Javier Téllez
Metáforas sobre lo que la sociedad condena al olvido
El arte no reproduce lo visible. Lo hace visible - Paul Klee
Javier Téllez escribió su nombre en la historia del arte contemporáneo de Venezuela cuando trasplantó la atmósfera siniestra de un sanatorio psiquiátrico a los espacios del Museo de Bellas Artes de Caracas. La extracción de la piedra de la locura (1996) fue el manifiesto contra la invisibilidad con el que irrumpió en la escena del arte para cuestionar los cánones de sociedades que subyugan lo diferente.
Nacido en una familia de psiquiatras (ambos discípulos del español Juan José López-Ibor) e intelectuales, este venezolano construye su discurso artístico a partir de memorias de su infancia y de sus visitas al hospital psiquiátrico de Bárbula (Valencia, Venezuela), donde su padre trabajaba. “La verdadera patria del hombre es la infancia”, dice citando a Rainer María Rilke. “Creo que el haber crecido en contacto cotidiano con la enfermedad mental hizo que desde temprana edad mis hermanos y yo cuestionáramos las nociones en torno a lo normal y lo patológico”. En su exilio voluntario en Nueva York vive rodeado de libros como lo hacía en el hogar familiar. Sus padres atesoraron “la biblioteca más importante de Valencia” que sumaba cerca de 20 mil volúmenes. “La lectura extiende la propia experiencia vivida y hace posible la comunicación con otras vidas presentes y pasadas”. En un extremo del estudio en la ciudad de Long Island, una decena de tomos sobre el escritor y cineasta italiano Pier Paolo Pasolini revelan la importancia que él, como Robert Bresson o Jean Rouch, tiene como piedra angular de la obra cinematográfica del artista.
A lo largo de sus 39 años, Javier Téllez ha prestado su voz a quienes están en la sombra para lanzar al aire, en palabras del crítico mexicano Raúl Zamudio, granadas de mano envueltas en terciopelo. “En mi práctica artística espero otorgar ‘visibilidad’ a personas y discursos que son condenados a la invisibilidad dentro del espacio social”.
Esta aproximación profunda al tema de la marginalidad y lo patológico -que rara vez se encuentra en el arte venezolano, según la curadora Gabriela Rangel- es ejemplificada en dos de sus más recientes trabajos: Carta sobre los ciegos para quienes pueden ver (2007), exhibida en la bienal 2008 del Whitney Museum, y Oedipus Marshal (2006), el proyecto final de su residencia en el Aspen Art Museum con el que participa este año en la bienal europea Manifesta 7 (Italia).
Carta sobre los ciegos para aquellos que pueden ver, su pieza más reciente, que toma su título del libro del filófoso Denis Diderot, es un homenaje a su madre, quien –dice- le abrió las puertas de una manera que la teoría no puede producir a ese “mundo oscuro y ancho” que conoció a través de la poesía de John Milton.
En el filme –exhibido también en abril y mayo de este año en la galería Peter Kilchmann de Zurich- hay una inquietud obvia de mostrar otras aproximaciones sensoriales a la realidad. La piscina en desuso de McCarren Park en Brooklyn es el desolado escenario donde el artista elabora su versión en blanco y negro de la parábola india de los ciegos y el elefante.
El creador yuxtapone las imágenes de los seis invidentes con la del mamífero para contar su historia desde el “punto de vista” de los invidentes y producir una tercera imagen. El efecto que ésta crea en el espectador es la base del cine, afirma, “así como también es el principio fundamental de la poesia”. La voz en off de los protagonistas es el elemento crucial para generar esa experiencia táctil y vívida en el espectador, mientras hombre y bestia se enlazan en una comunión que trasciende lo visual. Desde La extracción de la piedra de la locura, Téllez trabaja con modelos (como Bresson llamaba a los actores sin experiencia previa) para lograr que la evidencia de lo real sea más visible. Este recurso, que fue tradición cinematográfica en la Europa de la posguerra, le abre las puertas a una nueva dimensión en la que “el otro” no es representado, sino interviene dentro de su propia representación. “Es imposible separar la ética de la estética cuando se piensa en la representación, pero es nuestra tarea como artistas cuestionar esa representación”.
En Oedipus Marshal, esa relación de colaboración con “el otro” tomó un curso tan inesperado como positivo. Al presentar la propuesta de su obra a los pacientes del Oasis Club House, centro psiquiátrico de Grand Junction (Colorado), todos conocían los westerns en los que Téllez se inspiró y algunos hasta prestaron sus ropas para armar el vestuario, pero sólo uno de ellos hizo preguntas muy especializadas sobre cine. Así, el cineasta encontró a su coguionista, Aaron Shelley, quien luego de estudiar cine en UCLA fue diagnosticado con esquizofrenia. “Él fue el catalizador de todas las ideas para transformarlas en un guión”. La idea del western latía en la mente de Téllez desde sus años de juventud en Venezuela. “Yo crecí viendo películas del oeste”, cuenta. La oportunidad se presentó tras ganar la residencia en el Aspen Art Museum en 2006. La película propone una nueva versión de la tragedia de Sófocles, Edipo Rey, en la que los pacientes usan máscaras del teatro No japonés para representar el mito. “Esta herramienta narrativa unió diversas vertientes en la pieza: la tragedia griega, el oeste como leyenda fundacional de los Estados Unidos y la enfermedad mental”. La catarsis, como explica, se ofrece al final del filme cuando los actores revelan su rostros quitándose las mascaras. Las historias pueden variar, pero el discurso de Téllez se ha preservado homogéneo y unísono a lo largo del tiempo. De esta manera, se le han abierto las puertas para que museos como la Tate Gallery de Londres –que recientemente adquirió La Pasión de Juana de Arco (2001)- adquieran sus obras, y galerías como Figge von Rosen de Colonia o Arratiabeer de Berlín presenten sus trabajos.
Lo que tienen en común un western como Oedipus Marshal, el hombre bala que traspasa la frontera de Estados Unidos y México en Bala perdida (2005) o las muchas Juana de Arco del hospital Rozelle de Sydney -donde se filmó La Pasión de Juana de Arco (2001)- es su compromiso inequívoco con aquello que la sociedad encapsula y margina.
Bajo su mirada, la ética es una responsabilidad frente a lo que es diferente, porque ser diferente se paga caro en nuestras sociedades, “especialmente cuando ciertos individuos, debido a su condición, no pueden insertarse en el mecanismo de producción y consumo típico del capitalismo”.
A Javier Téllez no le preocupa vivir en ese terreno gris entre lo normal y lo patológico. Esa dualidad le permite ver más allá de los actos cotidianos y así edificar un discurso que habla de heterogeneidad e inclusión, de lo universal y no de lo local, que es la esencia de su imaginación subversiva en la que siempre es posible una tercera vía para que lo social, lo político y lo personal coincidan.
Después de Manifesta 7, hay un largo camino por andar. Por ahora, su tiempo está contado entre un proyecto con la Casa de la Cultura de Berlín, una exposición en Alemania, un trabajo en colaboración con pacientes del hospital municipal José Tiburcio Borda de Buena Aires (Argentina) y un trabajo con Caracas Urban Think Tank, una organización sin fines de lucro que lideran los arquitectos Alfredo Brillembourg y Hubert Klumpner.
“No me interesa la curación del enfermo como intención de la obra”, confiesa. “Lo que es importante es cuestionar la frontera entre la normalidad y la patología; pero es claro”, admite, “que si hay algo que curar, ese algo es, indudablemente, la sociedad”.
Perfil:
Javier Téllez nació en Valencia, Venezuela, en 1969. Egresado de la Escuela de Artes Plásticas Arturo Michelena (Venezuela), se estableció en Nueva York luego de vivir en España y de cosechar éxitos en Venezuela al exponer en espacios como la galería Sotavento –donde presentó su obra por primera vez-, el Museo de Bellas Artes de Caracas y la sala Mendoza. Ha expuesto individualmente y participado en colectivas en México, Colonia, Zurich, Nueva York, Houston, Dublín y Madrid, entre otras locaciones de la escena internacional del arte. Ha participado en las bienales de arte de Venecia, Sydney, Praga, San Pablo, Kwangju, Trento y el Museo Whitney de Nueva York. Fue distinguido como artista residente del Aspen Art Museum en 2006-2007 y del Baltic Art Centre de Suecia en 2007.
Entre sus principales exposiciones individuales se cuentan Carta sobre los ciegos para quienes pueden ver, Galería Peter Kilchmann, Zurich, 2008; Javier Téllez. Oedipus Marshal, Aspen Art Museum y Galería Figge von Rosen, Colonia, 2007; La Batalla de México, Galería Arratiabeer, Berlín, 2005-2006; La Pasión de Juana de Arco (Rozelle Hospital), Galería Peter Kilchmann, Zurich, y The Power Plant Contemporary Art Gallery, Toronto, S-t-e-r-e-o-v-i-e-w, Bronx Museum of the Arts, Bronx, Nueva York, 2004; A Hunger Artist, Museo Carrillo Gil, México, 2002; Alpha 60 (The Mind-Body Problem), White Box, Nueva York, A Hunger Artist, Sala Mendoza, Caracas. 2001; Bedlam, Museo Rufino Tamayo, México, 2000; Bounced, Serge Ziegler Galerie, Zurich. 1999; I am Happy Because Everyone Loves Me, Gasworks Gallery, Londres, 1997; The Ship of Fools, Sala Mendoza, Caracas, 1996; Penalty, Silverstein Gallery, Nueva York; The Cure of Folla, Museo de Bellas Artes, Caracas y Museo Arturo Michelena, Valencia; Jonac 2001 mg, Silverstein Gallery, Nueva York, 1996.
Javier Téllez es representado por la galería Peter Kilchmann de Zurich, Suiza.