Revelaciones Artísticas en laTrienal de Cerámica

Por Adriana Herrera Téllez

Elit/Tile 2010, la IV Trienal Internacional del Tile Cerámico, realizada con la cooperación de la Fundación Igneri/Arte y Arqueología en el Centro León de Santiago de los Caballeros, República Dominicana, fue una de esas exhibiciones que sobrepasan expectativas, en este caso relacionadas con la cerámica en el formato de baldosa. Desafió la separación entre arte y oficios artesanales, las fronteras entre medios, y demostró cómo la museografía puede construir visiones curatoriales sin que medie una selección de obras. La Trienal que se inició en Santo Domingo en 1999 gracias al tesón del artista Thimo Pimentel, presidente de la Fundación Igneri, exhibió en su cuarta edición 357 obras provenientes de 91 países que reafirman la calidad y el carácter experimental de esta muestra que ensancha las posibilidades de la cerámica de autor.

Anita Teder. Gust. Arcilla negra y porcelana, 18.5 x 18 x 6.5 cm

Aunque el tamaño se limita al estándar de los “tiles” o baldosas (15 x 15 cm) ateniéndose a este formato y a un medio tradicionalmente asociado al diseño utilitario, muchas obras se inscriben en las prácticas artísticas contemporáneas. En parte gracias a la influencia de la Trienal y al legado de figuras como Paul Giudicelli se está gestando en Santo Domingo un movimiento de jóvenes artistas que exploran posibilidades inéditas de la cerámica. Destacan piezas de los dominicanos Pimentel, Carlos E. Despradel, Abelardo Llerandi, Francisco Javier Rosa, Radhamés Carela, y Thelma Leonor, entre otras.

Uno de los aspectos fascinantes de la Trienal que en esta edición se dedicó a la artista Ada Balcácer y al ceramista Leo Tavella es el trabajo de museografía dirigido por Pedro José Vega. Este curador y museógrafo que rinde culto a los laberintos borgianos y puede traducir en su concepción espacial el equilibrio entre la contención minimalista y la aspiración a abarcar lo infinito, armó salones de exhibición cuadrados como el formato de la baldosa abiertos y conectados entre sí. Entre el cielo raso y el suelo negros, el espectador transitaba por este laberinto de paredes blancas y una tenue franja gris central donde las obras se alineaban con exacta regularidad, con la sensación de explorar un universo ordenado en conjunto y capaz de depararle, tile a tile, experiencias reveladoras. El montaje privilegió las zonas geográficas Caribe Insular, Centroamérica y México, Eurasia, Medio Oriente, por ejemplo enfatizando correspondencias visuales relacionadas con los contextos. En Cuba hay diversas exploraciones de la identidad. Ismary González hizo el molde de sus senos y una etiqueta indagando en cuál sería el efecto de aumentarlos. El tile de Lasseria, fuera de concurso, hace surgir un pulgar con la uña pintada de blanco en el centro del triángulo rojo que forma parte de una abstracción inspirada en la bandera cubana. En la baldosa del centroamericano Francisco Munguia Villalta hay numerosos ojos que miran hacia el sur, donde es visible el letrero Do not cross the Line. En Suramérica destaca el aporte de Chile, Argentina y Brasil con piezas de Patricia del Canto, Claudia Álvarez o Malú Serra, entre otras. Europa muestra nostálgica reiteración de motivos folclóricos o mitológicos, en piezas como Horse Race delalbanés Sedji Bytiqi, o la recreación de Leda y el Cisne de la alemana Karen Tobías. Pero también hay piezas con óxidos que evocan el estallido de la sangre en países como Bosnia- Herzegovina (la pieza de Sonia Rakvick) e igualmente en la obra ganadora de la mención por región del Medio Oriente, hecha por Faik Alwan. En Estados Unidos, el cuervo negro de Katharine Perrer evoca a Poe y hay resonancias filosóficas en Staifs de Jim Bove, o un traspaso de la escultura minimalista en Articulated Pathways de Jessica L. Smith.

Paralelamente el laberinto de tiles revela constantes como las piezas meta-artísticas, sobre la mano que modela. Una bella cerámica –ganadora de la mención Región África- es la de Mbanza Diakite. Con óxidos metálicos y esmalte captura la huella de los dedos hundidos en la arcilla. Muchos de los mejores “tiles” son aproximaciones a las formas abstractas y/o geométricas que hay en la naturaleza. Basta el pequeño cuadrado de una baldosa para demostrar que la representación figurativa de texturas, ondulaciones, espirales, espacios negativos de cuerpos orgánicos, puede ser a un tiempo expresión de una dimensión poética. El Premio Fundación Igneri al mejor tile de artista extranjero, otorgado a la canadiense France Goneau; el premio Especial del Jurado concedido a la sutil impresión de hojas de la belga Patty Woutters; y el Premio Susana de Moya Foundation, otorgado a Anika Tender de Estonia, son prueba de ello, así como también Oscuro, de Esteban Quispe o Felicidad, de José Rogelio Vaamondy. En casos, como en Love Letter Landscape, de Margieta Jeltena (Premio Fundación Altos de Chavón al mejor tile concepto), es posible contener la expresión de la subjetividad humana en una pieza que a un tiempo recrea un objeto y evoca formas naturales. Buscando Intersticios, de la argentina Martha G. Kearns (Premio Revista ARTes de resolución escultórica) tiene la cualidad metafórica que refleja el título y un valor formal inobjetable. Hay piezas que impregnan la cerámica de la potencia de una narrativa en curso, o que le traspasan nociones del dibujo (desde el vacío hasta la ilusión tridimensional) y del grabado. Eso sucede con la criatura híbrida de Inés Tolentino o la construcción de Leslie Jiménez, y con la pieza de Félix Ángel. En suma, la Trienal abre pasadizos para la comprensión de la naturaleza inagotable de la cerámica.