Diego Rivera: Murales para el Museo de Arte Moderno

MoMA, Nueva York

Por Claire Breukel

Diego Rivera tiene una relación de larga data con la ciudad de Nueva York. Siendo el muralista mexicano de mayor renombre internacional de su época, en 1931 el MoMA le encargó que trabajara en el museo en la creación de una serie de murales al fresco ‘portátiles’ para ser exhibidos en una muestra retrospectiva.

Diego Rivera: Murales para el Museo de Arte Moderno

En dicha exposición se presentaron cinco frescos que abordaban temas relativos a la historia de México. Sin embargo, Rivera creó en paralelo tres obras adicionales que constituían una burla a la inequidad de la economía neoyorquina durante la época de la Gran Depresión. Rivera también comenzó sus preparativos para la controvertida comisión del mural para el Rockefeller Center, que sería dramáticamente desmontado dos años más tarde.
Hoy, “Diego Rivera: Murales para el Museo de Arte Moderno” ofrece una impresionante
exploración en profundidad de los murales México y Nueva York, de los impactantes viajes de Rivera a Italia y Rusia (en ese entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), así como de su relación con la familia Rockefeller.
Montados sobre paredes de un azul marino profundo, cinco murales reubicados se suplementan con dibujos, pinturas, fotografías, cartas y hasta una radiografía artística que proporciona una visión coherente y trans-geográfica de la psiquis y la práctica de Rivera. La radiografía pertenece a la obra Zapata líder agrario (1931) y revela el uso de materiales, por parte de Rivera, fuertemente influenciado por sus viajes a Italia y el estudio de la pintura al fresco. De hecho, Rivera se hizo famoso reintroduciendo el mural al fresco en el arte y la arquitectura modernos − un medio apropiado para generar conciencia política y social generalizada y que contaba con el apoyo de los programas estatales de arte implementados luego de la Revolución Mexicana. La muestra se centra, en segundo término, en los viajes de Rivera a Moscú, donde causó gran impacto su prédica sobre la infiltración de murales para fines políticos. Una serie de 45 acuarelas y dibujos con crayones ilustran la celebración del 10º aniversario de la Revolución Rusa y muestran algunos aspectos de la vida en Rusia, resaltando la fuerte filiación comunista de Rivera y la fervorosa motivación política que subyace en su obra. Esto se complementa con una serie que describe la Revolución Mexicana y que invita a una ingeniosa yuxtaposición de acontecimientos históricos. La descripción que hace Rivera de su tierra natal se encuentra comprensiblemente teñida por la emoción, evidente en la cruda energía y la ira violenta presentes en la obra Guerrero indio.
Por el contrario, las representaciones que hace Rivera de la ciudad de Nueva York son austeras y geométricas. De acuerdo con su declaración en cuanto a que planeaba describir “el ritmo de los trabajadores estadounidenses”, el mural de Rivera de 1932, Fondos congelados, muestra un corte transversal de la ciudad dividida en tres niveles económicos nítidamente marcados. La línea del horizonte muestra nueve rascacielos emblemáticos a cuyos pies se encuentran hileras de trabajadores durmiendo en el piso y en la parte inferior, bien por debajo, un patrón acaudalado visita una bóveda de seguridad bancaria − resaltando la disparidad entre las fuerzas impulsoras capitalistas y la gigantesca tasa de desocupación entre los integrantes de a fuerza laboral de la ciudad.
Irónicamente, el Rockefeller Center es el foco de atención de la pintura. La muestra cubre exhaustivamente la famosa (infame) comisión de Rockefeller, “El hombre en la encrucijada”, presentando desde bocetos preliminares hasta una carta en la que se informa a Rivera de su desmantelamiento en 1934. Una serie de fotografías tomadas por Lucienne Bloch, el asistente de Rivera durante la comisión, documentan el mural original, y Rivera posteriormente recurrió a ellas para recrear el mural en la Ciudad de México, rebautizando provocativamente a la obra como El hombre, controlador del universo. Sin muestras de temor o de arrepentimiento, “Diego Rivera: Murales para el Museo de Arte Moderno” es una exposición refrescantemente reflexiva y logra unir la práctica artística de Rivera con su importancia política e histórica, aportando un significativo contexto global a una carrera ilustre.