Carmen Ramírez

en 13 Jeannette Mariani, París

Por Patricia Avena-Navarro | noviembre 02, 2011

Cuando se franquea la puerta de entrada a la exposición, es imposible sospechar el dialogo visual que se establece entre el conjunto de obras y el visitante. Bajo el título de “Cuerpos desdoblados”, se presentan frente al espectador algunas de las piezas más reveladoras de Ramírez. Vestiduras que se abren y se ocultan, vacías pero llenas de significación, esperando ser llenadas por los que observan, conjugan una búsqueda en común: el planteo de una práctica dirigida al autoencuentro como contradicción del desencuentro y la crisis como proceso necesario y unipersonal para comprender y aceptar la alteridad. Una reflexión hacia el conflicto comunicativo al que se enfrenta el hombre contemporáneo y la imposibilidad de crear vínculos esenciales y verdaderos, cuestionando el transcurrir cotidiano como una experiencia virtual e inmediata.

Carmen Ramírez

Al observar esos seres en tela, esas siluetas extrañas, al mirar esos intrigantes personajes sería interesante abandonarse e interrogar la obra de Ramírez. ¿Abstracción? ¿Figuración? ¿Un sueño, una pesadilla o una realidad? ¿Un paraíso aureolado de bondad o un purgatorio de almas desorientadas? Difícil de imaginar, pues, el trabajo de esta artista, inclasificable, resiste a toda forma de análisis sensato. Para comprenderlo, ¿debe uno dejarse guiar por las emociones y dejarse absorber por su mundo de belleza? ¿Y aceptar de turbarse dentro de un universo que se arma y desarma a cada instante, a cada mirada?

Repartida entre sus actividades de maestra y artista, ha inventado una obra personal, donde la dimensión del tiempo es fundamental y actúa modificando el pasado desde el presente y viceversa. Hay un aspecto ritual en sus tejidos, producto de una vivencia de infancia rodeada de una familia de inmigrantes, donde recuerda casi como curiosidad la prevalencia matriarcal de las mujeres (abuela, tías, madre), compartiendo la rutina de la costura. Desde esta memoria, la obra intenta descubrir el tiempo para conectarnos en un encuentro privado entre el yo y el otro que transcurre a través del rito de la costura, una tarea solitaria, femenina y complementaria, casi chamánica. Así, su trabajo se transforma en una liturgia de encierro que denuncia, declara y revela desde su formalismo mudo-silencioso, un ser oral y parlante para quien quiera escucharlo.

Sus piezas son “cosas”, resultado visible de la huella “de lo que queda”, de un trabajo explorador. Obras que llevan la fragilidad de su génesis, los recuerdos y símbolos en filigrana, que condensan, en ellas, el tiempo dilatado en una infinita sucesión de lapsos que se expresan al unísono, no distinguiendo entre presente, pasado y futuro. En un intento por emancipar los recuerdos, su gesto deviene situación de escape y su obra se transforma en idea, inquietud y pensamiento.

Considerando la tela como el receptáculo de ese universo, organiza los enlaces, compone un elemento-objeto y crea así una obra. Matriz indispensable, la tela le permite generar un panel de piezas que expresan en sus búsquedas, la fuerza, la belleza y la violencia de lo viviente. Es posible percibir su trabajo como una cierta resistencia, en un mundo saturado, incoherente, en perpetuo movimiento. Intimista en su obra, no teme aferrarse a materiales y formas que la llevan a una marginalidad, abordando temas que despoja hasta llegar a la esencia misma de la condición humana. Ramírez observa y escucha el lenguaje de los hilos, lo que le transmiten; así, antes de obrar, traza y delimita lo invisible. Persigue la aparición de una presencia que se ofrece como una ausencia. Flirtea con el mutismo y el olvido, con lo invisible del espacio que guarda esas formas.

Su lenguaje plástico propone una mirada al revés de las convenciones sociales y enfrenta las cosas con el problema del tiempo humano, llevando al espectador más allá de una simple confrontación. No se trata solamente de construir imágenes que convocan lo real, sino de mostrar que la realidad de la imagen es el acceso a lo real, donde toda figuración es la voluntad de una trascendencia. Carmen Ramírez invita a descubrir sus testimonios de un universo melancólico; entre proyección mental y reflexión sobre lo visible/invisible, muestra la complejidad de los seres humanos tomadas en un instante denso y fugitivo.