Bienal del Mercosur
Reflexiones Cartográficas
La octava edición de la Bienal del Mercosur coloca el arte en un lugar privilegiado, descubre a través de las obras de 105 artistas de 31 países, una estrecha relación con el acontecer político de nuestro tiempo sin perder de vista el sentido poético. En efecto, el curador colombiano José Roca comienza por investigar la siempre relativa y cambiante cartografía del mundo y titula “Ensayos de Geopoética” el núcleo de la exhibición. Para comenzar cuestiona que los continentes se agranden o empequeñezcan según el parecer del hombre o, de acuerdo al lugar que ocupe la movediza línea del Ecuador. Pone luego en tela de juicio la representación arbitraria de los territorios tomando en cuenta la dimensión real, y hasta cuestiona el mapamundi de Google.
Con un firme anclaje conceptual pero sin resignar los atractivos visuales, la Bienal busca “alternativas a la idea convencional de nación” y teniendo en cuenta que el arte puede oficiar de sismógrafos del acontecer social, explora con espíritu crítico conceptos como estado, identidad, mapas, fronteras. Así, el espectador se interna en los proyectos e historias surgidas a partir de los documentos, pasaportes, sellos, aduanas, banderas, escudos y los más diversos requisitos que son imprescindibles para habitar este mundo. Los trabajos de los artistas convocados por Roca giran alrededor del tema del territorio y, provienen, mayormente, de los tristes trópicos de Latinoamérica.
La Bienal se abre en los Galpones del Puerto con una elocuente metáfora sobre el derrumbe de los símbolos patrios. En un inmenso paredón se divisan unas banderas con sus astas clavadas en el muro. Si bien las banderas son blancas, sus colores y emblemas se derraman como pintura líquida por la pared. La identidad de las naciones se disuelve en la caída, se escabulle como agua entre las manos. El blanco implica un pedido de tregua, pero la obra expresa algo más que una derrota. Su autora es Leslie Shows y vive en San Francisco.
La venezolana Manuela Ribadeneira condensa en un solo gesto -según observó José Roca-, el espíritu de toda la exhibición. La obra es pequeña pero significativa. La artista clavó un puñal en un muro y, en la breve sombra que proyecta la empuñadura, escribió de puño y letra: “Hago Mío Este Territorio”. Allí están presentes, no sólo el coraje y una voluntad de conquista secular, sino también la violencia que la acompaña.
El paulista André Komatsú construyó en el inmenso espacio de los galpones un muro al parecer inviolable, una frontera que con una acción no exenta de humor, acaba por transgredir al colocarle un gato hidráulico en su base. A su lado, en el mástil de una bandera ausente, colgó un par de zapatillas viejas. La obra, desconcertante, por cierto, demarca un territorio, es una señal para los consumidores de droga.
Por otra parte, cabe señalar que la Bienal del Mercosur se ha dado el lujo de prescindir del espectáculo, (en la última Bienal de Venecia hasta recurrieron a las pinturas de Tintoretto, estratégicamente escoltadas por carabinieri). Roca omite las obras de tamaños desmesurados, la sangre o las mutilaciones e, incluso los artistas considerados “seguros”, cuyos nombres se reiteran de Norte a Sur. Convocó a la experimentada Aracy Amaral como curadora invitada y contrató al mexicano Pablo Helguera, con la jerarquía de curador pedagógico. Ambos cumplen papeles indelegables.
El montaje de la Bienal es museográfico. La superficie de los Galpones se vislumbra despojada, la visión sólo se ve interrumpida por los contenedores que albergan los videos de “Geopoéticas”, además de las obras que son en realidad países, reinos o estados ficticios investigados por Roca. Sealand es una “Micronación” de 500 metros creada en 1967 por un militar británico, y “Estado NSK”, es un país creado por un colectivo esloveno, que emite pasaportes y cumple algunas funciones como resto de las naciones, aunque su territorio se reduce a las salas de arte.
Una melancólica video-instalación de Edgardo Aragón muestra el rigor de las fronteras de México. Los personajes, unos músicos parados bajo el ardiente sol del desierto, se erigen como estatuas vivientes sobre los mojones que dividen el territorio. En tanto, sin escucharse los unos a los otros, interpretan una penosa marcha fúnebre.
Casi como una concesión está presente la belleza en el video de la española Cristina Lucas, “La libertad razonada”, una apropiación de la célebre pintura de Eugène Delacroix llamada “La Libertad guiando al pueblo”. La artista infunde vida a los personajes, imprime movimiento a la pintura y su relato acaba en el desencanto, cuando la Libertad avanza hasta caer y es victimizada por los mismos héroes que la acompañaban. La caída del romanticismo se percibe como un acto terrible Más allá del emotivo mensaje de la Libertad desguarnecida, la obra seduce con la sucesión de escenas que potencian el dramatismo alcanzado por Delacroix.
Mientras Lucas traslada las características de la pintura a la más alta tecnología del video, Fernando Bryce transporta al papel, por medio del dibujo y de trabajosos procedimientos manuales, las imágenes de los titulares de los diarios, documentos, fotografías o volantes. Bryce pinta y dibuja por opción, y en esta elección tan propia de la época actual encontró su estilo, un método que denomina “análisis mimético”. El artista produjo con virtuosismo durante un año, los 219 dibujos de la serie "Revolución", basada en la historia cubana. A pesar del supuesto anacronismo de la técnica, esta laboriosa tarea garantiza la presencia de la subjetividad, y brinda la posibilidad de subrayar, de ser selectivo con los detalles al relatar la historia a través de las imágenes.
Varios de los artistas de la Bienal -como el peruano Bryce, que reside en Berlín- viven lejos del territorio en el que nacieron. De los cinco argentinos que participan, cuatro residen en el extranjero: Irene Kopelman, Miguel Ángel Ríos, Alberto Lastreto y Pablo Bronstein. La porteña Alicia Herrero presenta “Viaje revolucionario. Novela navegada”, obra que refleja desde el título, el espíritu romántico de los cuadernos de viajes del Che Guevara, antes de que el guerrillero llegara a Cuba y se convirtiera en un icono. Luego, la trama de la novela se desarrolla, con un dibujo esquemático.
El argentino Lastreto vive en Montevideo. Su film “El prócer”, consiste en la animación de una fotografía donde se divisa un monumento, un jinete sobre un pedestal que mantiene el equilibrio en inestables posiciones. Los héroes son escasos en el mundo y Lastreto observa con ironía las poses retóricas de la escultura pública.
Kopelman también es argentina, nació en la ciudad de Córdoba y vive en Ámsterdam. Ella, junto a los artistas elegidos por Amaral, fue invitada hace unos meses a explorar la región de los cañones mientras sus pares partían hacia las Misiones o la Pampa. Sus obras son el resultado de la expedición: un bloque de arcilla quebrado en pedazos, reproduce las formas facetadas de las rocas que dibujó, incansable, en un cañadón.
Bronstein está radicado en Londres y su tema es universal, la arquitectura; Ríos vive entre EE.UU. y México y sus hipnóticos y rítmicos videos reflejan la violencia de la tierra que habita.
La chilena Voluspa Jarpa se dedicada a investigar los archivos desclasificados de los Servicios Secretos estadounidenses, y publicó la “no Historia” de los últimos 40 años relacionada con los países del Cono Sur. “El interés reside en los datos que permanecen ocultos, tachados e ilegibles”, señala la artista, y muestra uno de los numerosos volúmenes que exhibe y además obsequia.
El autor de Cuadernos de viaje, el chileno Bernardo Oyarzún, es un genuino mapuche que modeló con sus manos las inmensas letras de barro donde se lee, en la lengua guaraní, una frase que él mismo tradujo: “el alma no se da enteramente hecha sino que se arma en la vida […]”.
Con un presupuesto de 12 millones de reales la Bienal se despliega por toda la ciudad, pero sus más importantes enclaves están en el Museo de Arte de Río Grande del Sur, el Santander Cultural, donde se homenajeó al artista chileno Eugenio Dittborn, la Casa M y nueve lugares estratégicos de Porto Alegre que presentan diversas intervenciones.
La expansión de la Bienal en todo Río Grande del Sur y en más de 20 ciudades, es un objetivo crucial para Roca; el otro, es el tiempo. “La Bienal no debe ser sólo expositiva, se debe extender en el tiempo con una acción continuada, para que no se agote como los fuegos artificiales”, sostiene el curador. La Casa M se creó para enriquecer la escena artística local y, de repente, Porto Alegre tiene un amable lugar para charlas, debates y entrevistas, que sin duda sobrevivirá.
La propuesta de Roca exige leer, mirar y pensar e, incluso, regresar, para volver a mirar las obras con detenimiento.
Para el ejercicio intelectual que demanda Geopoéticas está la obra del colectivo Slavs y Tartars, unas camas cubiertas de sedosas alfombras donde el espectador se puede sentar.
Morada al Sur, la muestra de Amaral resulta sobrecogedora, con las fantasmagorías de los videos de Cao Guimaraes, y el enorme paisaje tomado de una imagen satelital de Río Grande, que Gal Weinstein transporta a la alfombra que cubre en la enorme sala central del Museo.
“No es la Bienal de las banderas ni los mapas”, aseguró Roca, aunque aceptó que son inevitables. No obstante, en un mundo donde hay instituciones del mercado que ejercen más poder que los estados, su “Ensayo”, al igual que el texto de Borges “Del rigor en la ciencia” referido a las “Disciplinas Geográficas”, ilumina la dificultad que implica reconocer un mapa que nunca va a coincidir con el territorio.