COLECCIÓN: Rosa de la Cruz y su nueva apuesta por el Arte Contemporáneo
En la fachada del edificio de tres plantas en el Design District de Miami que albergará la notable colección de Rosa y Carlos de la Cruz, no habrá ningún nombre distintivo, sólo una valla con el ave solitaria de Félix González Torres remontando el cielo. De este artista esencial del siglo XX, a quien Rosa conoció y al que apoyó largos años, atesoran posiblemente el grupo más significativo de obras. “Atesorar” en este caso remite a la responsabilidad en la custodia del legado de uno de los pocos verdaderos transgresores capaces de alterar las nociones del arte contemporáneo.
Transferir a un gran número de personas la experiencia de disfrutar sin ningún costo de la posibilidad de esa continua cercanía con el arte que suele restringirse al espacio privado de los coleccionistas, otorga a la colección un nuevo sentido. “Me hace feliz imaginar a la gente del vecindario, a los grupos escolares, a quienes no han tenido contacto con el arte contemporáneo, apropiándose de este espacio, descubriendo las obras de artistas como Félix o Ana Mendieta, que estarán permanentemente exhibidas”, dice Rosa. En una plataforma flotante del tercer piso se instalarán varias de las piezas más significativas de la artista cubana que aceleró el tiempo del arte usando como materia su propio cuerpo sobre la tierra. Exhibir a estos dos artistas cubanos de modo continuo reafirma el vínculo que tuvieron con Miami.
Aunque la estructura del edificio de 30,000 pies cuadrados que diseñó John Marquette, podría hacer pensar en un museo, difiere tanto de este tipo de instituciones como de los usuales espacios de exhibición de colecciones, que abren por temporadas, o con citas previas acordadas, y no poseen ese sentido de transferencia simbólica de una colección a la comunidad. Rosa sabe que esta idea requiere formar la sensibilidad en la mirada, y por ello trasladará gran parte de sus libros al espacio de la biblioteca, para que el vecindario la convierta en su lugar de estudio. Imagina a la gente contemplando el horizonte de la ciudad desde la terraza del último piso. Un gesto que revela su propósito: ensanchar el horizonte de la escena del arte en Miami.
Se trata de “abrir la casa” de los de la Cruz de manera continua. Pero más que prolongar esas visitas de los amantes del arte a su notable colección, tal y como ha ocurrido desde hace quince años, con sorpresas como la presencia de Henri Loyrette, el director del Louvre, o de Rotraut, la esposa de Yves Klein, la creación de este espacio público que los especialistas apreciarán lleva el potencial de transformación de la mirada a los no-iniciados en el arte. Es a ellos a quienes estará dedicado este lugar que no en vano se identifica con el ave de González-Torres, el creador de obras que usaron la reproducción mecánica para humanizar, para permitir que cada quien llevara a su propia casa un objeto o una imagen infinitamente multiplicable. Rosa tiene un recuerdo suyo inolvidable: a raíz de su gran exhibición en el Guggenheim, hicieron con su esposo Carlos una edición especial de cien libros de la publicación realizada por Nancy Spector, con un colofón celebrando la vida de Félix. Tres meses antes de morir, él fue a su casa a cenar una langosta enchilada que le encantaba –“siempre hablábamos de recetas de cocina”, recuerda- y en cuanto terminaron de cenar le pidió un lápiz (no una pluma) y firmó cada ejemplar.
La relación con muchos otros artistas de la colección: Arturo Herrera, Jim Hodges, Naomi Fisher, Christian Holstad, assume vivid astro focus, Josh Smith, Kelley Walker, Guillermo Kuitca, Aida Ruilova, y tantos otros, ha sido de una amistad que ha enriquecido afectivamente la relación con el arte. Rosa se compromete con las obras, las documenta y se replantea continuamente los límites de su relación con el arte. Si ha extendido las fronteras de su casa a un espacio abierto es por una razón: “El público tiene que activar la colección. Cada vez que alguien la mira me deja una historia detrás”. En su historia personal el arte ha sido, de hecho, un eje de articulación del sentido del mundo.
Mucho de lo que esta extraordinaria coleccionista es, proviene del aura de su abuela, que tenía su mismo nombre, era descendiente de una familia que llevaba trescientos años en Cuba e irradiaba “una alegría y una generosidad inagotables: a los ochenta años se sentía de veinte”. Su madre, lectora, y jugadora de bridge a la altura de los mejores jugadores hombres de la época, era hija de Eugenio Rayneri, el arquitecto que diseñó el Capitolio de La Habana. Desde que tuvo uso de razón, Rosa supo que su familia –ligada a la industria azucarera por la línea paterna- había aportado a la configuración urbana de la ciudad donde vivía. Bajo la guía de Rayneri, descubrió la historia de la Roma antigua, a Vassari y el legado del renacimiento, y fue “gracias a él” que la “libido cognoscendi”, ese deseo inagotable de conocerlo todo, se afianzó en su temperamento.
El periplo posterior a su matrimonio, asociado a la vida empresarial de Carlos, la llevó a vivir en Pensilvania, Nueva York, Madrid, y finalmente Miami, donde su pasión personal por el arte incidiría en la transformación cultural de la ciudad. El primer cuadro de su colección fue un Tamayo de la serie Los astrónomos que todavía conservan en su habitación, junto con un Lam. Inicialmente adquirieron sólo obras de arte latinoamericano moderno. Su iniciación en el arte contemporáneo comenzó con la revelación de artistas como Alfredo Jaar, Mendieta, Ernesto Neto, Kuitca o Gabriel Orozco, a quien compró febrilmente. Luego, la colección se globalizó al incorporar obras de Jim Hodges, Cosima Von Bonin y Jack Leirner, Jonathan Meese, Sigmar Polke, Martin Kippenberger, Albet Oehlen y Paulina Olowska, entre otros.
A fines de los 90, en la época en que Miami comenzaba a despertar a la efervescencia artística, Rosa instigó la exhibición The Bodyshop, que reunió nombres claves de esa comunidad febril: Bedia, Rubén Torres Llorca, Quisqueya Henríquez, Consuelo Castañeda, Teresita Fernández, y a Iñigo Manglano Ovalle, entre otros artistas invitados a exhibir en un antiguo taller de reparaciones. Fue el inicio de otro activismo en el arte. En 2004, el bote familiar se transformó en el escenario flotante de Commotion in the Ocean, curada por Amada Cruz, Dominic Molon, y la artista Dara Friedman. Entonces, Rosa llevaba ya un ciclo de tres años, que aún extendería otros cinco, empeñada en sostener un pasaje permanente de visión hacia el arte contemporáneo mundial en The Moore Space, un lugar co-fundado con Craig Robins. Bajo la curaduría de la directora Silvia Karman y el apoyo de Christine Macel, se hizo la primera muestra en los Estados Unidos de esa nueva generación de artistas contemporáneos franceses a la que pertenece Adel Abdessemed. Hubo también exhibiciones claves como la de Yang Fudon, curada por Hans Ulrich Obrist; Interplay, con el apoyo de la colección Júmex y de Patrick Charpenel; The Art of Agression, con ángulos perturbadores de la mirada del arte sobre la guerra; y proyectos de envergadura con artistas que no se habían visto en la ciudad: John Bock, Jeppe Hein y Allora&Calzadilla, entre otros. Este año, consciente de que “los espacios alternativos tienen, por su índole, una duración corta”, se consagró a su espacio sin nombre, pero surgido de una larga trayectoria de coleccionismo.
Rosa de la Cruz no ha tenido nunca un retrato de sí misma, por una razón: “No me interesa estacionarme en el pasado”. Se ha desprendido de piezas que ama –como alguna de las obras de impresiones apiladas de González-Torres- para contribuir al empoderamiento de instituciones como el Musem of Contemporary Art. Para su nuevo espacio sueña “que la gente pueda sentarse a mirar un cuadro una hora” y tiene claro que no necesariamente estarán los artistas que el mercado consagra sino aquellos en quienes cree. Entre los que mostrará en la exhibición inaugural están Bedia, Hernan Bas, Cristina Lei Rodríguez, Consuelo Castañeda, Naomi Fisher, y César Trasobares, quien fuera amigo de González-Torres y cuya pieza –una suerte de calendario hecho con hojas- estará al lado del espacio que le han consagrado a su espíritu con la certeza de que la gente anónima inscribirá su nombre, no una sino muchas veces, en este espacio donde la imagen del ave solitaria se apodera del cielo.