Cuba Now
En el 21c Museum en Louisville, Kentucky
A la entrada del 21c Museum Hotel, de Louisville, Kentucky, huéspedes y transeúntes se detienen ante extrañas maletas blancas que podrían parecer un equipaje abandonado. Al advertir su factura en concreto, descubren que la escultura está dispuesta ahí a modo de banca. El inesperado peso de este “equipaje” fabricado por Yoan Capote, con el título In-Tran/sit, plantea la paradoja de un objeto-metonimia del viaje, que desafiando su apariencia y función habitual, niega la posibilidad de la movilidad. La tácita invitación a sentarse equivale a sopesar la carga de la memoria que ata a un suelo determinado, y que arrastra consigo cada emigrante. Al tiempo, remite a los obstáculos que se interponen en Cuba a ese impulso de fuga, connatural a toda insularidad.
A menos de un bloque, visitantes o residentes en Louisville se enfrentan a otra escultura pública: Raft, de Armando Mariño. En lugar de llantas, un Plymouth de los años cincuenta se sostiene en las extremidades de hombres de raza negra. La movilidad potencial descansa en sus pies descalzos. La escultura, inspirada en la asombrosa conversión de carros viejos en lanchas, repite esa fusión entre recursividad y desesperación que ha caracterizado el éxodo masivo de Cuba, particularmente el de la Crisis de los Balseros de 1994. Pero esta obra ubicada en una acera de Louisville, provoca también un pensamiento transversal sobre temáticas raciales y migratorias.
Tanto la pieza de Capote, como la de Mariño, un “remake” comisionado por the Mattress Factory Museum de Pittsburg, después de que la original, presentada en la Bienal de La Habana de 2003, fuera destruida, forman parte de la exhibición Cuba Now, curada por William Morrow, director del peculiar modelo de museo integrado al 21c Hotel. Ambas se relacionan con la última galería en su interior, que muestra una poética de la imagen incierta en torno al tema omnipresente en Cuba de atravesar las aguas. En la pieza de Esterio Segura, Todos quisieron volar: Híbrido de limo Chrysler New Yorker, las alas superpuestas al auto, tienen una función hiperbólica y especular respecto al deseo de salida Refrigeration Boat, el “esqueleto” congelado de una balsa creada por K-cho en 1995, prueba cómo la iconografía del absurdo asociada a los objetos puede revelar tanto la atmósfera delirante de un tiempo, como el clima interior de quienes lo viven. Las fotografías del cubano-americano Anthony Goicolea, fueron realizadas en 2009 en un viaje de confrontación de imaginarios. Hay que detenerse en la fascinante escena de una balsa sola a la deriva en aguas luminosas de Jettisoned, para ver el rostro de los ahogados bajo la superficie.
Las 80 obras incluidas en la exhibición son en general notables y provienen en su mayoría de la colección de arte cubano de los propietarios del hotel, Laura Lee Brown y Steve Wilson, aunque incorpora préstamos de otras colecciones privadas, así como de los artistas. Su ubicación geográfica y espacial es indicativa de la penetración del mercado de arte cubano contemporáneo –particularmente el producido por artistas que residen de modo permanente o temporal en La Habana- en el coleccionismo estadounidense; y, en el caso de esta colección particular, refleja el rol líder en el desbordamiento del marco de la institución museística moderna. Este singular territorio de exhibición, ocupa la totalidad de la planta baja, y establece una curiosa mirada al arte a lo largo del corredor central del hotel, de paso obligado para cualquier visitante, con la característica de que nunca cierra. En ese sentido, traslada a un espacio interior el tipo de relación con los transeúntes que suele crear el arte público.
A la entrada del hotel está Elastic Empire State, una escultura en aluminio de Alexandre Arrechea comisionada para Cuba Now. El legendario edificio neoyorquino se distorsiona y repliega parcialmente –como la oscilante economía- sobre el engranaje de una rueda. Esa movilidad sugerida es una aproximación iconoclasta a las arquitecturas del poder (del mundo capitalista o comunista) que sugiere su vulnerabilidad. Ubicada de modo contiguo, está la “pintura” American Appeal (Bridge), que reconstruye uno de los míticos puentes de las mega-polis norteamericanas, con punzantes anzuelos de pesca. Frente a esta pieza, Edificio Jerez, de Los Carpinteros, traslada su estructura arquitectónica a un mueble en madera lleno de gavetas cerradas en su mayoría o apenas entreabiertas. La inaccesibilidad y la cancelación parodian la inutilidad del proyecto constructor. Al fondo del pasillo que lleva al bar se ve la instalación de Roberto Diago, titulada irónicamente Ciudad en Ascenso. Las casuchas miserables están hechas con fragmentos de precarias construcciones encontradas en “California”: un barrio en los extramuros de La Habana. Si hay un signo común, además de la ironía política y del humor, es la constatación de que en ese último territorio de la utopía que fue Cuba, el arte ha dejado de alimentar los grandes relatos. Lo que no implica el olvido de lo que requiere ser salvado: el espacio de la solidaridad.
En A la caza (casa) de Rosa, donde René Francisco proyecta sobre un magnífico retrato mural el video del proceso de arreglo comunitario de la casa de una mujer anciana en el deprimido barrio habanero El romerillo, la imaginación social –ajena a lo heterónomo- abre lugar a la esperanza. Muchas otras piezas diseminadas en distintos espacios expositivos burlan en cambio las estructuras hegemónicas del poder: el desafío es abierto en los pañuelos pintados en prisión por Ángel Delgado, y en la relectura (asociada a su autobiografía) de la historia cubana de las piezas de Sandra Ramos. La fuga es poética y poderosa en La Capilla de Los Palos, de Hugo Moro, residente en Miami, una instalación de troncos de maderas inscritos sobre cojines de terciopelo y un audio donde un niño lee en inglés fragmentos de Celestino antes del alba, de Reynaldo Arenas. En la instalación Cuba 1869 - 2006, de José Toirac, con 40 óleos sobre lienzo, se retratan los 39 presidentes en la historia de Cuba. La imagen descubre cómo, aunque para los nacidos después de 1959, sólo ha habido una figura omnipresente –y omnipotente- sucedida por un familiar, todo poder es temporal y reemplazable. El último cuadro, en negro, sugiere tanto el término como la renovación. Con acierto, se dedicó una galería entera a Carlos Gámez de Francisco, residente en Louisville. Con 23 años, sus poderosas pinturas y video, inspirados en la corte de Luis XVI, se apropian de la estética europea, y usan el poder del arte para cortar metafóricamente cabezas entronizadas.
Destaca también la sección dedicada a Video Cubano, una exhibición seleccionada después de una convocatoria abierta a artistas cubanos, previamente exhibida en Nueva York. La deconstrucción del poder es también predominante en los videos de Lázaro Saavedra, Sandra Ceballos, Adonis Flores, Joesviel Abestengo-Chaviano, Andrei Vorojbitov, y Luis Gárciga. Se despliega a partir de elementos lúdicos, metafóricos, cínicos, e incluso intimistas como un registro del modo en que la imaginación se enfrenta a la precariedad, pero también como una desesperada confrontación entre creación y hegemonías que uniformizan. El curador Morrow desafió el miedo de los museos al exceso de textos y reforzó así un diálogo vital entre el público no especializado y la índole díscola del arte cubano.