Ides Kihlen
Cabalgando el Tigre
By
Squirru, Rafael
La distancia más corta entre dos puntos, el alfa y el omega, es el laberinto. Quienes pretenden arribar al propio ser, en forma rectilínea, nunca llegan a tiempo.
Muchas idas y venidas, muchas vueltas y revueltas, ha debido recorrer Ides Kihlen para arribar a su propio lenguaje, que es como decir arribar a su propio ser.
La distancia más corta entre dos puntos, el alfa y el omega, es el laberinto. Quienes pretenden arribar al propio ser, en forma rectilínea, nunca llegan a tiempo. Muchas idas y venidas, muchas vueltas y revueltas, ha debido recorrer Ides Kihlen para arribar a su propio lenguaje, que es como decir arribar a su propio ser. Con ancestros nórdicos, suecos y suizos, Ides pasó su infancia en Puerto Bermejo, en el Chaco, y en la ciudad de Corrientes, por acompañar al padre en sus tareas fabriles. Luego sería el barrio porteño de Belgrano. Desde la niñez, reafirmándose en su adolescencia, se manifestó su afición al dibujo y a lo visual, siempre con un buen oído para la música. Llegarían los años académicos en los que tuvo entre sus maestros a Pio Collivadino y otros notables, hasta llegar al taller de Puig, el gran maestro catalán por cuyas enseñanzas pasaron varias glorias del arte argentino. A ella le quedaría aquello de: "Aprendan a plantar la línea con el pensamiento". Un tozudo recuerdo del Leonardo que sentenció: "L´arte íª cosa mentale". Es verdad que debemos primero aprender a usar las manos para traducir el dominio sobre la naturaleza; lo que importa sin embargo es que el arte es bastante más que eso: hay que plantar la línea con el pensamiento. Y así por todos y cada uno de los estudios por los que pasó la inquietud laberíntica de Kihlen. Se sumaron los nombres de Kemble, Nigro... Para no contar aquellos que le hablaron desde sus obras, como nuestro querido Zalo Fonseca, discípulo dilecto de Torres García. Y qué diremos de Miró, Klee y los precursores de la abstracción, sin olvidar a los famosos del "dripping" que Polock tomó de su maestro mexicano David Alfaro Siqueiros. Hasta aquí acumulación de conocimientos, siempre insuficientes para un alma inquieta, una inteligencia despierta. Ides indaga una y otra vez en su riquísimo subconsciente que a partir de la década de los ochenta la desbordará con su urgencia expresiva. Se suceden de tal modo una ininterrumpida riqueza de trabajos que dan lugar a distintas series; en más de veinte años sumarán por encima de la decena, cada una con fructífera cosecha de obras. Recuerdo aquella en que aparece el número cinco, la del pianito, los barriletes y la serie negra, por nombrar algunas. Ides Kihlen es cada vez más Ides Kihlen. Ya estamos en presencia de una creadora que no es exagerado calificar de genial. Se trata de una artista de nivel mundial, quien convalidó cada etapa desde lo figurativo hasta lo abstracto con el sello de su inconfundible personalidad. Es verdad que sus genes son nórdicos, pero también es verdad que esta tierra le brindó la tensión necesaria para que eclosionara su desbordante talento en toda la riqueza del desborde. Estas latitudes están relegadas en la estimación mundial. Ello no debe escandalizarnos. También estaba relegada Israel en el Imperio Romano, aún cuando se tratase de una de las cunas del espíritu universal. Las pinturas de Ides Kihlen llevan el sello de su génesis europea, pero no a partir de Europa, sino a partir de nuestra Eurolatinoamérica. En ese rico subconsciente se dieron cita las vivencias tempranas a orillas del río Paraguay, de la naturaleza agreste que el hombre aún no ha terminado de domesticar. Es esa tensión entre lo indómito, lo primitivo si se quiere, y la poderosa cultura de occidente, la que juega un rol preponderante en las pinturas de Ides Kihlen. Han sido arrancadas con la fuerza del quebracho y el algarrobo que cautivó a grandes escultores. En Ides fueron las líneas, fueron los colores, todo puesto al servicio de una poderosa imaginación y de una voluntad férrea. Y así la vemos llegar a sus últimos "collages", más joven que nunca, más inventiva que nunca, más sensible, exquisita y más indómita que nunca. Elogiar con tibieza la grandeza de obras maestras se parece al insulto. Espero que no se me acuse de ello, en mi esforzada voluntad por rendir homenaje a las obras imperecederas de Ides Kihlen. |