Adrián Villar Rojas
Kurimanzutto, Ciudad de México
Agregando color y alejándose de la escultura monumental moldeada en barro sin cocer, la más reciente exhibición de Villar Rojas, Los Teatros de Saturno, en la galería Kurimanzutto, si bien gestada sobre los lineamientos centrales de su carrera creativa – la búsqueda efímera de la vida que a menudo emerge de la descomposición, y su enfoque teatral de la producción artística, que aparecen bien intactos – en efecto representa una desviación de su obra anterior.
Con reminiscencias de su reciente exposición Today We Reboot the Planet en la galería Serpentine Sackler de Londres, donde el artista cubrió el espacio del piso con ladrillos traídos de su Argentina natal, Villar cubrió el piso del espacio central de la galería Kurimanzutto con tierra suelta de color pálido, forzando a los espectadores a establecer contacto directo con la intervención del artista en el espacio, transformando al mismo tiempo la pieza artística a través de la interacción y desdibujando los límites entre los objetos de arte, el observador y el ambiente, un tema que recorre la obra previa de Villar Rojas.
Sin embargo, a diferencia de la escultura de un elefante tamaño real presentada en la galería Serpentine Sackler, o de la ballena icónica de My Dead Family, creada para la Bienal del Fin del Mundo en 2009, ambas monumentales y tridimensionales, el artista optó esta vez por generar una instalación más bien de dos dimensiones, con agrupamientos de pequeños objetos-esculturas espaciados a intervalos sobre el piso de tierra, ninguno de ellos a más de 30 centímetros del nivel del suelo.
Puede destacarse que por primera vez en la vida del joven artista, vemos colores brillantes surgiendo de lo que en el pasado había sido una paleta apagada de grises y beiges. La primera sala está salpicada de calabazas y sandías, todos pudriéndose lentamente. Algunas están parcialmente abiertas, y las semillas se han resembrado en los agujeros de unas pocas, por lo que algunos brotes y una pequeña vida vegetal emergen de cráteres mohosos en la superficie de la fruta en descomposición. Otros objetos, tanto orgánicos como inorgánicos, se encuentran enclavados en ciertos lugares – un pequeño huevo de ave, la mitad de una zapatilla de tenis – creando un popurrí de mini-esculturas, cada una surgiendo del estilo de producción teatral de Villar Rojas.
Como destaca la galería, el artista se considera a sí mismo una especie de director de su compañía de asistentes creativos. El título del proyecto se corresponde con esta idea y surge de estudiar grupos de teatro experimentales en Argentina para ver de qué manera el modelo puede trasladarse a la producción artística.
La segunda sala, más espaciosa, de hecho puede ser leída de forma muy similar al guión de una obra de teatro. Los objetos-esculturas se agrupan en pequeñas filas que forman patrones en el piso. Cuando hay mucho público presente, las personas se asemeja a hormigas formando líneas extrañas en un intento por navegar en los espacios entre las esculturas, sintiendo que debería haber una ruta correcta, pero en realidad deambulando por un laberinto y deteniéndose ocasionalmente para analizar si están por pisar algún objeto en su camino.
Por otra parte, la vida nace de muchas fuentes desde el interior de los objetos: hongos y brotes verdes surgen del interior de las esculturas. Manteniendo un paisaje siempre cambiante, un miembro de la compañía acude regularmente a regar las esculturas y ocasionalmente deja caer una o dos nuevas semillas.
En ambos espacios, todos los objetos tienen varios niveles de permanencia. La fruta se pudre rápidamente, las zapatillas se caerán a pedazos y los objetos geométricos moldeados burdamente en yeso eventualmente se desmenuzarán y desaparecerán. Y la vida brota eternamente. La obra transmite una sensación de nostalgia. Que toda vida y todo lo que se experimenta a lo largo de esa vida eventualmente se transformará hasta que nada quede del original excepto el recuerdo.