Luciana Lamothe: Ensayos de abertura
Galería Ruth Benzacar, Buenos Aires. Marzo - Abril 2018
Es un gesto sencillo localizar Ensayos de abertura, la exposición de Luciana Lamothe (1975) en las coordenadas de un retorno al orden que la crítica inclusive ha llegado a celebrar. La belleza de los objetos exhibidos responde a los principios de la estética clásica: primacía del dibujo sobre el colorido, diversidad en lo uno, solvencia inventiva garantizada a través de la variación virtuosa sobre el mismo tema. Al primer golpe de vista es un lugar ameno en el que el gusto puede encontrar solaz a la sombra de contornos melódicos y de una claridad estructural graciosamente complicada.
Las nueve piezas que integran la exposición están hechas de metal, caños de hierro abiertos con diversos procedimientos y sujetados con grampas para andamios en distintas combinaciones. El material está perforado, cortado y retorcido. Los extremos de algunas piezas fueron quemados con soldadora a máxima potencia, una operación que dejó restos de escoria y alambre. Pero esa proliferación centrífuga de irregularidades está compensada por la composición centrípeta, lograda con la distribución de pesos y el uso de las grampas, un contrapunto que mantiene la clausura unitaria de la imagen clásica.
Si consideramos las representaciones de género que gravitan sobre los materiales empleados, la violencia material cifrada en el material roto y el potencial de daño efectivo sobre el cuerpo de los espectadores, se vuelve ostensible que el recurso a cánones formales solamente se procura como un gesto que trasciende la cita para ser casi una mueca de ironía. Los objetos de Lamothe tienen la eficacia estética de un oxímoron y la eficacia política de una táctica, una operación que encubre su potencial crítico con formas inocuas. La tradición, al igual que las posibles resonancias de la escuela escultórica argentina (una Noemí Gerstein o un Norberto Gómez) disponen solamente una mesa de trabajo sobre la que se monta el procedimiento político.
El movimiento provocado en el espectador es fenomenológico: de un momento a otro las apariencias serenas se interrumpen, como si el verdadero contenido hiciera de repente un corte en la buena forma. La corrupción de los límites, la materialidad forzada, la agresión ejercida sobre algo que se espera cerrado y efectivo como una cañería metaforizan en última instancia una escena de violencia ilegal, la crítica a un régimen del discurso y de propiedad. La distancia que provocan las aristas punzantes condensa la paradoja de una imagen que atrae y que repele.
Acaso la violencia vibre en la misma frecuencia que la conmoción por lo bello. Lamothe inocula en la experiencia estética del visitante un horror impreciso en el que comparecen la violación de la propiedad y los límites naturalizados. Ante el material herrumbroso el espectador emprende una búsqueda regresiva de protección en las buenas formas; en una visualidad serena, normativizada. Precisión, orden y gracia encriptan una especie de fósil, un jeroglífico de la violencia social. Celebrados y subvertidos, los valores de la imagen clásica se transforman en la obra de Lamothe en una astucia del pensamiento crítico.