JUAN IRIBARREN: SCALAMANDRE-PFIZER - FOTOGRAFÍAS, PINTURAS E IMÁGENES IMPRESAS

Por Sandra Pinardi | julio 14, 2020

La última exposición de Juan Iribarren Scalamandre-Pfizer, que tuvo lugar en la Galería Carmen Araujo Arte en Caracas, fue un “ensayo visual”, un trabajo que reunió distintos “medios” y “modos” de producción de imágenes, y se concretó como un ejercicio (y también un juego) de conexiones: avecinamientos y alejamientos, confluencias y dispersiones. Un “ensayo visual” que, por una parte, logra sintetizar en un “acontecimiento” gran parte de los intereses pictóricos del artista, y por la otra, narrar un tránsito, una mudanza.

JUAN IRIBARREN: SCALAMANDRE-PFIZER - FOTOGRAFÍAS, PINTURAS E IMÁGENES IMPRESAS

El “ensayo visual” surge de una vivencia, Juan Iribarren cambió su espacio de taller, dejó uno ubicado en un “edificio de madera que originariamente había albergado una fábrica de telas de tapicería y papel tapiz: Scalamandre” y se trasladó a uno en “un edificio industrial de arquitectura fatalista convertido en pequeños start-ups y talleres, que antes había sido la sede de un antiguo laboratorio y fábrica de medicamentos: Pfizer”. Este “ensayo visual” describe –y descubre- esa mudanza, y por ello se convierte en un “objeto medial” que la elabora poéticamente. Hay que tener en cuenta que, para Iribarren, el “lugar” en el que trabaja no es simplemente un “emplazamiento” o un “continente” neutro, sino que forma parte activa de sus elaboraciones visuales y pictóricas, en la medida en que su trabajo ha estado siempre vinculado a la exploración del modo cómo la luz, en conjunción con las condiciones ambientales y físicas, incide y transforma los espacios.

En este “ensayo” se describen simbólicamente cada uno de los “espacios”. Las paredes del taller que ocupó durante 14 años se encuentran “registradas” en unas fotografías que capturan las huellas dejadas por su trabajo, haciendo visible su cotidianidad esparcida entre huecos, manchas y clavos, unas paredes habitadas por los restos de su labor sostenida. El nuevo lugar se traduce en unas pequeñas pinturas donde el color se hace estructura geométrica y luminosidad, y se impone a la mirada como “un enfrentamiento entre atmósferas y una vertical debajo de una horizontal: un poste y un dintel”. Se descubre –también- metafóricamente cada uno de ellos: las fotografías del viejo taller dan cuenta de la fuerza de la materia y sus texturas, del poder visual que permite a lo “elemental” mostrarse como abstracción e idealidad, y ponen en evidencia cómo las “figuras” y “formas” se producen desde tonalidades, desde mínimas divergencias de valores y gamas. Las pinturas aparecen como “formulaciones imaginales” que concretan físicamente el fenómeno mismo de la percepción, por ello, en ellas el color se convierte en espacio, se dona simultáneamente como configuración y sensación, haciéndose estructura geométrica. Así se formula un relato que dibuja la temporalidad de los tránsitos (de las mudanzas): el pasado se recupera –o permanece- como huella e inscripción, convirtiéndose en soporte (pared) y adquiriendo una contextura abstracta (ideal); el porvenir (lo que vendrá) se concreta como fenómeno de la imaginación, luz y color, juego libre de trazos y formas.

Scalamandre-Pfizer establece un contrapunto entre fotografías y pinturas, entre ambas descripciones y descubrimientos, que da lugar a un juego de conexiones y distanciamientos. Las fotografías se ubican justamente en el límite, la frontera, entre lo pictórico y lo fotográfico, son unos ejercicios plásticos en los que la imagen se ha desprendido de los ámbitos del registro y se ha hecho figuración subjetiva, apareciendo como una “…composición consciente del plano y de lo plano (…) que hace resaltar lo relativo que pueden ser el tono y el color”. Esta condición pictórica las convierte en unas imágenes evocativas –alusivas- en las que diversos momentos de la historia de la abstracción en la pintura moderna parecieran haberse transmutado en espacio físico. En efecto, algunas “paredes” invocan piezas del suprematismo en el modo cómo los planos interactúan, en otras los huecos y heridas rememoran a Fontana, el conjunto de ellas pareciera evidenciar esa tesis teórica y doctrinaria del arte moderno que vincula intrínsecamente la abstracción con los sustratos visuales de la realidad, con el modo cómo el mundo se hace visible.

Por su parte, las pinturas que componen este “ensayo visual” afirman su presencia estructural, las verticales y horizontales se hacen presencias radicales. Usando el color como elemento dinamizador, Iribarren genera tensiones, altera los planos y líneas, da lugar a unas estructuras geométricas que se imponen como tales aun cuando estén constantemente turbadas por las diversidades ocurridas al interior de los campos cromáticos que las constituyen. Esta apuesta “estructural” implica un pequeño desplazamiento, un viraje, al interior de su indagación pictórica, que ha consistido en interconectar y transformar mutuamente dos situaciones, aparentemente opuestas, de la tradición pictórica moderna: por una parte, las estructuras geométricas y sus juegos compositivos (la tradición abstracta), y por la otra, la presencia de la luz y los diversos efectos que origina (la tradición atmosférica, gestual).

El ejercicio y el juego de avecinamientos y alejamientos, de confluencias y dispersiones se consolida haciendo a la fotografía pictórica y a la pintura fantasmática. En efecto, la fotografía se hace pictórica: la captura de la luz se convierte en materialidad, el carácter figurativo (reproductivo) propio de su imagen se inscribe en huellas, huecos, pequeñas señales y heridas, la mímesis de lo real se presenta como abstracción elaborada geométricamente. La pintura se abre al registro: capturas de luz que se elabora desde juegos cromáticos, figuraciones quiméricas y fantasmales que constituyen espacios definidos estructuralmente, presencias inasibles en las que el “plano” se turba gracias a las yuxtaposiciones y contigüidades cromáticas.

Al inicio decíamos que este ensayo visual: Scalamandre-Pfizer operaba como un acontecimiento que lograba sintetizar esa indagación de Juan Iribarren en torno a la “imagen pictórica” y sus modos de ser y aparecer. El acontecimiento surge porque el “ensayo visual” y la muestra se concretan en una publicación realizada a 4 manos, en conjunto con el diseñador Ricardo Baez. Una publicación particular, que no es un catálogo en el sentido tradicional, sino que se propone como una “tercera imagen”.

La publicación está impresa en un papel reciclado (destinado originalmente a ser utilizado para publicaciones periódicas) que ensucia, que tiene una textura urbana –ordinaria- gracias a lo cual inserta las “obras” en el universo gráfico: a la mano y provisional, destinado al uso inmediato y la reproducción. En este sentido, es una publicación que tiene que ver “más con la estructura y método de producción de su obra más que con la representación formal en sí misma” (describe Ricardo Baez en Comentario al diseño de scalamandre-Pfizer. Hacer CLICK para ver más

En esta publicación las pinturas y las fotografías están impresas en dos formatos distintos (como si fueran dos cuadernillos distintos), sin embargo se unen –aparecen contiguos- manteniendo sus diferencias (paginación numérica y alfabética) para crear contantemente, con el paso de cada hoja, en el recorrido visual, un conjunto de “otra” imágenes conformadas por el encuentro de ambos cuadernillos, imágenes que “gráficas”, que sólo aparecen en el recorrido del impreso, que dan cuerpo a ese juego de avecinamientos y alejamientos, confluencias y dispersiones que es el “ensayo visual”. La publicación es, en sí misma, un ensayo del “ensayo visual”, Ricardo Baez nos dice: “La decisión de adjudicar un tamaño a cada formato de su obra (cada uno codificado con un folio numeral y alfabético) habla de clasificar y separar modos de producción, pero a la vez esta decisión hace que se produzcan imágenes conjuntas entre las dos expresiones (…) una tercera imagen, la cual se produce a través del canal comunicativo del diseño y de su producción gráfica”.

 

Scalamandre-Pfizer, Juan Iribarren (2019) from Carmen AraujoArte on Vimeo.

Scalamandre-Pfizer se ubica en los espacios que median entre las imágenes, que pueden por igual hablarnos de sus distancias y de sus cercanías; espacios fecundos en los que se abren formas diversas de concebir e interpretar la imagen y que, por ello mismo, permiten reinscribir lo pictórico en la escena artística.