Javier Silva-Meinel
La fotografía como pacto emocional
Utilizando la técnica más tradicional de la fotografía y renunciando a cualquier truco efectista, las imágenes del fotógrafo Javier Silva-Meinel (Perú, 1949) logran transmitir una potente energía emocional y estética. Ejemplo elocuente de ello fue la exposición que montó hace pocos meses en la nueva Galería Patricia Ready, en Santiago, la que concitó el interés y el reconocimiento de la crítica, el coleccionismo y el público chileno.
Más allá de su indiscutible virtuosismo técnico, del impecable manejo de la luz y de la limpieza resuelta de sus encuadres, las fotografías de Javier Silva-Meinel nos dejan ver la profunda relación de complicidad que él establece con todo lo que ingresa al visor de su cámara. Eso se confirmó en la reciente exposición que montó en la nueva Galería Patricia Ready, donde mostró 44 fotos análogas en riguroso blanco y negro, opción que ha sostenido durante toda su carrera. Ajeno a la moda y a los alardes tecnológicos, Silva-Meinel paró una muestra que aunque se mantiene dentro de la tradición de la fotografía de autor, es portadora de una energía propia y vigente.
De las imágenes que mostró, 24 correspondían a la serie de retrato de nativos realizados en la sierra y selva peruanas, que ya se han mostrado ampliamente alrededor del mundo. Las otras 20 fotografías eran inéditas y son paisajes captados en Machu Picchu, en los que Silva-Mainel es capaz de sostener la misma mirada emocional que caracteriza sus retratos de personas.
La obra de este fotógrafo se ha desarrollado como una exploración de las raíces que trasciende el enfoque antropológico. Si bien sus imágenes nos entregan una rica información sobre tipos raciales, estilos de vida, mitos, gestos y paisajes, la jugada no apunta a la descripción documental, sino a la reelaboración subjetiva de un mundo visual y cultural. En esta línea, podemos situar, por ejemplo, a las mexicanas Flor Garduño y Graciela Iturbide, quienes, al igual que Silva-Meinel, forman parte del stock de artistas de la galería Throckmorton Fine Art, en Nueva York, uno de los espacios más representativos de la fotografía de autor contemporánea.
Inserto dentro de lo que podría llamarse el “documental subjetivo”, el trabajo de este artista reinstala imágenes y significados que permanecen de algún modo “silenciados” por la cultura occidental contemporánea. Pero, a diferencia del documentalista clásico que “sale” a capturar otras realidades, él realiza viajes hacia el interior. Ese interior son los rincones y las gentes olvidadas de su propio país, es decir, es también su propio interior. Lo suyo ya no es la pasión foránea por lo diferente, sino la urgencia de reconocerse en lo más propio. El sentido del arte como forma de autoconocimiento implica poner el acento sobre el proceso, es decir, entender que más allá del valor estético de la imagen, cada fotografía condensa una larga experiencia de relación y de intercambio entre el autor y los mundos que retrata. “El proceso de mi trabajo es bastante largo. Profundizo en los temas hasta sentir que he logrado desarrollar una mirada personal. Esto me puede tomar muchos meses, incluso años, es un proceso de gradual compenetración con la realidad que aspiro a fotografiar. Por eso voy una y otra vez al lugar, lo que me permite establecer una complicidad con la gente que retrato”, cuenta el artista.
Así, las imágenes de Silva- Meinel no sólo transmiten una realidad externa –un paisaje o unas gentes ubicadas en un tiempo y un lugar determinados—sino que logran traspasarnos esa complicidad. Roland Barthes, en su célebre ensayo “La cámara lúcida”, habla del “punctum”, como un gesto irreductible y rotundo, que nos “punza”, nos toca y nos moviliza, y que para nosotros se convierte en algo así como el alma o el ADN de una imagen. En las fotografías de Silva-Meinel, ese punctum se juega, sin lugar a dudas, en la intersección de las miradas, como un espacio emocional en el cual el fotógrafo mira y al mismo tiempo es mirado.
Una de sus series más significativas es “Piel del Amazonas”, que fue realizada durante varios años en los alrededores de Iquitos, en la selva peruana. Se trata de retratos de personas del lugar, que posan para él como actores de una ficción visual, en la que se incorporan una serie de animales también típicos de la zona, la mayoría peces. Para hacer sus tomas, Silva-Meinel instaló una tela de fondo separando a sus retratados del paisaje y creando un espacio ritual que se sale de la cotidianidad. En este espacio – del arte, como pacto emocional – se realizará el rito de la relación entre el fotógrafo y sus retratados. Sorprende, en estas fotos, cómo los animales y las personas se funden en figuras híbridas, que remiten a seres mitológicos de antigua data. De este modo, los seres son transformados por el juego fotográfico y elevados desde la categoría meramente documental a una categoría simbólica mucho más amplia. A través de su procedimiento, el fotógrafo transforma a esa niña o esa mujer indígena que vive en un remoto rincón de Sudamérica en una figura universal y vigente, capaz de resonar en la imaginación de un observador ubicado en cualquier otro lugar y tiempo.
Más allá de la fotografía como pacto relacional, la obra de Silva- Meinel manifiesta el deseo de transformar y agregar valor a aquello que retrata. Los nativos que aparecen en sus fotos no son la pieza exótica y codificada que se vende a los turistas, sino seres complejos y creativos, que aceptan formar parte de un juego propuesto por el fotógrafo. Son, en el sentido amplio de la palabra, personas que expresan su emocionalidad y su psiquis. Es más, en cierta forma, son también artistas. Ellos no han sido “raptados” por la mirada del fotógrafo, sino que han aceptado participar del juego que este les propone, convirtiéndose en coautores e intérpretes de una ficción visual. Se adivina, en estas imágenes, esta potente relación de complicidad, en la que se mezcla la imaginación, la ternura, la curiosidad y el humor. De hecho, las tomas más brillantes que salieron de estas sesiones fotográficas son producto del cruce entre las ideas del artista, las ocurrencias de los nativos y la intromisión del azar.
Este compromiso es evidente incluso cuando Silva-Meinel se enfrenta al paisaje y nos hace ver un Machu Picchu desconocido, que no sale en las postales. “He retratado Machu Picchu como si fuera un ente vivo, como un Apu, o sea como un lugar sagrado, dueño de una personalidad y carácter, tal como lo veían los antiguos peruanos”, explica el fotógrafo. “Mi relación con Machu Picchu se convirtió casi en humana, por así decirlo. Esto quizá sea algo difícil de comprender para quien no ha estado en esos lugares donde todavía se respira un vínculo ancestral entre el hombre y la naturaleza. Como suele ocurrir en este tipo de relaciones que escapan a la racionalidad occidental, yo sentía que Machu Picchu algunas veces me daba algo y que otras me lo negaba. Así que he hecho ‘pagos’, pues así se llaman las ofrendas a la tierra, costumbre ritual indígena, y he hablado con ella como lo hizo el poeta”.