Art Basel Miami Beach

Una reseña

Por Bello, Milagros M.
Art Basel Miami Beach

Art Basel Miami Beach 2003 confirma una vez más el poder de la globalización del arte y del intercambio delirante de los mercados del arte. Artistas de todas las nacionalidades, orí­genes y residencia se alternaron en las galerí­as del Convention Center sin importar el paí­s de procedencia. Las fronteras comerciales y los patrimonios de exclusividad parecieron borrarse contundentemente. Estamos en presencia de la verdadera aldea global, interconectados en todos los territorios, sin diferenciación de nacionalidades ni de tendencias. Se han abolido las determinaciones tecnicistas del estilo o de la corriente o del movimiento. El galerista puede seleccionar para su stand un segmento cronológico del arte y combinarlo con dos o tres tendencias contemporáneas, sin ninguna fricción retórica o conceptual. Un autorretrato de Picasso puede combinarse con una escultura de Henri Laurens y una pintura de Jean-Michel Basquiat sin contradicción alguna (Landau Gallery). El mercado global propone el arte, la obra o el artista que sea el más caliente, en términos de su potencial de venta o de su demanda. La meta es acelerar la circulación mundial de las obras, ampliando su consumo y estimulando el nuevo coleccionismo ecléctico, no histórico e internacional.

Art Basel Miami Beach cumplió con su vasto y esperado programa estético. Presentó desde los grandes maestros e insignes consagrados de la Historia del Arte hasta la radical contemporaneidad posmoderna de nuestros dí­as. Entre los grandes, destacó un cuadro de René Magritte La Voix du Sang, 1947, valuado en $3.960.000 (Xavier Hufkens, Bruselas). Vimos igualmente a un poético Paul Delvaux, un Kandinsky dentro de la más pura estética de la Bauhaus y un imponente Calder en Landau Gallery, Montreal. Francis Picabia fue novedad, encontrándose sus cuadros en varias galerí­as. El Pop Americano fue dominante con obras antológicas de Robert Rauschenberg (Jamileh Weber, Zurich) y la serie Marilyn, de Andy Warhol (Aquavella, NY). También hubo profusión de obras de John Chamberlain y Roy Lichstenstein. Fueron exhaustivas las ofertas; el coleccionista tuvo un complejo y satisfactorio menú de selección.

Sin embargo, el efectismo galopante y radical de instalaciones y ensamblajes del arte posmoderno que se vio el año pasado, fue este año, más prudente y recatado. Hubo menos obras apocalí­pticas y más obras incorporables a la casa o residencia del coleccionista. De gran efectismo fueron las obras de Evan Penny (Artcore, Toronto): rostros tridimensionales, elongados e intensos, sumergidos en el pathos y el abismo, hechos a partir de una fotografí­a rellena con material sintético y acabada con pelos de caballo. Causaron impacto también los seres bio-orgánicos y virtuales de Tony Usler (Metro Pictures, Nueva York), que interactuaron con el público. Otro trabajo digno de mencionarse por su banalidad rotunda: dos maletas de viaje abiertas, llenas de bolsas de papas fritas, de Rirkrit Tiravanija en GBE (Modern), Nueva York. Comentario aparte merecen las revulsivas fotos de Paul MacCarthy, alineadas dentro de un revival del abject art y basadas en el hot dog como alegorí­a al excremento humano (Hauser and Wirth, London-Zurich); y Wim Delvoye con fotos a la manera de radiografí­as, de esqueletos haciendo cuni linguis (Artcore, Toronto).

La fotografí­a impuso su absoluta hegemoní­a como el nuevo medio visual de la actualidad y como disciplina de fuerte demanda en el mercado. En grandes formatos, el cybacromo y la fotografí­a digital fueron las técnicas más usadas, con paisajes sociales, urbanos y humanos, de grandes panorámicas y magnitudes antológicas. Destacó la Serie Olivier de Rineke Dijkstra (Marian Goodman Gallery, Nueva York) registrando los cambios existenciales de Olivier en su paso por la milicia. A lo largo de la feria dominaron las fotografí­as del llamado Triunvirato de Dusseldorf: Thomas Gursky, Thomas Struth y Thomas Ruff. Otras figuras claves: Wim Wenders, Frank Thiel, Erwin Wurm, Lyle Ashton, Spencer Tunick, Barbara Kruger y Robert Mapplethorpe.

La riqueza artí­stica de la feria brilló con las magní­ficas obras de Louise Bourgeois, Ives Klein, Lucio Fontana, Joseph Beueys, Vito Acconci, Anish Kapoor, Richard Deacon, Jack Pierson, Ann Hamilton, Philippe Guston, Yayoi Kusama, Moriko Mori, Yoshitomo Nara, Alfredo Garcia-Alix, quienes entre otros, permitieron un verdadero disfrute estético.

El arte moderno latinoamericano estuvo representado por obras capitales. Fueron claves en Mary Ann Martin Gallery, Nueva York, dos magní­ficos autorretratos de Diego Rivera y Frida Kahlo, respectivamente, un lí­rico óleo de Rufino Tamayo, The Astronomer, y un logrado conjunto de dibujos de los muralistas mexicanos, Diego Rivera y Rufino Tamayo. Hubo un costosí­simo y logrado Joaquí­n Torres-Garcí­a, en Osma Gallery (Madrid); un monumental e impecable dibujo a carboncillo de Fernando Botero pleno de emanaciones sensuales (Landau Gallery); un incunable de Diego Rivera, la aristocrática Natasha Gelman, en la Fundación Vergel (México DF).

En Brito Cimino Gallery, San Pablo (una de las mejores), destacó la estelar obra de Nelson Leirner -una memorabilia de la Mona Lisa-, en la ironí­a y la parodia; también Liliana Porter y Ligia Pape fueron excelentes. Nina Menocal (México) con una valiosí­sima muestra: Atelier Morales, investigando los bohí­os cubanos; Aziyadé Ruiz con una escultura miniatura neo-kitsch. Excelentes también: Roberto y Rosario Marquardt, José Bedia, Sergio Vegas, Sandra Ramos, entre otros. En Jacob Karpio (Costa Rica) destacó el gigantesco retrato renacentista de Federico Uribe, construido con lápices de color. Igualmente Priscilla Monge con sus obsesivos pizarrones; otros excelentes: Darí­o Escobar y Fabián Marcaccio. En galerí­a Fortes Vilaca destacó el logrado colgante de Ernesto Neto perfumado de orégano y dos rostros en desconstrucción de Vik Muñiz, entre otros. En André Millan (San Pablo) se vio una gigantesca escultura de Tunga, en forma de cabellera metálica. Impactante. De inmenso empuje también las galerí­as de Brasil: Luisa Strina, D'Amelio Terras y OMR.

En Art Statements (shows individuales) destacaron: la jaula posmoderna de Pedro Reyes (Enrique Guerrero, México); las instalaciones acuáticas de Laura Vinci (Nara Rosler, San Pablo), y la delirante maqueta de Carlos Garaicoa (Lombard-Freid Fine Arts, Nueva York).

Miami fue representada por selectas galerí­as escogidas por el estricto comité organizador: Diana Lowenstein (una de las mejores) con los impactantes videos de Silvia Rivas y de Brí­gida Baltar, respectivamente. También Aitor Ortiz, Milagros de la Torre, entre otros excelentes artistas. Ambrosino Gallery con un delirante grupo cutting edge: Pepe Mar y sus fascinantes peluches artí­sticos, Carol Brown con figurines pictóricos emergidos de su fantástica galerí­a fotográfica. Excelentes también por su rico imaginario mediático: Gavin Perry y Beatriz Monteavaro. En Frederic Snitzer, un grupo de los más prometedores del medio miamense: Naomi Fisher, Hernan Bass, Gean Moreno, Adler Guerrier, Julien Opie, entre otros. En Bernice Steinbaum: luminarias como Duval-Carrié con gigantescos bustos como semidioses de una ceremonia vudú; Elizabeth Cerejido con una contundente secuencia de rostros andróginos que retan la identidad humana. Glexis Novoa con sus imaginarios mapas mnemo-geográficos. Y la instalación de Karen Rifas, de hojas e hilos en la sutil metáfora de lo femenino mí­tico.

El mercado global inserta ya a muchos artistas de América Latina en galerí­as del globo terráqueo: Alexander Apostol (Luis Adelantado, Valencia), con una fotografí­a mural de los ranchos de Caracas con un marcado registro de recuperación del origen; José Antonio Hernández-Diez en Sandra Gering (Nueva York). Otros como Rochelle Costi, Adriana Varejí£o, Fabian Marcaccio, también están perfectamente integrados al mercado mundial, confirmando la pujante fuerza del arte latinoamericano a nivel global.

**Doctorada en Sociologí­a del Arte, crí­tica de arte y curadora residente en Miami.