En Memoria

El legado de Oswaldo Vigas (1926-2014)

“No he sido nunca rigurosamente abstracto ni rigurosamente figu­rativo. Lo que he sido siempre es rigurosamente Oswaldo Vigas”. La frase, pronunciada por esta figura clave de la modernidad latinoamericana, que nació en Valencia, Venezuela, en 1926, y falleció el 22 de abril a los 88 años en su país de origen, define lo que fue su existencia y, dentro de ésta, el conjunto de una larga y poderosa travesía creativa que se resiste a la clasificación.

En Memoria

Según escribió la crítica y curadora Adriana Herrera, “Vigas se negó a formar parte de modo riguroso de cualquier tendencia de la época, aunque en su obra hay huellas del arte geométrico, del expresionismo abstracto e, incluso, del informalismo, y, sobre todo, de la búsqueda constructivista de un lenguaje universal que fundie­ra las vanguardias del Viejo Mundo con el legado iconográfico precolombino y con el poder mitológico de la cultura popular latinoamericana. No en vano fue un coleccionista de arte prehispánico. Pero Vigas pintó siempre lo que necesitó pintar. Siguió un camino propio sin plegarse a ninguna demanda ajena a sus propios transcursos que siempre fueron y volvieron al mito, al eros y a la vida, y creó obras que tienen una cualidad arquetípica y que logran fundir lo mítico con la modernidad”.

A los 86 años asistió a la inauguración en Miami de una de sus más grandes exhibiciones individuales de los últimos años “Vigas Constructivista. París 1953-1957”, en Ascaso Gallery, bajo la curaduría de Bélgica Rodríguez.

70 años atrás, con sólo 16 años, había recibido el Premio de Ilustración del Primer Salón de Poemas Ilustrados, del Ateneo de Valencia, Carabobo, Venezuela, donde poco después tuvo una exposición personal. Invitado por el pintor Alirio Oramas se integró al Taller Libre de Arte de Caracas. Fue ahí donde comenzó a pintar su serie legendaria de las brujas. No se puede hablar de Vigas sin hablar de ellas: Pequeña bruja, Bruja nocturna, Bruja de la rama, Bruja de la serpiente, Bruja de la alfombra amarilla, Princesa bruja, Bruja niña, y La gran bruja, obra que en 1952 le hizo merecer El Premio Nacional de Artes Plásticas, mientras obtenía paralelamente el Premio John Boulton, y el Premio Arturo Michelena. Fue gracias a esos premios –el primero incluìa un viaje a Europa- que Vigas se estableció largos años en París, donde siguió, como Tamayo en el tiempo del muralismo mexicano, un sendero propio.

¨Cuando llegué a París en 1952 habían pasado dos años desde el propio regreso de Alejandro Otero a esta ciudad y en París estaban Mateo Manaure y otros defensores del arte abstracto –fundadores de la revista Los Disidentes–, pero yo no entré a ningún grupo”, rememoró en una entrevista con Herrera. A mediados de los cincuenta el arquitecto Carlos Raúl Villanueva le encargó unos murales para la Ciudad Universitaria de Caracas, Venezuela.

Tras realizar los murales abstractos y las series de objetos negros, obje­tos-paisaje, objetos-ciudad, ha vuelto una y otra vez al arquetipo femenino, con imágenes de hembras híbridas fusionadas con animales o con plantas y personificaciones como Enigmadora, Paseante