Aurora Molina
Bernice Steinbaum, Miami
La actitud crítica ante el establishment y el poder de infligir de unas fotografías equívocas sobre las nociones de vejez y belleza, definen, en conjunto, la visión de la obra de Aurora Molina.
Si le añadimos la irreverencia, el monocolor de la tonalidad “piel” y esta gama de rosados, negruzcos, y café-con-leche de sus muñecos, la investigación formal que consigue a través del cosido, el relleno de guata y la piel en lycra de estos personajes, se comprende por qué nadie puede entrar impunemente en su universo plástico.
En una ciudad como Miami, su trabajo es una impronta opuesta a lo que realmente vende The Magic City al mundo: una faz de azules marinos y blancos en la publicidad, bellezas sin límite en cada esquina y una vida “anti-envejecimiento” interminable. Aurora, que incluye actuaciones y videos en sus múltiples facetas de producción, arranca de cuajo a sus héroes y los atonta. Con sus monólogos y sus repeticiones bobaliconas los automatiza, y provoca un efecto mixto que incluye desde la comicidad de sus movimientos dirigidos a ninguna parte, hasta la lágrima que puede provocar ahondar en el origen.
Molina anima al espectador a que los sostenga, o bien manipula sus extremidades como si fueran títeres en un teatro para párvulos y nosotros estuviéramos sentados observando. Hay un paralelismo con las inquietantes esculturas humanas hiperrealistas que hace el australiano Ron Mueck aunque su estética sea opuesta, y posiblemente más cercana a las obras de Paul McCarthy en torno al maltrato del cuerpo y al horror del desgarramiento. (Basement Bunker).
Sus muñecos hablan de una soledad tibia cuando los agrupa y, a veces, pueden incluso confundir con una búsqueda de la monstruosidad como hobby. Nada, a mi entender, tan humanitario y bienhechor como verlos en conjunto, como pequeños beatos en el altar de una sala de exposiciones. Es imperativo observarlos detalladamente y ahondar en el cosido de las líneas que cruzan su cuerpo como otro rasgo de su expresión: hay que verlos actuar como si estuviéramos en un Toys “R” Us para freekies.
Al mismo nivel que en el mundo de la mitologías o que en las fusiones entre hombre y animales que conocemos a través de la literatura fantástica, el arte griego, el primitivo o incluso el indígena, la mezcla de partes y extremidades de varios seres produce un efecto de simbiosis extraña. Y ésta resalta con estos personajes robados a la cotidianidad de la gente del condado: el parque de casas rodantes de la calle 8, o la pequeña Habana, los asilos de ancianos en Miami Beach, o el orfanato de animales perdidos de la zona.
Juego atípico. Horror sensual. Robótica de aprendiz para iniciados. Denuncias a grito abierto sobre lo que pasa y pensamos. Consecuencias físicas de una intervención de cirugía estética o una interpretación real de lo que somos: muñecos transformados en una vitrina de museo… Age is Beauty es una exhibición disimuladamente radical en un Miami que carece de este adjetivo en su vocabulario.