Diseñando el Poscomunismo: Imaginarios políticos del arte cubano contemporáneo

Por Gerardo Muñoz*

La caída del muro de Berlín y el fin de los socialismos reales del siglo veinte dieron lugar no solo a un cambio geopolítico a escala global, sino también a un marcado interés por la cultura visual de los países del Este.

Diseñando el Poscomunismo: Imaginarios políticos del arte cubano contemporáneo

Exhibiciones, proyectos, pensadores, y artistas pasaron de un régimen de inmensa concentración cultural de Estado a una nueva intemperie de los mercados de la cultural global. A pesar de haber desaparecido el Estado socialista, sus representaciones e imaginarios culturales han buscado maneras de reconstruir y pensarse asimismo bajo el signo del poscomunismo. El fin de lo que se proyectó como una más importantes utopías políticas (la otra siendo el capitalismo y la sociedad de consumo), dejó entre sus ruinas imágenes de su pasado.

No es contradictorio de esta manera que luego del derrumbe de las utopías modernas, el arte contemporáneo en los últimos años ha insistido en reexaminar los legados artísticos, formales, y discursivos de la propaganda socialista. La utopía permanece ya no como proyecto total de las vanguardias políticas, sino como retaguardias estéticas que buscan pensar lo que ya ha acontecido.
La exhibición “ Designing Post-Communism: Recent Political Imaginaries in Cuban Contemporary Art” en Collage Gallery de Miami, intenta volver sobre este cambio paradigmático dentro de la cultura contemporánea desde la experiencia singular de la Revolución Cubana de 1959. Una Revolución que, aunque lejos de las frías tierras soviéticas, y situada en medio del Caribe, experimentó a su forma una variante del comunismo real. Este comunismo, advertía Sartre, no venia del frio, pero si podemos decir que su colocación, así como sus dinámicas artísticas y culturales no estuvieron ajenas a un manejo del arte puesto en manos del diseño de estado y del consumo total de su espacio social.
El poscomunismo aparece, entonces, como proyecto de investigación y como estética. La investigación pasa por la reconstrucción de sus imaginarios estéticos, como puede dar cuenta la obra del cubano Hamlet Lavastida, para quien las organizaciones de la década del sesenta (Columna Juvenil del Centenario, Comités de Defensa de la Revolución, o el Congreso Nacional de Educación y Cultura de 1971), así como los discursos del Comandante Fidel Castro, signan la continuación de una estética en la esfera de lo político. Lavastida recrea aquellos emblemas y los expone frente al espectador fundando una inestable sensación entre la temporalidad comunista y el espacio poscomunista en que habitamos. O bien, el joven Filio Gálvez, quien de una manera similar retoma el arte grafico de la época, y lo repite a través de variaciones monocromáticas y textos superpuestos que el espectador debe decodificar si acaso quiere atravesar los dispositivos del diseño comunista.

Si comunismo fue totalidad y tiempo futuro, el poscomunismo es fragmentario y tiempo pasado. Eso nos dicen las fotografías de Ezequiel Suarez quien tomando distancia de sus anteriores obras donde primea la composición lúdica, la serie “Nichos” (2011-2012) investiga ciertos espacios del paso de la arquitectura soviética por los rincones de la Habana. Las imágenes de Suarez vuelven sobre la materialidad de una historia no para anunciar su fin, sino con el propósito de hacer visible sus escombros. El artista deviene, como sugería Walter Benjamin, en estudioso del momento histórico en detención que se ocupa de sus muertos. D ahí también el uso de la fotografía que como medio opera desde una intimidad análoga con los restos del pasado. Lo que captura la fotografía es un tiempo que se escurre entre nosotros, en el desesperado gesto de hacer visible lo que aparenta ser real. Las fotografías de Ezequiel Suarez, sin embargo, no parecen sugerir un momento del presente, sino un espacio de abandono materializado en formas arquitectónicas que parecieran estar situada en una posguerra.

Un proyecto de diseño más elevado y que pone en uso las nuevas tecnologías se explicita en “Juega y Aprende” (2008) de Rodolfo Peraza. Una consola compuesta de un videojuego, en donde el espectador va repasando las consignas moralizantes de la pedagogía comunista. A partir de la reapropiación de un antiguo manual pedagógico de la escuela primeriara cubana, “Manual de Educación Formal”, Peraza interroga las formas discursivas que dieron forma a la base moral guevarista del “hombre nuevo”.

Así Peraza interroga el pasado desde las plataformas digitales, lo cual permite que pueda enfrentar la densidad de la historia con la levedad de la actividad de práctica lúdica. Una pieza como “Juega y Aprende” no expone la dimensión de lo aprendido, sino que inserta al sujeto en la actividad de lo que desaprende mediante el proceso mismo del juego. El juego aparece como la estrategia artística por la cual se subvierten los discursos, las autoridades, y las efigies del poder (los icónicos en la pantalla del juego son tres: Lenin, Martí, y Guevara). La propuesta de Peraza atraviesa la subjetividad misma del espectador y lo confronta con aquello que ha sido interiorizado desde un largo proceso de interpelación ideológica. La lógica del diseño en este caso aparece tanto como pliegue interno (la plataforma de juego retro), así como el auto-diseño ideológico del espectador frente a los lenguajes de una historia.

Los cuatros artistas que figuran en la muestra, Ezequiel Suárez, Filio Gálvez, Hamlet Lavastida, y Rodolfo Peraza – experimentan con la Historia y los imaginarios socialistas desde prácticas estéticas disímiles. En algunos casos se vuelven sobre las ruinas soviéticas ocultas de la Habana, mientras que en otros, se repiten los emblemas y discursos reapropiados de la propaganda socialista que dieron lugar a la consolidación simbólica del castrismo.

Esta última generación de artistas cubanos pueden ser pensados dentro del panorama del arte cubano contemporáneo no solo como síntoma de un regreso de lo político en el arte en tanto las prácticas de lo anti-estético, sino también como la puesta en escena de lo político como dimensión del arte. Antes que preguntar por el espacio de lo social y sus manifestaciones en la esfera pública, lo que estos artistas articulan en sus obras es el paso por un pasado con el fin de entender cómo situarnos mejor en el presente. Así, el poscomunismo, como articulación artística, se antepone a los cierres históricos. Solo una constante recuperación del pasado y sus imaginarios simbólicos pueden ofrecer una salida a la prevalencia de los derroteros que alzan la bandera del “fin de la Historia”.

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*curador de la exhibición en Collage, Gallery, Miami