Andrés Monteagudo
Ideobox Artspace, Miami
In Retroceso “el sueño dormido, Andrés Monteagudo (Spain, 1970) prolonga el influjo que ejerció sobre él en la infancia su ciudad natal, Granada, con una poética del cubo blanco que diluye las fronteras entre arte y vida.
Los universos creados dentro de éste son a su vez espacios de fuga del mundo, refugios donde la geometría establece un orden a salvo del caos, y lugares de contemplación abiertos al tránsito de los observadores. El artista los llama a la creación de sus propios reductos de ensueño.
Esa ciudad encantada de antiguos astrónomos que acechaban el tiempo en arquitecturas construidas para atrapar su misterio en el infinito espejo del agua, y descifrarlo en los recovecos de jardines laberínticos, modela su relación con espacios que crean una contigüidad entre los mundos más íntimos y las formas construidas. La luz, los recodos, el agua misma, las invisibles líneas que unen las cosas en el horizonte de la mirada, están presentes en el modo en que construye luminosos refugios al interior del omnipresente cubo blanco.
La instalación Retroceso el sueño dormido, alberga un cálido lecho con una colcha a la que incorpora tibias bombillas de luz. Esta obra, que bien podría haber sido la fantasía de un niño que se defiende de los fantasmas de la oscuridad, presupone la creación de un espacio impecable desde el punto de vista formal que logra concentrar, en una estética minimalista, la urgencia emocional de un lugar interior, de una habitación propia que no sólo potencia la creación artística, sino que es en sí la más poderosa metáfora de la propia obra.
En el video correspondiente llueve en el interior de la habitación en la que él duerme, pero la persistencia de la lluvia no perturba el universo interior del artista, que sigue en su plácido ensueño. Y ello porque su poética del cubo blanco –en cierto modo, una extensión de la poética del espacio del filósofo Gastón Bachelard- está conectada a ese espacio intermedio, entre la vigilia y el sueño, donde alientan los sueños creativos y se cumple, como el artista admite, un rito antropológico: “El encuentro entre el mundo físico y el mundo de la imaginación”. Un encuentro que acaece en un territorio cercano a lo arquetípico, a una particular conciencia de que en la frontera entre el sueño y la vigilia, como en la del arte y la vida, se abren nuevos umbrales de percepción.
Otro modo de apropiarse del cubo blanco con una poética propia es trazar mapas de líneas sobre el lienzo con sutiles elementos metálicos perpendiculares que no sólo construyen la tridimensionalidad sino un modo de habitáculos. Lo punzante de estas líneas perpendiculares al plano, funciona a la vez como una metáfora de la protección. El espacio está abierto a la mirada, pero construye una defensa ante la vulnerabilidad. Estamos nuevamente ante la peculiaridad de la nueva geometría que recurre a los lenguajes menos referenciales, a la estructura del orden de las líneas y puntos, y deposita en su expresión aséptica, la metáfora del propio ser, un juego de entrecruzamientos donde, a diferencia de la abstracción geométrica vernácula, la afectividad y los contenidos ontológicos pueden anidar. De ahí que el artista invoque a Bachelard: “La función de habitar comunica lo lleno y lo vacío. Un ser vivo llena un refugio vacío. Y las imágenes habitan.”