_Ninguna forma de vida es inevitable_
Flora: ars + natura, Bogotá
La exhibición inaugural de este espacio abierto por el curador José Roca toma su título de una frase de B.F. Skinner –“Ninguna forma de vida es inevitable”- reactualizando la idea de la libre determinación y el mismo legado de la Expedición Botánica que en el siglo XVIII anudó el reconocimiento de la riqueza natural al sueño de la autonomía política.
Apartándose de las oposiciones entre naturaleza y cultura, Flora: ars + natura, inserta ese binomio en las prácticas artísticas y a su relación con el pensamiento político. Las obras exhibidas conectan la creación individual con la construcción de formas de vida que constituyen nichos de resistencia, parajes de una subjetividad liberadora.
La curaduría de Roca propicia la exploración y reconstrucción de un inventario de vidas que postularon –de un modo reactualizado por las diversas prácticas artísticas- otras formas posibles de existencia en armonía con la naturaleza, así como espacios alternos de vinculación humana. Es, de hecho, la primera versión del programa Álbum que toma “una obra literaria relevante” para Flora y la convierte en una suerte de “catálogo preexistente” de una muestra. En este caso, la obra vertebral es Walden o La vida en los bosques, el libro que Henry David Thoreau escribió cuando se retiró a éstos y construyó su cabaña a mediados del siglo XIX en los bosques cercanos a Connecticut, epicentro de los trascendentalistas norteamericanos, como refugio frente al intrusivo papel del estado.
Ante lo heterónomo –ese poder ajeno que impide el desarrollo de la propia naturaleza- Thoreau postulaba la búsqueda propia de “los hechos esenciales de la vida”, como puede leerse en la versión que el artista Kevin Mancera transcribió a mano e ilustró para la exhibición. Un ejercicio que a su vez evoca a los dibujantes de la expedición botánica y que nos devuelve a la relación entre la mano que recrea un mundo y la generación del pensamiento. En todo caso, como afirma Roca, este texto que preconizó la desobediencia civil y originó la resistencia pacífica de Gandhi y Luther King, “está al origen de las disidencias pacíficas en todas partes del mundo, desde movimientos como Occupy Wall Street o Los indignados hasta las actuales protestas a la forma como somos gobernados”.
Continuando la genealogía de Walden que inspiró el proyecto inmobiliario Walden 7, realizado por autogestión y concebido por el arquitecto catalán Ricardo Bofill y el grupo Taller de Arquitectura, Luis Fernando Ramírez creó una versión de su maqueta en plástico y miel –colgada en la terraza, a modo de panal-, evocando así instancias que idearon espacios sociales alternativos de creación y convivencia.
De forma paralela, la artista y arquitecta Marjetica Potrč, se toma las paredes para dibujar sobre éstas dibujos y diagramas de comunidades que se han aislado en el Amazonas para intentar proyectos utópicos. Su manifiesto replantea –como toda la exhibición- el hecho de que el agotamiento de los grandes relatos que nos fueron impuestos no imposibilita los intersticios en donde individuos o pequeños grupos intentan vidas alternas. Contigua a esta obra, Ana María Rueda instaló en la pared impresiones fotográficas en papel de arroz aparentemente abstractas que despliegan una cartografía satelital de la creciente devastación en la selva amazónica. “Lugares donde ya no hay nada”, dice. Vacíos que traen a la memoria la paulatina desaparición de los mundos de fantasía en La historia sin fin de Michael Ende, a medida que dejan de ser imaginados o contados.
Como performance en vivo y ejercicio de persistencia-resistencia, María Angélica Medina retomó el tejido de la gigantesca esfera que durante décadas ha construido de modo paralelo al cúmulo de conversaciones con la gente que se sienta a hablarle mientras teje su ovillo sin fin en la sala de su casa o en algún espacio expositivo. “Una terapia” vinculante –con la gente y el diario vivir- urdida con desobediencia frente a las tendencias dominantes. Cada siete conversaciones esta artista que dice no saber “sino tejer” cambia de aguja.
En otra habitación de Flora, las instalaciones en diálogo de María Isabel Rueda –una documentación evocadora de la obra y experiencia vital del artista Norman Mejía encerrado literalmente en el castillo que se construyó en Puerto Colombia para sus figuras alucinadas- y de Milena Bonilla - El fin del mundo será silencioso- se funden creando una poética contigua que señala vías de resistencia abiertas por el aislamiento, y mediadas por la energía del tiempo abierto a la renovación. Ya sea por la potencia de la imaginación futura o por la memoria de gestos vitales que se reactualizan. No en vano, Rueda eligió vivir en la misma población de Mejía “para llevar una vida regida por sus propias reglas”, según Roca.
El dúo Gómez&González hizo una reapropiación de la cabaña en España en donde vivió el Ermitaño de Tarifa con un modo de levantamiento del sitio obtenido con la técnica del frotage sobre las paredes (memoria de la piel de la casa y huella del tiempo) y a su vez convirtió su interior en una cámara obscura para traer adentro el paisaje que lo rodeaba y fijar su proyección con una técnica pretérita. El colectivo Maski subvirtió de otro modo la frontera entre arquitectura exterior y espacio exterior: filmó las ruinas de una casa con una toma donde el único movimiento es el del inesperado humo de la chimenea que activa tanto el cielo abierto como las paredes expuestas al entorno de la naturaleza. A su vez, la bella biblioteca con nichos biomórficos octogonales de Daniel Acosta que circundaba el video, se desbordará hasta el patio exterior de Flora.
Juan Leal Ruiz ha hecho un traspaso paralelo en la página web lealruiz.com, donde después de una década de reclusión en su mundo, expone su vida personal en público como un modo de expresar su singularidad de manera abierta, intentando “individuar la verdadera dirección de la interacción del arte contemporáneo”. El video de Guy Ben-Ner, donde el artista es Crusoe en la cocina de su casa muestra la tensión poética entre la libertad del aislamiento y la urgencia de la interacción.
Melanie Smith en colaboración con Rafael Ortega presenta Xilitla, un film que recobra la casa que el poeta millonario inglés Edward James –retratado por Magritte- se construyó “en el corazón de la selva mexicana”, donde quiso vivir rodeado de una colección de arte surrealista y “el sonido del verde”. La inclusión de los volcanes y paisajes nocturnos que Gabriel Silva hace con “los colores que restan en la paleta al final de la jornada” nos expone tanto a la potencia de los espacios interiores, como a la memoria colectiva del arte porque es imposible ya ver volcanes en erupción sin pensar en Dr. Atl, el señor de los volcanes, que alguna vez, huyendo de las autoridades mexicanas, se refugió en un convento habitado por presencias fantasmales. La instalación-paisaje de Luis Hernando Giraldo evoca tanto el espacio geográfico de la infancia como una cartografía de la violencia histórica con tensiones fronterizas entre la redención y la sombra de la muerte.
Como metonimia de las utopías que devinieron pesadillas en el siglo XX, se invoca la cabaña que el terrorista Unabomber se construyó en otro bosque de Norteamérica para planear acciones que minarían con la violencia el progreso que consideraba unido a “una tecnología deshumanizante”. Alberto Lezaca sintetizó la cabaña del neoludista radical en una estructura arquitectónica que exhibió junto con un hacha falsificada y usando la tecnología electrónica la insertó digitalmente en otros bosques. La ironía subyace en que hace una reificación del hábitat del Unabomber con la tecnología que éste aspiraba a destruir dando paso a una re-visitación crítica de su figura que Daniel Joseph Martínez emprende a su vez en una serie de planos arquitectónicos híbridos.
Tanto en las obras exhibidas temporalmente en Ninguna forma de vida es inevitable como en las que de modo permanente estarán en Flora –el aerolito de Miguel Ángel Roca incrustado en la ventana, material leve investido sin embargo con la alusión a los comercios erosivos, o el poético rosal de hielo de Juan Carlos Delgado renaciendo cíclicamente a las estaciones en el patio- naturaleza y arte se entretejen como espacios porosos e inseparables de la vida individual y común. Nos trasladan al ancho margen de libertad que nuestra imaginación puede abrir en lo biopolítico. No en vano, la visión del jardín flotante en una esfera translúcida de Tomás Saraceno a la posibilidad de reinventar las percepciones del espacio como los modos de habitar el mundo.