El espacio revelador de Focus Latinoamérica en ARCOmadrid 2012
La selección de 23 artistas realizada por los curadores Cauê Alves, Sonia Becce, Patrick Charpenel, Alexia Dumani, Manuela Moscoso y José Ignacio Roca para la segunda edición de “Solo Projects: Focus Latinoamérica” puede funcionar como un mapeo de orientación de prácticas artísticas en el sur del continente.
Se advierten así diversas estrategias de arte político: el abordaje de los silencios de la historia y sus formas sucedáneas -las ausencias o censuras-; de los espacios oscuros de la sociedad y sin embargo capaces de penetrarla y extenderse; los rastreos de zonas urbanas donde la extensión del caos es paralela a la de los abismos sociales; o la representación de esos otros territorios naturales sujetos a la voracidad de la modernización desequilibrada.
En Minimal secret, la chilena Voluspa Jarpa (Isabel Aninat), ganadora del V Premio Illy Sustain Art en ARCOmadrid 2012, trabaja sobre materiales residuales de la historia, y tiende puentes entre diversos legados: aproxima así lo minimalista – la limpidez de formas repetitivas − y lo conceptual − la incorporación de textos manchados por tachones que descorren el velo del silencio sobre un tiempo aciago de la historia de su país. La memoria colectiva es reinstaurada a partir de los signos visibles de la censura: los espacios negativos en los archivos desclasificados por la CIA sobre los 80, durante la dictadura de Pinochet.
En la instalación de hojas negras colgantes, los textos cancelados y sus vacíos correspondientes no sólo muestran las intervenciones realizados por este organismo para proteger su seguridad, sino a cuanto desaparece de la memoria colectiva. Su obra la reinstaura paradójicamente a través de los espacios ausentes en las hojas y, por otra parte, recurre a la reproducción de los textos censurados para fabricar libros que integran una “Biblioteca de la no historia”. Multiplicar las pruebas de lo eliminado tiene el efecto de transformarlo en pregunta reabierta e incisiva.
En Los sellos que nunca viajaron y las aves que nunca volaron, Diango Hernández (Benveniste Contemporary) también trabaja sobre las negaciones. Junto a la instalación inspirada en una oficina de correos con ventanillas alusivas a la intersección entre relaciones de poder y comunicación instaló ampliaciones de cartas sin destinatarios con los sellos navideños decorados con aves que jamás circularon debido a la eliminación oficial de esta celebración en la Cuba revolucionaria. La instalación es un monumento a lo que se retiene, a los espacios simbólicos vedados.
Hay otro tipo de reflexión política en el proyecto de Adriana Bustos (Ignacio Liprendi Arte Contemporáneo) que recurre a la antigua metodología escolar de las cartulinas didácticas para reconstruir las rutas de las mulas (mujeres que transportan la droga) con un collage informativo diacrónico que rastrea datos diversos sobre la explosiva mezcla entre dinero y violencia sin tasa que ha marcado la identidad de varias naciones. Interesa la mirada fragmentaria de la artista, capaz de presentar el crimen bajo una lógica que nivela todo dato dentro de la tácita categoría de “curiosidades”, quizás reflejo de la percepción colectiva. La destrucción adquiere otro matiz en la instalación sin fallas del colombiano Miguel Ángel Rojas (Sicardi): la estética formalmente impecable de un mural hecho con hojas de coca deshidratada, carbón y hojas de oro en papel sobre polietileno que mapea la lucrativa y nefasta extensión del comercio de oro y coca que son “el Nuevo El Dorado”, según el artista, y que alimentan la demanda del primer mundo minando sistemas sociales y ecológicos enteros. El boricua Gamaliel Rodríguez (Espacio Mínimo) incorpora la noción de documentación realista de arquitecturas que son reflejo de la combinación entre lujo particular y un tipo de miedo que obedece al poder. Sus dibujos únicos de casas-refugio construidas en Bayamón por millonarios que temían la amenaza nuclear citan ilustraciones y grabados revisando momentos históricos de modo tal que revela la índole de las ficciones que los provocaron.
La indagación en las tensiones de fenómenos urbanos es común en varios de los artistas. En el video de Jonathan Harker + Donna Conlon (DiabloRosso) los artistas forman una inmensa montaña de plástico con tapas de envases catapultados por dos “jugadores” que compiten en lanzarlas aludiendo a la polución, pero también a la fiebre constructora. El terreno ocupado es justamente el mismo que formó parte de una antigua instalación militar construida por Estados Unidos durante la ocupación del Canal. Urbanización y efectos de procesos socio-económicos de modos de colonización se conjugan en un juego que evoca las convivencias destructoras y en cierto modo inevitables.
Marcela Armas (Arróniz Arte Contemporáneo) exhibió una de sus “máquinas en agonía”, que por una parte muestran el potencial de la energía de generar movimiento, pero por otra parte nos revelan que el gigantesco engranaje de las sociedades urbanas está sustentado en recursos no renovables. El recurso extendido de andar la urbe y reflejar en el tránsito sus contradicciones es aprovechado por el dúo brasileño Dias & Riedweg (Filomena Soares) literalmente: la cámara sigue a un hombre que avanza hacia extramuros con un espejo bajo el brazo. Otro modo de aproximación es el del salvadoreño Adán Vallecillo (80m2 arte&debates) que en Topografía I hace un bello mural abstracto con una material residual: neumáticos usados que transitaron Tegucigalpa y que son, como advierte, “una piel que permite experimentar una serie de tensiones”. En Alambrado/Fence, Lía Chaía también conecta la piel humana y la piel urbana y fabrica con cables magníficas piezas abstractas inspiradas en las cajas de electricidad de calles y casas.
Otro tipo de exploraciones, alimentadas por el pensamiento meta-artístico y la revisitación de las vanguardias abarca desde la interrogación sobre los límites entre oficios, como se advierte en la obra de Jaime Tarazona (Nueveochenta arte contemporáneo), hasta modos de apropiaciones que pueden ir desde el homenaje transformador hasta una suerte de saqueo lleno de ironía. En Tarazona destaca lo conceptual: ideó una oficina de diseño de arquitectura moderna que le permite, a través del rol ficticio del artista-arquitecto, imaginar construcciones. Independientemente de que sean obras inviables y de las trasgresiones a los procedimientos habituales –va de la maqueta a lo bidimensional − interesa su modo de retar las fronteras con la ficción. Hay apropiaciones peculiares en los collages con ilustraciones de obras maestras cosidas de Rosana Schoijett (Zavaleta Lab); en la instalación surrealista de Cecilia Szalkowickz (Alberto Sendrós), que siempre ha jugado con la reproducción mecánica y el collage mental de los legados; o en los relieves de Ester Grinspun (Transversal) que evocan en su forma a Lygia Clark, pero redireccionan su propósito.
Felipe Mujica (Christinger De Mayo) interviene el espacio con instalaciones geométricas que, dado su material, funcionan como arquitecturas “efímeras”. En la instalación de la Máquina de hacer color, de Karina Peisajovich, con discos giratorios, lo esencial es la des-sincronización. La índole de las geometrías de Edgar Cobián (Plataforma Arte Contemporáneo) revela la visión de las generaciones nacidas tras el fin de los grandes relatos: hace motivos florales, casi ornamentos, con los colores típicos del anarcosindicalismo. Aunque en su instalación en Arco, Luciana Lamothe (Ruth Benzacar) no propició ninguna destrucción, encarna la posibilidad de que, agotadas las utopías y vanguardias, sea en el vandalismo donde los artistas exhaustos beban.
Desde otra estrategia, pero con una perspectiva contigua a ese agotamiento, la también argentina Alicia Herrero (Mirta Demare) presentó una instalación-performance meta-artística con una investigación que desmantela los mecanismos de especulación en el mercado del arte y deja en manos del coleccionista que adquiera la pieza, la tarea de continuar una investigación sobre otro modo de fin de la utopía.