VIAJE A LA BIBLIOTECA
En el marco de la Semana del Arte en Buenos Aires, un grupo de coleccionistas donó esta mañana la obra ‘Alfabeto Lunar’, de Leandro Katz, a la Biblioteca Nacional Mariano Moreno (Buenos Aires, Argentina). Concebida en septiembre del año pasado como una pieza site-specific para el emblemático edificio brutalista diseñado por Clorindo Testa, las lunas de Leandro Katz son ahora un elemento de la ciudad rioplatense.
La noche para los antiguos poseía el atributo –o la maldición– de la atemporalidad. Sin sol no había forma de medir el paso de las horas. Algo similar ocurre en el estudio de Leandro Katz. Desde la segunda revolución industrial –por estabelcer una fecha– el tránsito es un claro indicador del tiempo (al menos de la madrugada hasta el crepúsculo). Leandro Katz vive en el segundo piso de un edificio sobre la Avenida Santa Fe, una de las arterias centrales del transporte porteño. Sin embargo, dentro de su casa, que a la vez hace de estudio, el bufido de los colectivos no se escucha; todo lo gobiernan sus lunas, transformando el espacio en una noche infinita. Incluso el espíritu de Katz, inquieto y curioso como el de un adolescente, responde a este orden.
Hay dentro de esta comparación otra metáfora: es el hecho de que la condición atemporal que para los antiguos tenía la noche se reproduzca en la casa de quien, con la rigurosidad del científico y la imaginación del poeta, no solo hizo un alfabeto con las fases lunares, sino que también estudió hasta el agotamiento las comunidades precolombinas – la Maya, principalmente –, sus edificaciones y su lenguaje. De esa obsesión, sostiene Leandro, surgieron proyectos como Alfabeto Lunar, Paradox o Proyecto Catherwood.
La carrera de Leandro Katz es una curva ascendente. Ahora bien, si pudiéramos trazar sobre un mapa con un lápiz rojo los movimientos que el artista realizó desde su partida de Buenos Aires en 1961, el resultado sería algo parecido a una pintura de Willem de Kooning. Desde la capital argentina hasta Nueva York, Katz recorrió América durante cinco años. En el camino no hubo grupo de poetas que no haya traducido al inglés o que no haya visitado durante sus estadías. Sumido enteramente a la poesía, Leandro se lanzaba al mundo como El Tonto del Tarot: inocente. Sin perro a diferencia de la figura esotérica, pero con un cuaderno y un lápiz.
Contemplando esta primera etapa del artista, la donación que Alec Oxenford y Amalia Amoedo, entre otros coleccionistas, hacen a la Biblioteca Nacional Mariano Moreno (BNMM) es muy acertada. “Es algo así como la metáfora de la alfombra de las Mil y una noches. Uno se sube a la alformbra y se transporta al mundo de los libros y llega en un instante a donde quería llegar. Creo que a Jorge Luis Borges le habría encantado…”, explica Leandro. “Como poeta la idea de la alformbra voladora me emociona”.
La obra donada a la BNMM se trata de una recreación del Alfabeto Lunar (1978) encargada a Leandro Katz por la curadora Cecilia Alemani en el marco de Art Basel Cities: Buenos Aires 2018. Ubicadas en la explanada de la biblioteca, las tres columnas de glifos lunares colocados en el suelo son una metáfora del lenguaje. “Desde siempre tengo una fascinación con los jeroglíficos”, describe el artista argentino. “No tanto desde un punto de vista arqueológico, sino filosófico con relación a la poesía. Y el resultado es un trabajo sumamente conceptual pero que le gusta a todo el mundo; por un lado, es lúdico; por el otro, tiene una carga lingüística muy densa”. Y así es: para el transeúnte, las baldosas pueden ser una rayuela galáctica, un lenguaje en clave, un enigma borgiano, un simple alfabeto… En esa polisemia reside el valor de la obra:
Cuando pulverizamos las palabras
lo que queda no es simplemente ruido,
o puros elementos arbitrarios, sino aún otras palabras,
el reflejo de una representación invisible y sin embargo indeleble:
este es el mito en el que transcribimos ahora
los poderes más obscuros y reales del lenguaje (Oración Lunar II).
Cada habitación del departamento de Katz está unida a las demás por un elemento común: una mesa repleta de negativos. Leandro explica que se encuentra en la realización de un libro que reúne todas las fotografías que tomó de Charles Ludlam y El teatro del ridículo a finales de la década del 60 y principios de los 70. Fue exactamente después de esos años que el poeta empezó a poner la mirada en el cielo.
Sentado en la cocina – por donde también pasea una pila de negativos –, de perfil a un enorme tragaluz que da a un jardín de invierno, Leandro reconstruye todo el proceso que lo llevó a la composición del alfabeto: “Quería ilustrar, de alguna manera, la conexión del lenguaje con la naturaleza y la contemplación que hacían los pueblos antiguos de los cielos. Tenía que encontrar la luna a cierta hora de la noche y en periodos específicos porque todo podía cambiar de una ‘L’ a una ‘M’. Me llevó meses construirlo, se volvió casi una relación casi amorosa, una plegaria”. Cada noche, Katz llamaba al Farmers Calendar de Nueva York para saber cuáles iban a ser las condiciones climáticas y en la terraza de su estudio en Manhattan retrataba con una cámara 35 milímetros la luna. Tenía prácticamente un estudio en la azotea, dice, porque también en esas largas vigilias nacieron algunas de sus célebres películas.
“Por entonces, las filmaciones en timelapse de la luna cruzando el cielo eran, para mí, mis primeras obras políticas”, cuenta con la risa en la boca y continua: “¡Tenía una audiencia mirando la luna atravesar la pantalla durante veinte minutos! Era, por supuesto, algo muy bello y sensual pero también tedioso. Pensaba: ‘los tengo a todos mirando la Luna’ y me parecía sumamente sarcástico”. Estos films en los cines de vanguardia neoyorquinos y la construcción del alfabeto fueron, de alguna manera, los detonantes de su carrera como artista visual. Si bien Leandro jamás dejó de escribir, es a fines de los 70 que comienza a centrarse en la poesía visual, la interpretación de los espacios y el universo de los símbolos. A esto se debe, también, la importancia de la obra que, desde hoy, habitará por siempre la explanada de la Biblioteca Nacional: al igual que la noche separa un día de otro, el Alfabeto Lunar separa al poeta literario del poeta visual… y finalmente los une.
Antes de dejar su domicilio, Leandro nos revela el secreto: los vidrios están reforzados, por eso no se escucha la calle. En definitiva, ese gesto caracteriza al arte y la literatura, la manipulación de un objeto o el ocultamiento de otro para la construcción de un mundo posible.