PERFIL: Estrellita Brodsky
Reescribir la historia del arte latinoamericano
El nombre de Estrellita Brodsky es ya indisoluble de un tipo de apertura del discurso del arte moderno y contemporáneo hacia una visión más comprehensiva del arte latinoamericano. Una tarea que ella ha emprendido como historiadora de arte y curadora, como asesora de museos, y como coleccionista y filántropa decidida a expandir la presencia de ese campo en los centros donde se configura la percepción mundial del arte.
"En un mundo perfecto –enfatiza- no habría necesidad de tener departamentos de arte latinoamericano, porque éste se encontraría perfectamente integrado". Pero sabe que mientras el conocimiento de la creación del sur sea insuficiente es imperativo expandirlo. La estrategia es reforzar la presencia institucional de especialistas en arte latinoamericano, como cuando –gracias al apoyo que dio a un programa de investigación destinado a hallar mecanismos de visibilidad del arte latinoamericano- el David Rockefeller Center de la Universidad de Harvard, vinculó al historiador de arte colonial, Thomas Cummins; o cuando el Museum of Modern Art de Nueva York, MoMA, aceptó la creación del Estrellita Brodsky Curator of Latin American Art, cargo para el cual fue nombrado Luis Pérez-Oramas. "Desde su posición –dice- ha sido capaz de relacionar específicamente su conocimiento de arte latinoamericano con el campo de otros curadores abriendo ventanas de interconexión".
La ampliación del diálogo cultural incide en la percepción de las obras de artistas contemporáneos latinoamericanos y permite inscribir en la historia del arte universal el aporte de la modernidad que el sur hizo. Esta reescritura del arte implica para Brodsky un riguroso examen de la génesis, naturaleza e implicaciones del arte latinoamericano. Rehuyendo las visiones de la historia del arte en blanco y negro –el peligro de la fácil exaltación o del oscurecimiento- busca el complejo registro de "los grises".
De ese modo aborda la reconstrucción de períodos como aquél al que dedica la tesis doctoral, dirigida por Edward Sullivan, en el Institute of Fine Arts de la Universidad de Nueva York: el París de la posguerra –entre los años 1950 y 1970- donde Jesús Soto y Julio Le Parc coincidieron con un grupo clave de artistas latinoamericanos. Le interesa indagar cuanto afectó sus obras el vivir afuera de sus países, y reconstruir la complejidad de un momento histórico. "No soy crítica; soy historiadora y eso significa tener presente que cada historia tiene un hacedor, alguien que la determina".
Al volver a ese pasadizo que permitió un diálogo entre París y Montevideo, Buenos Aires, o Caracas, Brodsky sospesa el balance entre lo que provenía de sus países de origen y la proyección de obras que aspiraban a un tipo de universalidad que entonces se hacía más posible en esa urbe cosmopolita y ávida de volver a ser un centro cultural. Pero igualmente se pregunta por los prejuicios que esos artistas enfrentaron en sus tránsitos de ida y vuelta al traer una concepción del arte distinta y a menudo criticada.
Ampliar la historia significa incorporar lo excluido en el modo en que el mismo sur ha construido su historia del arte. Supone, por ejemplo, revisitar la polémica posterior a la revolución cubana entre los críticos hispanos que atribuían al arte latinoamericano un compromiso político; y los que disentían de ello. Esa escisión afectó la percepción en el continente de los geométricos abstractos.
También le interesa la revisión de la historia del arte del siglo XX construida desde afuera del continente. Brodsky ha advertido que el eurocentrismo ha sido reemplazado en los Estados Unidos por cierto reduccionismo que lleva a desconocer el carácter simultáneo –y no derivativo- de la relación entre obras norteamericanas como los trabajos en los campos de color de Ellsworth Kelly, y piezas latinoamericanas como las cromosaturaciones de Cruz-Díez. La curaduría que realizó en The Americas Society de Nueva York, de la histórica exhibición Carlos Cruz Diez: (In)formed by Color, rescata ese diálogo único que activó entre lo estético y lo social, entre el espacio público y el cuerpo del espectador.
"La historia se pierde tan rápidamente", le dijo una vez un coleccionista. Combatir ese olvido es lo que le interesa, un territorio lleno de perspectivas diversas, de zonas grises o contradictorias que remiten a la reescritura de capítulos de la historia del arte en el continente donde hay páginas que faltan o han sido deficientemente escritas.
Las influencias modeladoras
Desde niña la asombraba la brecha entre la realidad de las ciudades del sur donde había un mundo moderno tan culto como el de las urbes del norte, y la imagen de barbarie con que se las asociaba. Después de desistir de su deseo de hacerse artista, estudió literatura y asuntos latinoamericanos en el Sarah Lawrence College con el ánimo de contribuir a un mejor entendimiento de la cultura de países como el Uruguay, donde había nacido su madre (era bisnieta del presidente Juan Idiarte Borda), o Venezuela, donde su padre, proveniente de Europa del este, se estableció.
Antes de ingresar al Hunter College, donde hizo su máster en impresionismo, trabajó con Barbara Duncan. Junto a esta historiadora de arte –introductora de Torres-García en Nueva York y temprana coleccionista de Bonevardi, entre otros artistas clave que donaría al Museo Blanton- inició un aprendizaje crucial. Curiosamente, los años que Brodsky dedicó a estudiar la vida y obra de Gustave Caillebotte fueron vitales para la formación de su visión sobre el modo de incidir en el conocimiento del arte latinoamericano. Este impresionista -uno de los menos conocidos- no sólo le asombró por el interés, raro en su época, en la representación de interiores con figuras masculinas; sino por la condición que puso al donar la colección de obras de sus amigos impresionistas al Museo de Luxemburgo (posteriormente Musée d' Orsay): que siempre estuvieran exhibidas. "No basta tener las obras de los latinoamericanos: hay que mostrarlas", dice Brodsky. Caillebotte le permitió comprender la importancia histórica de la interacción entre artistas, coleccionistas y museos, y la posibilidad de reactivarla en beneficio del arte latinoamericano.
En 1998, se vinculó al Museo del Barrio y tuvo la satisfacción de contribuir como co-organizadora a la exhibición Taíno: Pre-Columbian Art and Culture from the Caribbean, que implicaba el redescubrimiento de la génesis del arte en Puerto Rico, Jamaica, Haití, República Dominicana y Cuba. Y, en aras de éste, la disolución de fronteras políticas para recobrar el pasado común en el arte Precolombino. "El arte –asegura- une a la gente, y la exposición a éste nos hace más sensibles, nos humaniza. Por eso creo que es importante ver las obras directamente". Comprender la escasez de recursos con que trabajaba este museo, que hoy tiene un papel clave en la representación de la cultura latinoamericana en los Estados Unidos, la llevó a presidir el consejo asesor y a involucrarse activamente en la recaudación de fondos de la gala anual.
Paralelamente contribuyó a la gran exposición de la colección de arte latinoamericano del MoMA en el Museo del Barrio: "Mostrar a la ciudad lo que estaba almacenado, los tempranos Lygia Clark y Ligia Pape, Oiticica y Goertiz, o Le Parc y Wifredo Lam, fue impresionante: no se había visto de ese modo antes".
Desde su trabajo como investigadora curadora independiente, su labor como asesora del consejo internacional del MoMA y miembro de la Junta de Fondos de Adquisición de Arte Latinoamericano y del Caribe, o en el apoyo a ferias como Pinta, Estrellita Brodsky cumple una misión insustituible: "Abrir el discurso del arte moderno y contemporáneo a una perspectiva del arte latinoamericano que permita no sólo exhibirlo y apreciarlo mundialmente, sino protegerlo como patrimonio continental".