CRISTINA PICEDA

Rescatar la huella

Por Costa Peuser, Marcela
CRISTINA PICEDA

La reciente exposición en el Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires, de esta notable escultora formada en Europa, reunió un conjunto de veintidós piezas, dispuestas como una gran instalación. La muestra, curada por Gustavo Vásquez Ocampo, de gran impacto visual, invitaba al silencio y al recogimiento. Obras producidas en los cuatro últimos años, en los que la artista se relacionó profundamente con un material - la madera - pero también con el tiempo y la memoria para, de esta manera, ir al rescate de su propia huella.

Cristina Piceda es escultora. Talla la madera, esculpe el mármol, construye formas, pero fundamentalmente transforma el elemento mismo. Parte de la materia en bruto y le cambia su apariencia para dejar al descubierto su verdadera naturaleza. Y así­ es como desnuda el alma del mármol, un mármol furioso, seguro e imbatible como su propio espí­ritu.
Decidida a forjar su propio destino, Piceda se radicó en Parí­s en 1976, y allí­ estudió técnicas de grabado con Hayter primero y tallado en piedra con René Coutelle y Agustí­n Cárdenas más tarde. Instalada en Carrara, cuna natural de la escultura, abrió su primer taller. Fueron años de aprendizaje en los que al tiempo que participaba en distintos salones europeos con sus trabajos, diseñaba y producí­a una colección de objetos y piezas de adorno realizadas en mármol para las principales casas de decoración de Parí­s - Jansen, Christofle, Art Casa y Christian Dior. Pero su destino no estaba en Europa y en 1987 volvió a Buenos Aires, donde se radicó definitivamente, para seguir su tarea en su taller de Barracas.
De formas básicamente abstractas, lí­neas puras y sugerentes contraste de materiales, las obras de Cristina Piceda hablan de un delicado equilibrio pero, al mismo tiempo, están dotadas de una enorme fuerza visual. Desde el 2000, la artista trabaja con la piel del mármol. Una piel herida, desgarrada y astillada. Primero hiere la superficie y con el afilado cincel golpea insistente mientras desgarra la primera capa de mármol convirtiéndola en astillas. En su proceso creativo, Piceda elije, una a una, cada esquirla y con ellas reconstruye una nueva y verdadera defensa.
En su reciente exposición en el Centro Cultural Recoleta reunió un impactante conjunto de obras producidas entre 2002 y 2006. El hilo conductor de esta muestra es el tiempo o, mejor dicho, la memoria dormida en cada una de las vigas de catorce metros que fueron extraí­das de un dique de Puerto Madero y rescatadas por la escultora. Vigas de madera proveniente del África; madera que estuvo sumergida en las aguas de nuestro puerto de Buenos Aires, a lo largo de cien años, bebiendo sus historias. Historias de inmigrantes que habitan nuestra ciudad, historias muy nuestras. Piceda corta la madera, la talla, pero la respeta. Respeta su esencia, su verticalidad y sus huellas. Huellas que no son otra cosa que las heridas naturales del tiempo. Respeta sus ventanas y, en otros casos, abre ventanas nuevas mientras permite que la luz las atraviese. En algunas ocasiones las defiende con sus esquirlas de mármol y en otros las convierte en espejos de acero. Recurre en otros casos a trabas; trabas que a veces unen o ensamblan y otras sueltan o destraban; encuentros y desencuentros, como la vida misma. La verticalidad y los contrastes son caracterí­sticas de esta producción. Obeliscos y etéreos monumentos en los que conviven la oscura madera africana con el blanquí­simo mármol de Carrara para dar vida a Custodios y Embajadores que se adueñan del espacio; convivencia que comparten sus Escuderos enfundados en sus armaduras de acero inoxidable, material que la artista incorpora a la obra desde el 2005, otra clara señal de su modernidad.
Una serie de relieves realizados con esta misma madera y su particular manera de ensamblarla, nos revela la clara tendencia constructivista de la artista. Estratégicamente suspendidos a cierta distancia de la pared, permiten que la luz recorra sus antiguas huellas, penetre sus ventanas y dibuje nuevas formas entre sus proyecciones. Así­, se convierten en mundos í­ntimos en los que juegan las luces y las sombras mientras el espectador va descubriendo sus propias y dormidas historias.

Nace en Buenos Aires, donde inicia sus estudios de Bellas Artes. Radicada en Parí­s desde 1976, se especializa en técnicas de grabado en el Atelier 17 con Hayter y en tallado en piedra con René Coutelle y el cubano Agustí­n Cárdenas. De 1981 al 1986 vive en Carrara, Italia y participa en diversos salones europeos. En 1987 regresa a su paí­s y se instala definitivamente en Buenos Aires, ciudad en la que ha expuesto, de manera regular desde 1993, colectiva e individualmente. Su obra forma parte de importantes colecciones.