Yayoi Kusama. Viaje al interior de la locura
Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires
Yayoi Kusama. Obsesión infinita fue la primera muestra retrospectiva en América Latina de la mayor artista japonesa viva de posguerra. Organizada por Malba – Fundación Costantini, en colaboración con el estudio de la artista, y curada por Philip Larratt-Smith (Vice Curador en Jefe, Malba, Buenos Aires y Frances Morris (curadora de la retrospectiva de Kusama en la Tate Modern, Londres).
La muestra presentó un recorrido exhaustivo a través de más de 100 obras creadas entre 1950 y 2013, que incluyeron pinturas, trabajos en papel, esculturas, videos, proyección de diapositivas e instalaciones.
Un museo tomado por dentro y por fuera con la fuerza lisérgica de Yayoi Kusama (84) permite hacer una crónica de la exposición sin visitarla, sentado en la escalera de ingreso, escuchando las expectativas de largas colas que, escoltadas por árboles a lunares, esperan ingresar. O atento a los excitantes rumores que emiten los ojos de quienes se retiran extasiados. También podríamos visitarla con los ojos cerrados y percibir las vibraciones cerebrales. Con eso alcanzaría. Pero sería una pena.
Al abrir los ojos, el visitante encontrará una de las paredes más importantes del claustro central forrada de obras de gran formato que, una a una, van reseñando las mejores sueños y las peores pesadillas de una artista que cotidianamente enfrenta su locura con los materiales pictóricos, hasta que sea hora de descansar en el psiquiátrico que la abraza cada noche. La osadía de la paleta de estos trabajos contrasta con la mansedumbre vital que lleva la creadora japonesa. Especialmente si, al subir las escaleras del museo y empezar el recorrido del segundo piso, recordamos el mismo ascenso alocado que Kusama vivió en su paso por EUA cuando una catarata de creación, orgías y performances corporales desnudaron una personalidad irrefrenable.
Las salas que atesoran sus obras más primitivas y las instalaciones de los sesenta están custodiadas por un storyboard que nos muestra a la Yayoi bebé (1936), la joven de mirada amenazante, la oriental dueña del mundo pero inquilina de un vértigo vital insoportable, o una joven octogenaria de pelo rojo furioso y revolucionaria paz. Sus primeros trabajos expuestos datan de la década del 50 y ya proyectan puntos, líneas y una contenida necesidad de simplificar la extraordinaria complejidad de su arte.
Encontramos en estas series y las de la década siguiente una conceptualización de sensaciones como la nocturnidad, la comunidad, y las redes que la ubican en la misma generación de los artistas visionarios en su tiempo. Warhol se aferró al consumo, o la VIH de forma anticipada, y Kusama retrató la idea de redes y comunidades sobre el oscuro fondo de su escepticismo.
Estos aspectos, así como el hipnótico efecto de velocidad en una congregación equilibrada por la preocupación, nos remiten directamente a las ideas de sublime que propusiera Arthur Danto en El abuso de la Belleza. El mismo efecto consiguen otros integrantes de la serie Infinity Nets, cuyo título pareciera recobrar mayor vigencia en tiempos de virtualidad.
Las salas siguientes, donde florecen penes fláccidos nos hablan de la fálica potencia de esta artista en variaciones de claridad u oscuridad alucinógena. En este momento del recorrido pareciera sonar de fondo la mejor versión de las Variaciones Goldberg de Bach a manos de Glenn Gloud. Se nos acelera el corazón mientras se acompasan los pasos. Piezas como Infinity Mirror Room – Phalli’s Field (1965/2013) ó Walking in the sea of death (1981) jaquean la comprensión del visitante.
Seguidamente habrá un remanso de salas destinadas a proyecciones de performances públicas y recursos de documentación que, como el itinerario vital de la artista, hablan de su regreso a su Japón natal, y la preocupación por su salud mental.
Las obras siguientes, hablan de la potencia políglota y multietaria de una artista que rompe el acuerdo entre el espectador y la obra para sumergirnos en ambientes que quiebran los límites entre lo personal y lo público. Entramos dentro de la artista, la penetramos, y los lunares (símbolo por excelencia de la locura) engañan el ojo en obras de marcado sentido pop. Estos trabajos de “la moderna Alicia en el país de las maravillas” (según ella misma) son celebrados por los grandes y comprendidas por los niños más felices de todos los museos del mundo. Así lo demuestran más de 120.000 visitantes que se apropian de la cotidianeidad íntima participando de un acto de voyeurismo mental que no deja de ser impúdico.
El furor de la muestra Obsesión Infinita en Buenos Aires es comparable con la rabiosa participación de los visitantes en la última sala, donde cada persona puede aplicar unos lunares multicolores que se reciben al comprar la entrada. Mientras que la artista más pobre y más rica del arte actual declara haber padecido “económica y psicológicamente” su arte, el público se vuelve Yayoi.
Tal vez sea demasiada gente dentro de una sola persona como para soportarlo con cordura.
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Del 30 de junio al 16 de septiembre en el Museo Malba / Colección Constantini Argentina
Curada por Philip Larratt-Smith y Frances Morris. Con obra perteneciente a las colecciones de Kusama Studio, el IRB-Brasil Re, Ota Fine Arts, Victoria Miro Gallery, London y David Zwirner, New York.