José Gurvich. El pulso de una inquieta voluntad de cambio.
“Para encontrar la vida tuve que lanzarme a un espacio libre, con una única esperanza, que en el fondo de él, encontrara mi propia voz”. José Gurvich
Nacido en Lituania en el seno de una familia judía, José Gurvich (1927-1974) arribó a Montevideo junto a sus padres y hermana a los cuatro años de edad, huyendo de la crisis social y económica que asolaba a Europa del Este por entonces, pero también, escapando de la persecución religiosa que ya comenzaba a sentirse en los albores de la Segunda Guerra. Radicado en una zona obrera de Montevideo, Gurvich demostró tempranamente su inclinación hacia el dibujo, y siendo adolescente, alternó el trabajo en una fábrica de impermeables con las clases de pintura que tomaba con José Cúneo. Fue estudiando violín en 1943 que conoció a Horacio Torres, quien intercedió para que su padre, Joaquín Torres García, aceptara a Gurvich como alumno en el mítico “taller del sur”. Para sorpresa del propio Gurvich, en noviembre de 1944, su obra fue incluida en la exposición Pintura moderna del Uruguay, llevada a cabo en la galería Comte en Buenos Aires, siendo ésta la primera vez que su trabajo se exhibía fuera de Montevideo (1)
Son precisamente estos desplazamientos en el derrotero del artista –junto con las transformaciones y cambios que acusó su obra– los tópicos que Cristina Rossi pone en relevancia en la exposición que bajo su curaduría se titula: José Gurvich. Cruzando fronteras, llevada a cabo en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA), entre agosto y octubre de este año. En lugar de encarar la muestra bajo el formato de la clásica retrospectiva, Rossi pone el foco en la capacidad que Gurvich demostró a largo de su trayectoria para moverse y desplazarse con libertad, tanto geográfica como estéticamente. Con un guión curatorial organizado a partir de cuatro núcleos, la exposición permite comprobar el modo en el que Gurvich dio sus primeros pasos siguiendo los preceptos torresgarcianos para luego introducir, paulatinamente, cambios y modificaciones que responden a la búsqueda de su propia voz. Así, partiendo de una serie de dibujos y pinturas de pequeño formato realizados sobre papel entre 1947 y 1948 –que respetan celosamente los postulados del Universalismo Constructivo: sección áurea, búsqueda de unidad, ubicación de los símbolos dentro de la cuadrícula- la exposición da cuenta de un conjunto de obras sobre madera que Gurvich realizó en Buenos Aires en 1960– cuando visitara nuestra ciudad acompañado de su flamante esposa– y que presentan una singular asimilación de la síntesis constructiva.
Eligiendo una paleta de colores que no se ciñe estrictamente a los tonos terrosos sino que abraza los contrastes cromáticos, Gurvich irá perfilando a partir de los años sesenta una línea de trabajo que denota la preferencia por una simbología de carácter personal, e incluso, hasta cierto punto, autobiográfica. En este sentido, resulta significativo lo expresado por Pablo Thiago Rocca cuando afirma: “El proceso mediante el cual los alumnos de Torres asimilaron la prédica del mentor y consiguieron el camino personal dentro del TTG, adquiere una gran complejidad en tanto y en cuanto las relaciones intergrupales motivaron sus influencias estéticas, sus entrecruzamientos. Hay una dinámica de las afinidades psicológicas y de los liderazgos docentes y hay una decantación natural de lo aprendido, donde la experiencia de vida de cada uno juego un rol importante" (2)
Así, a partir de su matrimonio con Julia Helena Añorga, sus obras comenzaron a poblarse de parejas que remiten a la concepción torresgarciana de Hombre Universal, aquel que debiera recuperar la armonía cósmica y dominar los bajos instintos del hombre individual. Hacia 1964, luego de un viaje por Europa, se instaló junto su esposa e hijo en el kibutz Ramot Menashé, al norte de Israel, donde además de trabajar como pastor de ovejas, realizó piezas en cerámica y pintó un gran mural para el comedor comunitario. De hecho, Gurvich se desempeñó como docente de cerámica en el TTG antes de su cierre en 1962 y la fuerte inclinación que sentía por trabajar con este medio se vio plasmada en las extraordinarias esculturas cerámicas que realizó durante los últimos años de su vida en Nueva York. La práctica de un arte que articulara la creación de piezas vinculadas tanto a las bellas artes como a los oficios –cerámicas, pinturas, mobiliario, dibujos- fue un compromiso que Gurvich asumió durante su etapa de formación junto a Torres García y que no abandonó ni siquiera cuando alcanzó su máximo potencial de experimentación personal.
El inicio de la década del setenta encuentra a Gurvich arribando con su familia a Nueva York, ciudad que sería su última morada. Para Edward Sullivan, “Nueva York funcionó para Gurvich como una suerte de laboratorio en el que pudo reconfigurar sus antiguas técnicas y temas e investigar nuevas posibilidades" (3).
El último núcleo de la exposición incluye trabajos en los que se puede apreciar el modo en que el ritmo palpitante y enérgico de esta ciudad impactaron en su poética. Los bosquejos de tinta y acuarela sobre papel que Gurvich realizó a partir de sus caminatas por la ciudad, dan cuenta de sus impresiones inmediatas ante la vitalidad y el dinamismo de este nuevo entorno. Asimismo, Sullivan señala que resulta interesante el modo en que los “cuadernos de Nueva York” de Gurvich se presentan como un homenaje, quizás involuntario, a trabajos similares realizados por Torres García en la misma ciudad entre 1920 y 1922. Pero sin duda, las obras más experimentales que Gurvich realizó en Nueva York son aquellas en las que demuestra un interés por traspasar las fronteras entre pintura, escultura y objeto, tales como Assemblage, el Collage en naranjas y Tríptico, ambos de 1972.
Esta exposición, que reúne aproximadamente 90 obras y fue realizada en colaboración con la Fundación Gurvich de Montevideo, se complementó durante los primeros días de su apertura con un coloquio coordinado por Rossi en el que se discutieron diversos aspectos de la obra del artista y que contó con la participación de Garbriel Peluffo Linari, Pablo Thiago Rocca, Edward Sullivan y la curadora; éstos tres últimos, autores de los ensayos que componen el catálogo-libro que acompaña y documenta la muestra.
José Gurvich. Cruzando fronteras es sin duda una exposición elaborada en base a una rigurosa investigación académica pero que, no obstante, logra desplegar facetas no tan conocidas del artista uruguayo en un tono accesible y disfrutable para el público.
(1) Cabe destacar la rápida aceptación que Gurvich recibió por parte del maestro Torres García y su inclusión en una exposición que presentaba varios artistas uruguayos ya consagrados, como Carlos Sáez, Pedro Figari, Rafael Barradas y quien fuera su primer maestro de pintura, José Cúneo, entre otros.
(2) Pablo Thiago Rocca, “Notas para una iconografía del obrero-artista” en José Gurvich. Cruzando fronteras, Buenos Aires, Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, 2013, p. 118.
(3) Edward J. Sullivan, “Gurvich en Nueva York. Una relación conflictiva” en José Gurvich. Cruzando fronteras. Op. Cit. p. 167.