María Evelia Marmolejo
Mandragoras Art Space, Long Island City, New York
Un olor acre, denso, flota en el aire del Mandragoras Art Space, donde el público bebe sorbos de vino tinto a la expectativa de la aparición de la legendaria artista colombiana de performance María Evelia Marmolejo.
Reverenciada por desafiar las convenciones de las prácticas artísticas de la década de 1980 al comprometer con determinación su participación física en su obra, las provocaciones de Marmolejo han llegado a ser caracterizadas como políticas, radicales y feministas.
Mayo 1 1981- Febrero 1, 2013 reúne las tres características, pero es presentada con la sutil sofisticación de una artista experimentada. En el centro de la primera sala, un cuadrado de tripas de vaca saladas cuelga del cielorraso. Marmolejo entra ataviada con un modesto vestido blanco y se acerca a una venda que se encuentra en el piso junto a una tripa seca enrulada. Parada delante de un gran espejo rectangular, coloca los extremos de la venda y de los intestinos en su boca y comienza a retorcerlos para fabricar una cuerda, apareciendo como una enfermera que venda las heridas de una pasada carnicería. Entra en la segunda sala, donde el hedor de los intestinos frescos de vaca que cuelgan es groseramente perturbador. Se trata indiscutiblemente del presente. La artista inspecciona, da vueltas alrededor y golpea con la punta del pie los extremos de los intestinos pegajosos como si buscara signos de vida, y desliza su mano a lo largo de las largas y brillantes cuerdas de entrañas que manchan irreparablemente su vestido.
Repitiendo la acción, trenza la venda y el intestino fresco para formar una soga de saltar y comienza a saltar. La acción recuerda la infancia, pero cuando las entrañas golpean el piso de cemento, sirve como recordatorio de adversidades perdurables. La guerra continúa en el presente.
Regresa a la primera sala − el pasado − donde se quita el vestido para pararse desnuda entre los intestinos secos, evocando recuerdos de vidas, oportunidades y luchas perdidas. Se viste y hace una última visita al presente, donde furiosamente trata de agarrar la carne fresca.
Luego, como para culminar el círculo de la vida, levanta ambos extremos de los intestinos retorcidos y vendados y después de dar la vuelta a la sala una vez más, los entrega a espectadores desprevenidos. Ha pasado el peso de la responsabilidad al hacer responsables a otros. Su rol como mujer que atiende las heridas del pasado y lidia con los conflictos del presente llega a su fin. El mensaje de Marmolejo es claro, poético sin ser excesivamente simbólico y logra cautivar más de treinta años después de que apareciera por primera vez la idea para el proyecto.