Ananké Asseff
Fundación YPF, Buenos Aires
El miedo, la inseguridad y la angustia, son los temas que Ananké Asseff explora desde hace una década. Su carrera se inició con la serie de fotografías “Mi presente perfecto”, sarcástico título de unas imágenes que rendían cuenta de la peor crisis económica, social y política que atravesó la Argentina.
Poco después y en ese mismo contexto, presentó un autorretrato donde se la veía como una adolescente, vestida de colegiala y sentada en un sillón, con un paquete entre sus manos. Con esta foto, la joven artista formada en la provincia de Córdoba, pasó a ocupar un lugar en el escenario de Buenos Aires. El gesto inocente del personaje, en abierto contraste con los labios pintados de rojo y las piernas apenas entreabiertas, expresan un erotismo más sugerido que explícito. El valor de la obra reside en la ambigüedad. Esa bella y excitante jovencita que no acaba de insinuarse abiertamente, conmueve con su vulnerabilidad pero, a la vez, suscita deseos inconfesables. La oscilación entre la inocencia y la perversión en un equilibrio perfecto, convirtió la imagen en un icono. El resto de la serie, acaso demasiado explícita y regodeada en la belleza del propio cuerpo, carecía de esas virtudes, pero la carrera de Asseff pegó un salto.
Su trayectoria en el circuito internacional se inició con la serie dedicada a la inseguridad y la violencia, con un sorprendente retrato de prototipos de la clase media argentina con revólveres y pistolas en sus manos, armados y decididos a resistir la ola criminal que desató la crisis y que todavía perdura. El año pasado Asseff participó en las muestras organizadas por Gerardo Mosquera (PhotoEspaña) y Rodrigo Alonso (Frankfurter Kunstverein), su obra ingresó en la colección de la Tate Modern de Londres, y el curador chileno, Justo Pastor Mellado, presentó sus “Crímenes banales” en el Centro Cultural Recoleta.
La invitación cursada por el curador Fernando Farina para mostrar su obra en el programa Arte en la Torre de la Fundación YPF, la colocó frente a un lugar difícil: el inmenso lobby del edificio diseñado por el arquitecto tucumano César Pelli en el barrio de Puerto Madero. Para disputarle protagonismo a la arquitectura, no sólo se necesitan obras de grandes dimensiones sino además atractivas, capaces de atrapar la mirada que tiende a perderse en los reflejos de una construcción vidriada. Así surgió "El miedo al viento", una imponente instalación con un gran poder de seducción retiniana.
La obra se destaca por varias razones. En primer lugar, por la desmesurada dimensión de una ola modelada en arcilla que parece surgir de la nada y que se percibe como una amenaza. Luego, por el material: el brillante metal plateado utilizado para las figuras. Se trata de dos personajes realizados en tamaño natural, un tigre que se desplaza hacia un hombre que permanece inmóvil, con la actitud mansa y entregada de una víctima resignada a un destino inexorable. Asseff logra detener el tiempo: algo está por suceder. La gigantesca ola a punto de romper anuncia una catástrofe mientras el tigre avanza. A pocos metros de allí, detrás de un paredón, se recorta un bosque sobre un cielo azul, y la visión de ese horizonte nocturno y luminoso ofrece una pausa a tanta tensión.
El clima es cinematográfico: el espectador que ingresa en la escena, está obligado a imaginar un desenlace.
"El miedo al viento" significó en la producción de Asseff un cambio de rumbo formal, pasar de la fotografía al site specific. Además, el cambio la indujo a profundizar el contenido de sus obras, a ahondar más aún su exploración en el feroz interior del universo del miedo. Y de este modo surgieron las metáforas.
Entretanto, la creatividad de la artista crece y se afirma en el plano psicológico. Ella invita a descubrir los componentes siniestros que anidan en las cosas que a simple vista resultan familiares, muestra el mundo intimidante que tenemos al lado y que nos resistimos a ver. Su obra es una señal.