ARTISTAS DE PERÚ, BOLIVIA Y CHILE REFLEXIONAN SOBRE _MI VECINO. EL OTRO_ EN 3ª SEMANA DE ARTE CONTEMPORÁNEO DE ANTOFAGASTA
21 a 31 de agosto en el Parque Cultural Huanchaca
En un contexto donde el desierto es tanto una realidad geográfica como una metáfora en términos de escena, la Semana de Arte Contemporáneo o SACO se instaura como evento único a nivel nacional, como hito descentralizador que además proyecta la zona norte internacionalmente.
La iniciativa surgió hace dos años en Antofagasta desde el Colectivo SE VENDE Plataforma Móvil de Arte Contemporáneo, con el objetivo de acercar el público local a la producción actual, y a la vez construir una plataforma de conexión y diálogo, abierta a la diversidad, dinámica.
Al borde del desierto de Atacama, algo estaba germinando: confluían el desarrollo económico de una ciudad beneficiada por el auge de la gran minería, la emergencia de una generación nueva e inquieta, alimentada por el sobre flujo de información en las redes globales, y también algunos esfuerzos de autogestión. SE VENDE, de hecho, es grupo emblemático, siendo hace diez años una idea del productor cultural Christian Núñez y de la artista polaca radicada en Chile, Dagmara Wyskiel.
La primera versión de SACO, en 2012, incluyó una muestra de arte internacional que ocupó un espacio emblemático de la ciudad, el Centro Cultural Estación Antofagasta. Bajo la curatoría de la argentina Marisa Caichiolo, artistas de México, Chile, Argentina y Egipto, expusieron toda clase de obras e hicieron talleres de arte al público. Un año después y desde el Parque Cultural Huanchaca, SACO2 propuso como tema un fenómeno particular del último tiempo en el país, como es la emergencia de gestiones autónomas en regiones o en zonas periféricas a los epicentros del arte. Por esto se invitó a directores de proyectos claves: Móvil, de Concepción; Galería Metropolitana, de la comuna de Pedro Aguirre Cerda; y Curatoría Forense, que se reparte entre Córdova (Argentina) y Villa Alegre (Chile), para participar en una semana de trabajo entre ellos y el público. Se sumaron artistas de la zona con una exposición dentro del museo y también intervenciones en el paisaje circundante.
Tanto en estos encuentros como en otras visitas, se ha activado en paralelo como sitio de residencias, acciones e intervenciones de arte, a Quillagua, poblado aymara que –después de haber crecido en un oasis del río Loa– sufre ahora por los abusos en el uso del agua, siendo declarado el lugar más seco del mundo.
Del 21 al 31 de agosto de 2014, SACO3 enfatiza su carácter internacional, apuntando a la problemática relación entre Perú, Bolivia y Chile, tema clave de territorio e identidad, que atraviesa tanto lo político, como lo social y cultural. Bajo el título “Mi vecino. El otro”, esta versión parte del convencimiento de que “a través del arte es posible profundizar en terrenos fracturados, que pocos se atreven a tocar”, dice Dagmara Wyskiel, directora.
Acogiendo la convocatoria del Colectivo SE VENDE Plataforma Móvil de Arte Contemporáneo, curadores, investigadores y artistas visuales de los tres países integran conferencias, workshops y publicaciones, dando forma también a la exposición “Mi vecino. El Otro”, abierta en el Parque Cultural Huanchaca.
Entre los curadores hay nombres reconocidos: Gustavo Buntinx (Perú), Lucía Querejazu (Bolivia) y Rodolfo Andaur (Chile). Los expertos invitaron, respectivamente, a los investigadores Harold Hernández, Juan Fabbri y Damir Galaz-Mandakovic, así como a los artistas César Cornejo y Elliot Túpac Urcuhuaranga, Andrés Bedoya y Jaime Achocalla, Claudio Correa y Catalina González, todos relevantes en las respectivas escenas de arte contemporáneo.
Mientras que los teóricos presentan sus investigaciones en textos y conferencias abiertas al público, los artistas emplazan sus obras en el entorno, lugar de las ruinas de una fundición de plata que entre 1892 y 1902 marchó bajo intereses bolivianos, chilenos e ingleses, y que hoy es Monumento Histórico Nacional. Las intervenciones se levantan como símbolos que otorgan otra mirada sobre los discursos oficiales o generalizados, apuntando al carácter ficcional de ciertas construcciones culturales o hegemonías identitarias, cuestionando las definiciones impuestas sobre “el otro”.
Sin autorías individuales, el equipo peruano (Gustavo Buntinx, Harold Hernández, César Cornejo, y Elliot Túpac) participa con una obra en la parte alta del recinto de Huanchaca: una columna puesta sobre un enorme dibujo hecho en la tierra, de una llama de tres cabezas, especie de símbolo ancestral con referencias a los geoglifos de Nazca y a la Santísima Trinidad. El conjunto marca con su sombra el paso del sol, siendo un reloj cósmico que también cita al obelisco emplazado en la frontera tripartita, en las alturas del cerro Choquecota.
El resultado disloca un emblema oficial de límite entre tres países artificialmente segregados, según explican, “para postular una simbología utópica, arcaica y futura, que trascienda esas fracturas políticas de nuestras geografías y culturas a pesar de todo siempre compartidas”.
Conformado por la curadora Lucía Querejazu, el teórico Juan Fabbri y por los artistas Andrés Bedoya y Jaime Achocalla, el grupo boliviano reflexiona sobre el carácter huidizo de límites y mapas, a sabiendas de que existen varios temas para tratar: las fronteras, los mapas, las fricciones, la Guerra del Pacífico. “Sin bien este último, atravesado por las tratativas fallidas de diálogo entre Bolivia y Chile, está muy presente en nuestro cotidiano, sentimos que nuestra vecindad se define por muchos más factores que el político de coyuntura”, afirma Querejazu.
En la exposición, las obras tensionan materialidades y simbologías: Bedoya presenta una serie de objetos de plata que resignifican en Huanchaca la historia de país, la memoria y conceptos de riqueza y poder; Achocalla a su vez emplaza un monumental mástil intervenido por pilas de adobe, material que relaciona simbólicamente a tierra y territorio.
Finalmente, el grupo chileno incluye al curador Rodolfo Andaur, al investigador Damir Galaz-Mandakovic, así como a artistas Claudio Correa y Catalina González, que trabajan bajo el concepto de “desertificación”. El primero erige un “monumento a la Antofagasta boliviana”, una enorme vela que brillará en la oscuridad, homenaje a un barco de Bolivia que no alcanzó a zarpar en la Guerra del Pacífico; mientras que la artista construye una pila de agua referida a nociones de arquitectura, ruina y decoración.
Los autores han articulado formas que establecen un panorama de cómo entendemos a esos otros, esos vecinos pero al mismo tiempo extranjeros de un lugar que envuelve un territorio ambiguo, dice el curador; diversifican la imagen, objeto y concepto del norte de Chile y su relación tripartita con Perú y Bolivia.