Extranjerías
MUAC, Ciudad de México
En su libro Imaginarios urbanos (Eudeba, 2005), Néstor García Canclini abre una interrogación: “¿Quiénes cuentan la ciudad en las crónicas, en las películas, en las canciones y en las exposiciones…?”.
Quizá en “Extranjerías”, en donde comparte curaduría con Andrea Giunta y Alejandra Labastida, más que responderse, la pregunta se extienda hacia uno de los posibles márgenes del concepto lugar: la lejanía, y a una de sus brechas: el acontecimiento. Las diferentes propuestas artísticas mostradas son una clase de almanaque sobre el cual se trazan nuevos modelos que van desde la mudanza hasta el exilio, quizá demasiado reiterados a lo largo de la historia, no sólo del arte visual, sino de el universo creativo en general.
Existe una intención de didactismo (textual, “experiencial”) en cada una de la salas para subrayar las empatías que las obras mantienen, a veces frágilmente, con el discurso que enfatiza la cualidad de extranjero en cada uno de los autores, pero es en el desglose de dicho término en diferentes sintaxis espaciales, donde se hallan los vínculos que se corresponden con ese nuevo límite que se crea al trasladarse y, más aún, al ser incluido o excluido, en el sistema-país receptor.
Tanto Begoña Morales (Perú, 1977) en Jaula de oro como Jorge Macchi (Argentina, 1963) en New wave, repasan esa imposible geometría que conlleva a una forma hasta entonces inédita, poseyendo los medios y los formatos para establecer una paradoja que genere paisaje – horizonte y jardín – aunque, en aquel otro lugar que es la nueva casa, se carezca en realidad de superficie. El visitante se sitúa al interior de “Extranjerías”, tal y como lo haría en una buhardilla donde pudiera imprimir su sombra, de tal modo que otorga el peso de lo temporal fijado a una imagen a esa indefinición: lo que no se reconoce, aún estando presente en un espacio, y lo que, sin estar, se re-conoce.
La operación se complica cuando se traza un puente real y visible sobre aquel conceptual referido al tránsito, tal como ocurre en la videoinstalación Trilogía del metro cuadrado: cualquier salida puede ser un encierro de Graciela Sacco (Argentina, 1956) o en N. Pitágoras de Mariano Sardón (Argentina, 1968), una pieza mecanizada, multimedia. En la primera se aprecia, encerrado en un prisma de gran formato, el mar en su vaivén que genera un simulacro de andanzas y riesgos, esquematizados por un puente colgante; mientras que en la segunda obra se traza una postal con la proyección – en pequeño formato y sobre del piso – de la semántica Pitagórica que existe en el famoso teorema. En ambos formatos se plantea un problema de lenguaje evocando cuanto no se puede decir ni representar y que por tanto, más que potencializar la expresión de los comunicantes, produce un fenómeno de aislamiento, de contemplación silente y breve. Estamos ante la asimilación versus la condición de extranjero y al modo en que los actos repetidos van configurando un método utilizable, una suerte de lenguaje en tránsito, más allá de la voluntad.
A partir de este conjunto descrito, pueda entenderse que “Extranjerías” no se localiza en una temporalidad predeterminada, sino en el interregno de lo posible y lo imposible de ocurrir, cuando el título alcance a lo inscrito, cuando la obra localice al visitante. En este orden el autor no es sino intervalo: señala la resistencia del exiliado que involucra el deseo como signo de renovación y recomienzo. La búsqueda de identidad se da a través de lenguajes fieles a una causa sin patria. Es de este modo como la música aparece y modifica la conducta del escucha y del entorno, pues la tecnología y las redes promueven dicha voracidad y su saciedad.
La forma y contenido de un archivo de bites abandera en Extranjerías los postulados de diversos grados de necesidad, mientras la música da sentido a lo cotidiano, y memoria a la relación que hasta entonces no se producía, no se correspondía con el recién llegado, pero que al cabo transforma el recorrido en una clase de largometraje. Ese es el caso de las piezas Historia de la piratería musical (Necrópolis), de Carlos Amorales (México, 1970) y del video-tríptico la Última frontera de Mieke Bal (Países Bajos, 1946), conformado por Becoming Vera, Colony y Elena. Todos, obras subversivas que se integran forzadamente a la intención de la muestra, pero evidencian documentalmente, las derivaciones que la búsqueda original del horizonte puede encausar: la ambición de poseer, el desconsuelo del porvenir y el abuso de toda buena intención.
Es interesante que el trayecto dentro de la exhibición sea de ida y vuelta, pues tal museografía fuerza a terminar en el comienzo, es decir, con la obra Dark swamp (Nest), de Regina Silveira (Brasil, 1939). Un gigantesco huevo negro en perfecto y paradójico equilibrio descansa sobre un vinil que dibuja un suelo infestado de caimanes que puntualiza la paradoja del origen contenedor de su propia extinción. La muestra incluye también una obra de Leonardo Solaas (Argentina, 1971), Wish café: una plataforma de comunicación a partir de la cual los deseos expuestos digitalmente devienen en datos y se ofrecen al espectador en toda su intrínseca posibilidad de conjunción, cuasi infinita, pero también sujeta a la dependencia de creer en la realidad de todo cuanto aparece en la red. En este mapeo, el espectador se moviliza y se detiene, se hace nómada y sedentario, se reconoce como sujeto, y transita del asombro e ilusión a la nostalgia de la memoria o a la desesperanza.