Carlito Carvalhosa

MoMA, Nueva York

Por Laura F. Gibellini | noviembre 24, 2011

El atrio del Museum of Modern Art se ha visto inundado por una cascada etérea de sesenta pies de altura (algo más de dieciocho metros) de una finísima tela blanca, levemente ondulante por el aire y por la interacción de los espectadores y más que desarrollarse en el espacio parece querer contenerlo, fracturarlo, reinventarlo, a la vez que acumular, en él, el tiempo. La suma de los días.

Carlito Carvalhosa

Suaves murmullos, ecos, algún que otro grito o cántico se vierten al resto del museo desde esta doble espiral diseñada por Carlito Carvalhosa. Dos “cortinas” (una que ofrece un recorrido de ida hacia un interior abierto y otra que define la salida) de un tejido de poliéster ligero, casi inexistente, blanquísimo, cuelgan del techo, como también lo hacen una serie de micrófonos dispuestos para registrar el sonido ambiente de este laberinto. El paseante, más que espectador, del recorrido elíptico, inmersivo, desconcertante, puede escuchar, en su interior, la banda sonora compuesta por todos los sonidos grabados hasta el momento. El registro de cada día se superpone sobre el anterior de modo que los sonidos más antiguos quedan reducidos a la calidad de un murmullo –contribuyendo a la sensación de inmersión que favorece el envolvente tejido blanco. Así, el inherente aspecto preformativo y participativo de la pieza supone la confrontación entre elementos de diversa naturaleza –que a su vez hacen a uno darse cuenta del espacio en torno a sí y de su volumen.

En esta intervención destinada a hacer perder toda referencia, pues no parece tener un adentro o un afuera sino sólo recorrido, un estar y no estar, se plantean diferentes sensaciones sensoriales que a su vez favorecen otras más complejas, emocionales. Según Carvalhosa, las diversas experiencias del espectador surgen al intentar éste comprender lo que está pasando a su alrededor, por dónde ha de caminar, cómo seguir, qué está escuchando, qué hay al otro lado –si es que hay, acaso, otro lado. Al no saber lo que está ocurriendo, uno debe detenerse a escuchar y mirar más, en un esfuerzo por estar presente. En un presente atravesado, sin embargo, por la acumulación de todo aquello de lo que la pieza ha sido testigo ya. Sin referencias, uno se proyecta sobre el casi místico espacio definiendo así su propia vivencia de la instalación. (No por casualidad Carvalhosa confiesa ser católico.) Sin embargo la experiencia, tan eminentemente frágil, puede desvanecerse en ocasiones frente al bullicio inherente en un museo de tal magnitud, influyendo en el “recogimiento” propuesto por el artista.

Añadiendo otra capa sonora a la instalación han sido programadas performances musicales semanales (entre el día 8 de septiembre y el 10 de noviembre). Anunciadas a último momento podremos escuchar a Lisa Bielawa, David Crowell, Jon Gibson, Philip Glass, Carla Kihlstedt, Michael Riesman, Mick Rossi y Andrew Sterman.

Carlito Carvalhosa nació en 1961 en Brasil, donde es uno de los más eminentes artistas del momento, conocido por sus monumentales intervenciones. Ésta es su primera muestra en un museo estadounidense y llega “ocupando” sutilmente pero con firmeza.