Betsabeé Romero
Bajo los ojos de la memoria
La artista plástica mexicana Betsabeé Romero se expresa a través de diferentes formas artísticas - pintura, fotografía, collage, serigrafía, escultura - pero su material de predilección es el coche y todos los accesorios que lo constituyen. Desde sus principios, la artista utiliza soportes no convencionales: tejidos, plásticos, esteras trenzadas o tricotadas, porque la pintura es el arte de las galerías, el arte que atrae siempre al mismo público: el de los museos. Entonces para ella, el arte no es un mundo separado que funcionaría a puerta cerrada, porque debe desempeñar un verdadero papel social en la comunidad humana. El artista se hace el testigo y el ojo crítico de la sociedad en la cual vive. A la vez despertadora de las conciencias por sus instalaciones que conmemoran el destino de los emigrantes, y guardiana de la memoria por su trabajo sobre el pasado precolombino, Betsabeé Romero nos presenta sus obras como si fueran espejos para ayudarnos a mirar mejor la realidad. Es por eso que su universo plástico coloca al espectador en una situación de familiaridad asombrosa que tanto refleja nuestro cotidiano y las problemáticas sociales de la sociedad moderna.
Un vocabulario plástico popular y tradicional
El vocabulario estético de Betsabeé Romero es el de la calle y el pueblo, el de una memoria colectiva a la cual cualquier mexicano, del más rico al más pobre, es sensible. Todos los objetos creados o integrados en sus obras plásticas son los símbolos de una cultura nacional: las rosas que adornan el vestido de la Virgen de Guadalupe son pintadas sobre el Ford Victoria expuesto en la Bienal In’Site97, Ayate Car (1997); el famoso carro de Volkswagen apodado « Vocho » es sumergido en una fuente de la Colonia de la Condesa en la instalación Todo lo que brilla no es verde (2007); el barro cocido de Oaxaca grabado por dibujos precolombinos marca el camino de los emigrantes que intentan cruzar la frontera en Memoria atropellada (2001). En estas referencias populares mexicanas reconocibles entre todas se añaden los elementos precolombinos, como supervivencias latentes en la cultura mexicana contemporánea: el petate, la estera trenzada sobre la cual duermen los indígenas, pero la cual sirve también de sudario y que la artista utiliza para denunciar la sociedad de consumo al recubrir un coche expuesto frente a una chatarra de automóvil americana, El Petate justiciero (2001); el tamal es un plato a base de sémola de maíz que se cuece al vapor en sus mismas hojas y que la artista transforma en obra de arte al exponerla en la calle, El que nace para tamal... del cielo caen hojas (2000); la rueda, la del automóvil, es el elemento fundamental de la cultura urbana que la artista remite en la rueda del juego de pelota, Juego de pelota (2000)2. Cada uno de estos elementos es integrado en las creaciones de la artista o constituye el soporte, mezclando rasgos de la cultura popular y de la cultura prehispánica, subrayando las supervivencias de una a la otra, dando a luz el mestizaje fundador de la mexicanidad. La obra es el lugar de una fusión de los estratos temporales, que hacen confrontar las referencias indígenas y los elementos populares urbanos, reflejando al mismo tiempo la profundidad y la diversidad de la cultura nacional. Las creaciones de Betsabeé Romero son como tantos espejos de la sociedad, lo que hace decirle a Osvaldo Sánchez: « lejos de toda intención mística, puede que el tema real de estas obras sea la memoria colectiva.
Arte y memoria
La artista no vacila en sacar de las fuentes de las tradiciones artesanales y populares en sus elecciones plásticas, por lo tanto sus obras son eminentemente modernas, sin duda porque el coche y la cultura automotriz fundan el enfoque de Betsabeé Romero y estructuran el conjunto de sus obras. El colmo de la paradoja es que la artista utiliza el símbolo de una modernidad que piensa en términos de progreso, de avanzada y de velocidad para dar a luz un pasado que no acaba de existir. De hecho, la rueda, por la cual la artista tiene una afinidad, avanza sólo para poner de manifiesto el pasado. Así, en el momento de la Bienal de la Habana en 2004, la artista hace rodar neumáticos grabados con motivos precolombinos, que marcan la ciudad de su huella para recordar la presencia de una cultura antigua oculta pero latente, banal pero omnipresente en el cotidiano. Por otra parte, no es un azar si numerosos títulos de obras se refieren a la memoria: Llanta para pavimiento con memoria III (2001), Recordando el camino hacia El Dorado (2004). La rueda de Betsabeé Romero es totalmente hecha para rodar hacia el pasado, no por gusto del folclórico sino para devolver en la superficie el pasado fundador de la memoria colectiva.
La obra remonta el tiempo, va a contracorriente para revelarnos una Historia concebida, no en su desarrollo lineal, sino sobre un modo cíclico. En esta visión del tiempo cercana de la de Walter Benjamin y del historiador del arte Aby Warburg, los objetos desaparecen, surgen de nuevo, están presentes a flor de piel, como los fantasmas de la Historia. Así va de los motivos precolombinos de la artista que no dejan de reaparecer de una obra a la otra, de una ciudad a la otra, a modo de una obsesión.
Un arte comprometido
En este « acto de resistencia permanente que representa su enfoque artístico, la obra no deja de denunciar la rapidez que preconiza la sociedad moderna, porque esta búsqueda perpetua genera en el hombre el olvido, el de su cultura, de sus raíces y en realidad de su identidad. Es por eso que las creaciones de Betsabeé Romero están en el orden de la conmemoración; se trata de recordar el recuerdo de lo que ya no existe, tanto del lado del pasado como del lado de los hombres. En este sentido, su trabajo es comprometido, particularmente cuando la artista evoca el destino de los emigrantes. Así, la instalación Camposanto (2006), puede ser percibida como un exvoto que conmemora la muerte y a la vez la existencia de individuos que, sin esta obra artística, hubieran quedado desconocidos y sin sepultura. El arte les consagrará entonces una identidad propia y una dignidad. La obra de Betsabeé Romero se revela como un trabajo comprometido, que mezcla las referencias locales con la meta de reflejar los mecanismos de la globalización, para denunciar mejor sus peligros.
Revelar, denunciar, dar a luz, descubrir; este vocabulario de la « revelación » da cuenta del papel social que la artista plástica le atribuye al creador, y explica el recurso de los cristales, los espejos, las gafas, los parabrisas y otros retrovisores adornados de motivos precolombinos, como las fotos y el vídeo realizados en el Vocho de la serie Del otro lado del espejo. Los cristales del Vocho, éste simbolizando el México moderno, son adornados de dibujos florales precolombinos. Mientras que el automóvil da vuelta alrededor del Zócalo, lugar eminentemente simbólico del pasado de la ciudad, el espectador ve el México contemporáneo, según el rasero de su historia indígena y mestiza que le da esta identidad tan particular. Si todos estos accesorios se reflejan en la cultura automotriz, representan sobre todo esta realidad que la artista se encarga de mostrarnos, esta transparencia entre el mundo y nosotros, que Betsabeé Romero quiere instaurar por la mediación de sus obras. Así como lo indica su instalación de lentes tatuados con dibujos de textiles indígenas, Tramo de lo evidente (2006), la artista plástica se propone abrirnos los ojos sobre un presente marcado con el sello del pasado. Su obra nos recuerda que entre la pérdida de referencias causada por un mundo globalizado, una identidad local es tanto ineluctable como necesaria.