CARLOS GORRIARENA

La intensidad hecha pintura

Por Farias, Agnaldo
CARLOS GORRIARENA

"Aspiro a un arte de carne y hueso, con cerebro y con sexo"
Oliverio Girando

Organizada por Thomas Cohn y con las caracterí­sticas propias de una exposición museológica, llega por primera vez a Brasil una importante muestra de este artista ligado a la neo-figuración de los años 60 en la Argentina. Se trata de un recorrido por las diferentes etapas de su trayectoria. Una trayectoria de casi cincuenta años marcada por un fuerte compromiso social en la que combinó la militancia polí­tica con la práctica artí­stica. Un artista intenso como intensa es su obra. Con sus composiciones y la sucesión de golpes cromáticos, Gorriarena, nos somete a estí­mulos que nos permiten develar la verdad del mundo bajo la capa de su pintura.

La globalización sigue en su ritmo implacable; tomamos conocimiento en tiempo real de acontecimientos en puntos remotos del planeta y no por ello establecemos relaciones más estrechas con las naciones más próximas, sea geográficamente, sea históricamente, con las que tenemos en común problemas sociales candentes, la conciencia de no conseguir avanzar debido a la trágica coincidencia entre los bloqueos engendrados en los centros de decisión y la corrupción que contamina nuestras venas.
Es en este sentido que sorprende nuestro crónico desconocimiento de la cultura argentina, por su sólida y persistente contribución en el ámbito de la música, del cine y de las artes visuales o, para enfocarnos en un ejemplo único y preciso, resulta sorprendente la injustificable ignorancia respecto de la obra del pintor Carlos Gorriarena, ese maestro cuya larga trayectoria está fundada en el establecimiento de un firme principio ético de compromiso con los diversos estratos de la vida. Compromiso expresado en la forma de tratar la violencia; la más sutil, silenciosa y doméstica, aquella a través de la cual grandes contingentes de la población son castigados.
Gorriarena trata la violencia modulándola a través de colores abiertos y contrastados, en gestos si no precisos, siempre intensos, que tanto definen cuanto borran a las personas, los muebles, arquitecturas y paisajes; en la materia crispada con que él elabora y ejecuta sus imágenes inconexas, sus composiciones astutamente torpes, toscas, todas ellas emanando vida, la misma vida perturbadora de todos los dí­as, hechas de connivencia y crimen, del comercio de la sensualidad, del lento caminar bajo el sol que empapa la camisa de sudor, de facciones deformadas, de la franca fusión de los cuerpos con la naturaleza, aquella de la cual supuestamente deberí­amos diferenciarnos.
La muestra de Carlos Gorriarena organizada por Thomas Cohn tiene los contornos de una exposición museológica. Como para compensar el hecho de que esa obra recién ahora llega al Brasil, ella está asentada en una rica pero concisa selección de pinturas representativas de los más variados momentos de la carrera del artista, una trayectoria que a esta altura se aproxima a los cincuenta años.
La carrera de Gorriarena cobró í­mpetu al final de los años 50, en el momento en que la escena artí­stica argentina se dividí­a entre dos vertientes: la de la abstracción -geométrica e informal- y el figurativismo, revigorizado por los aportes de la Nueva Figuración europea. La semejanza con lo que sucedí­a en el Brasil no debe encubrir el hecho de que en la Argentina el proceso de consolidación del abstraccionismo geométrico, que aquí­ sólo aconteció en el transcurso de los años 50, ya habia principiado en mediados de los 40 estando más maduro en lo que se refiere a su impregnación en el campo social.
De la madurez de la escena argentina en el transcurso de esas dos décadas dan testimonio la cantidad de grupos y publicaciones, entre los cuales, a la cabeza de aquellos que apostaban sus fichas a la figuración entendida como "forma de vida" y no como remake del Realismo Social de extracción naturalista de los años 30, se encontraba el Grupo La Plata, de 1959, del que formaba parte nuestro artista y, surgido con posterioridad a éste, el de los cuatro pintores que componí­an la "Nueva Figuración", Luis Felipe Noé, Ernesto Deira, Rómulo Macció y Jorge de la Vega. Estos últimos se tornaron más conocidos en el Brasil por su presencia en una exposición en la galerí­a Bonino, Rio de Janeiro, en 1963, impresionando vivamente a artistas como Rubens Gerchman, Antonio Dias, Ana Maria Maiolino y Carlos Vergara.
Pero la matriz de Gorriarena es de otro orden. Aun cuando fuese perfectamente conciente de lo que sucedí­a en el ámbito internacional, en él, a diferencia de lo que aconteció con sus colegas de la Nueva Figuración que vivieron algunos años en Parí­s, la opción por el arte figurativo, aun bajo una forma mucho más agresiva e innovadora, se debió más a su contacto con Antonio Berni y Lino Spilimbergo. De ambos surge la perspectiva de un arte polí­tico que tanta influencia tuvo sobre él durante su fértil convivencia durante los años 40, en el Taller de Arte Mural, dirigido por Demetrio (Vasco) Urruchúa.
El acompañamiento cuidadoso del debate estético llevado simultáneamente por los Informalistas, donde figuraban personalidades tan diversas como el alemán radicado en Parí­s, Hans Hartung, el italiano Emilio Vedova y el holandés Willem de Kooning que viví­a en Nueva York, más los adeptos de la Nueva Figuración, llevó Gorriarena a optar por un camino intermedio.
Como revelan las telas excepcionalmente maduras que el artista ya comienza a producir a partir de principios de los años 60, su movimiento, que seguí­a las enseñanzas de su profesor Urruchúa, consistí­a en deconstruir progresivamente las formas, llegando al lí­mite de la abstracción. De esta forma renunciaba a una opción por la comunicabilidad más inmediata en favor de una salida oblicua, en la que la violencia, por ejemplo la ejercida por el poder de los imperios norteamericano e inglés sobre los destinos de los pueblos bajo su sombra polí­tico-económica, comparecí­a enunciada a través de banderas pintadas esquemáticamente en asociación con fragmentos de cuerpos. En otras obras del mismo perí­odo la tensión y el dramatismo son todaví­a más intensos a través del grafismo exaltado, de la aspereza de las superficies y de la saturación cromática, estrategias que establecen contrapuntos con figuras vagamente definidas.
Con el recrudecimiento de la situación polí­tica interna en el paí­s se acentuó el compromiso de Carlos Gorriarena con la vida social. Combinando militancia polí­tica con práctica artí­stica, en un momento en que hasta artistas importantes como Juan Pablo Renzi y Luis Felipe Noé optaban por el primer camino, lo que los llevó a abandonar durante años sus carriles artí­sticos, Gorriarena retornó a la pintura figurativa y aun narrativa, con la perspectiva de garantizar, a pesar de los evidentes riesgos personales, su papel de aquél que expone las heridas del sistema.
Sobre eso conviene aclarar que, aun cuando en general esa opción termina por llevar a la mayorí­a de los artistas a una producción de tenor complaciente, más fácilmente asimilable por el público, nuestro artista, por el contrario, no cedió un milí­metro en lo que se refiere al carácter transgresor de su obra. Manteniendo intacta su capacidad de pensar la atmósfera plomiza que se abatió sobre su paí­s, Gorriarena produjo telas en las que la naturaleza ostensiva, dirí­ase arrogante de los personajes protagonistas del poder, contrastaba con los borrones de sus caras y cuerpos, como si sus rostros estuviesen permanentemente transfigurados por máscaras turbias y sombrí­as.
Las telas realizadas en los años 70 y 80 son sucesiones de crónicas de lo cotidiano del paí­s, consistentes con la arbitrariedad de las situaciones, y nos presentan composiciones difusas, pobladas por planos cromáticos duros, que no separan fondo y figura. Todo allí­, aun las sombras, mismo los colores exaltados y vibrantes, adquieren materialidad y peso.
Las dimensiones algo agigantadas de las telas de Carlos Gorriarena y su insistencia en la figuración con sus personajes deformados, de rostros expresivos e insinuantes, llevaban a creer que la irrupción de la Transvanguardia italiana, al lado de los artistas de todos los cuadrantes del planeta que retomaron el camino de la pintura, encontrarí­an en él un cómplice. No fue lo que sucedió. La evolución de la historia, la frivolidad presente en una parcela significativa de la onda pictórica de los años 80, no se armonizaba con su apego irrestricto a la "problemática del mundo".
Hoy como ayer el artista se mantiene ligado al mundo, sobre todo en aquello que el mundo tiene de más intenso y caracterí­stico. Escapa de lo ordinario para hacer pasar delante nuestro una galerí­a de tipo extraños, un verdadero bestiario, dado que lo que más le interesa es el desnudamiento de los cuerpos para exponerlos en toda su voluptuosidad, sobre todo cuando ésta se encamina por lo sórdido o por la morbidez. La claridad de sus composiciones, la sucesión de golpes cromáticos a los que somete a nuestros ojos, obligándolos a errar de un lado a otro, como perturbados por la conjunción de cosas y estí­mulos, encarnan su forma de afirmar la realidad de la pintura, única forma de garantizar la verdad del mundo.

(*) Agnaldo Farias es curador del Instituto Tomie Ohtake y Profesor de Historia del Arte en la Univ. de San Pablo (USP) en San Carlos; fue Curador del Museo de Arte Moderno de Rí­o de Janeiro, Curador del Núcleo Brasileño de la 25º. Bienal de San Pablo y autor del libro "Arte Brasileira Hoje" publicado por la Ed. Publifolha.

Perfil

Carlos Gorriarena nació en 1925 en Buenos Aires, Argentina, donde actualmente vive. Con una trayectoria de más de 45 años, expone internacionalmente sus obras desde el año 1959. En 1980 participó en el Festival Internacional de Pintura de Cannes, (Francia). En el año 1989 recibió la mención de honor en la II Bienal de Cuenca (Ecuador). Gorriarena intervino, como Invitado de Honor en la feria de arte arteBA del 2000 y el mismo año expuso en la Galerí­a Lilian Rodrí­guez de Canadá. En el 2001 presentó su Muestra Antológica 40 años, en el Museo Nacional de Bellas Artes de la Argentina.