En la famosa historieta del hombre araña de Stan Lee y Steve Ditko, de los 60, sabemos que Peter (el joven spider man) se debate entre dos mundos: el universo del comedido muchacho que todo el mundo conoce y su lado oscuro de hombre araña.
No es casualidad que el artista cubanoamericano Sergio García haya titulado Hombre-araña a una serie de sus telas. García lleva años explorando las oquedades del individuo contemporáneo, eso que Michel Leiris --al hablar de Francis Bacon-- llamó "las cicatrices de la conciencia".
García es un raconteur de nuestra condición humana contemporánea, ese desasosiego ejemplificado por personajes como Gregor Samsa en La Metamorfosis, o en la historia bizarra de Fred Madison en la película Lost Highway de David Lynch: "El día menos pensado te despiertas siendo alguien que no conocías".
Nos abruma un torrente de ansiedades. Nos agobia un siglo XX de horrores, y este milenio que acaba de nacer a la sombra siniestra de un Gotterdammerung presagiado en el manual de Al-Qaeda, o el sin sentido de una súper-potencia mundial guapetona. Baudelaire, ese hombre moderno por excelencia, tiene algo que decirnos al respecto, en su Heautontimorumenos:
"En mi voz está tu chillido.
¡Mi sangre tu tóxico añejo!
En mí esa furia te contempla
pues soy tu siniestro espejo.
¡Soy la llaga y el cuchillo
la mejilla y el bofetón!
¡Soy los miembros y la rueda, la víctima y el sicario feroz!"
El poeta francés nos advierte que la condición moderna puede llegar a fragmentarnos. Ahí están las vidas destruidas de Modigliani, Pascin, Soutine, Rothko, Achille Gorky, y otros muchos. Quizá eso explique los gestos de García de arremeter contra las telas a cuchilladas para después coserlas de nuevo (el cuchillo y la tijera son metáforas recurrentes en el arte de García).
¿Masoquismo? No, en todo caso válvula de escape. García podría apuntar junto con Camus, "el mundo es esencialmente absurdo". Y por ello en Bang, Bang (2002), el artista propone un posible desenlace: Observamos un dibujo blanco sobre una mancha verde intensa, sobre espacios de color rosado, tachados por dibujillos frenéticos. Se destaca una cabeza roja sostenida por un torso tenue. Es como si el centro del pensamiento se hubiese separado del cuerpo para devenir en sustancia nómada.
Toda la sobreinformación, todo ese bombardeo de señales e imágenes que nos rodea termina en una bulla impenetrable. Lo aprendido y lo cavilado se convierte en graffiti esotérico sobre las paredes perturbadas de la mente. Trazo espontáneo y abierto por una eventualidad escalofriante.
Decepcionado del materialismo frenético, el artista actual se retrae de la realidad intentando autodescubrirse. Si la vida imita el arte, como apuntara Oscar Wilde, uno pudiese acaso descubrir el placer estético de la vida misma. Pero Wilde también puede ser muy franco: "El arte miente" --y al hacerlo, nos taja para siempre.
Hay un peligro en el esteticismo, en su cómodo acotejo que ignora la entornos vitales de la realidad. No hay felicidad posible dentro de una vitrina. La solución está en caminar la cuerda floja entre yo y el otro, el error y el acierto.
Ortega y Gasset dijo: "Soy yo y mi circunstancia". El ser contemporáneo debía volver a encontrarse al fin del camino. Sin embargo, ¿es mi circunstancia ese condominio a medio-pagar en Miami Beach, convoyado con el esparcimiento banal de fin-de-semana... o mi SUV Explorer con CD player y aire acondicionado?
La respuesta no es fácil. Vivir es como tirar al blanco: a veces das, a veces no. Y el arte no puede convertirse en un reglamento didáctico que lo resuelve todo. En su Transtorment, García, armado con un vocabulario pictórico lacónico y directo, construyó una gradación de ambivalencia moral en tonos grises.
Con Demolition Man y Dark man presenciamos momentos insólitos de humanidad obsesa, desafiada por un sentimiento de brutalidad y descuido. El trabajo del pincel se centra alrededor de una diana (la señal de tiro) que apura la palma de la mano del artista, mapa que describe la historia de cada individuo.
En la iconografía de García hay caras sin rostro pero ahí está siempre la mano abierta como testigo, gesto, cimiento y señal de una biografía escrita a flor de piel. Engels apuntó que la mano del hombre era el medio esencial para el cambio social. Si el trabajo puede modificar la realidad y el arte es una forma de labor, ¿no es entonces el arte un poder transformador en potencia?
Puede que haya esperanza, pero no te fíes. Observa al Zombie-Man, esa silueta desdibujada de la que sale un borde con cuchillo. Una línea blanca ondulada, de fondo-opalino, sube. Es como una mano larga (o el brazo-serpiente de Shiva que a la postre nos destruye). El arte sin-fórmula-mágica de García es sincero. Simplemente se dedica a describirnos un síntoma. La Canción de Maldoror, de Lautréamont, habla del animal como un elemento de mutación... sea en águila, cerdo o en cisne. La doble sustancia humana y animal --que el excéntrico literato llamó pediculus humanus-- termina siendo la última verdad del ser: Fortuna y desgracia bajo la misma piel. Sergio García nació en La Habana, Cuba, en 1959, y reside desde 1969 en Miami. Su obra es el resultado de una profunda y vigorosa investigación sobre la confusión psicológica, social y emocional de la vida en el exilio. Su primera exposición individual fue en la Nuovo Gallery de Miami Beach, en 1990. Desde entonces ha exhibido sus obras en Atlanta, Chicago, Los Angeles y otras ciudades de los Estados Unidos, y también en México y Colombia. Como parte de muestras grupales, sus obras se vieron en el Museo de América en Madrid, y en otras ciudades de España. Lo representa la Aldo Castillo Gallery.
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