurar la dispersión de las obras.

Renovar el modo de exhibir ese conjunto, alojado desde 1995 en el mítico local que había pertenecido a la galería Bonino, es una tarea sin duda desafiante. Como entendieron  Federico Baeza y Guadalupe Chirotarrab, autores del nuevo guion curatorial, los objetos de la colección Klemm encuentran su propia historicidad en los múltiples soportes discursivos en los que fueron escenificados; el de mayor alcance, sin duda, la pantalla de televisión. Exhibir la colección sin evocar esa escenografía donde la historia del arte era teatralizada significaba a la vez deshistorizar el conjunto y privar a la comunidad de una memoria de los medios de comunicación. De allí el lugar que "El banquete telemático" recobra en distintos niveles, explícitos y subyacentes, del nuevo relato curatorial.

Engastada en el mismo problema de los medios se encuentra la pregunta por el estatuto de la historia del arte tradicional, por la vigencia de su potencial para organizar "el cuerpo de una colección" después de los seísmos culturales que pusieron en crisis su legitimidad. Entre otros papeles, Klemm hizo el epígono de la figura convencional del historiador del arte: un connaisseur que agrega a sus juicios estéticos la gesticulación de su naturaleza infalible. La consecuencia impensada de las performances de Klemm en la televisión fue dejar en evidencia lo que existe de mistificador en los discursos sobre el arte. Para quienes reorganizan su conjunto dieciseís años después de su muerte, la historia del arte entendida como una sucesión épica de estilos queda del otro lado de lo decible.

La alternativa fue una productiva serie de agrupaciones definidas por coordenadas temáticas. Este rediseño de los núcleos no repone tanto el horizonte en el que las piezas fueron coleccionadas como vectores temporales, imágenes de utopías y el pulso vibrante de una actualidad. Al fin y al cabo, mostrar una colección en cuanto tal es exhibir un artefacto narrativo que proyecta futuros e inventa pasados y que manipula temporalmente los objetos con los que trabaja. En el medio de una dispersión bien pautada, la presencia de Klemm se repone de forma prismática en las primeras cuatro unidades temáticas con la inclusión de diferentes retratos. La incorporación de obras adquiridas a través de sucesivas ediciones del premio Klemm diversifica las voces y abre el lugar para conversaciones improbables entre obras y artistas ya canónicos con otros de menor antigüedad en el canon local. De ese modo, el nuevo relato cuenta desde un cuerpo y desde un corpus singular la tormenta de temporalidades que supone una colección.