Carola Bravo
The Screening Room, Miami
Las video-instalaciones de Carola Bravo en We Are Where We Are Not me evocan un momento fundacional en la historia de este género, que no tuvo lugar en el campo del arte sino en la literatura. Me refiero a La Invención de Morel (1940), el magistral relato en el que Bioy Casares idea una máquina proyectora de imágenes que perpetúa la presencia del cuerpo en el espacio y materializa la idea del tiempo circular, pero a costa de angostar al extremo esa línea que separa la realidad de la ficción.
En lugar de la memoria de haber estado en un lugar surge la posibilidad un modo de apariencia –y aparición– tan perfecta que puede suplantar lo real, y que hace posible repetir una y otra vez los mismos actos sin que el devenir del tiempo y las circunstancias puedan ya afectarlos.
Cito del texto un fragmento de Bioy que podía ser la descripción técnica de la obra de Carola: “Estas paredes (…) son proyecciones de las máquinas. Coinciden con las paredes hechas por los albañiles (son las mismas paredes tomadas por las máquinas y después reflejadas sobre sí mismas). En donde yo he roto o suprimida la pared primera queda la reflejada. Como es una proyección, ningún poder es capaz de cruzarla o suprimirla”.
Las videoinstalaciones de Bravo, creadas a partir de la proyección de su cuerpo en la misma de escala y en el mismo espacio real donde originalmente se hace filmar a sí misma, provocan una experiencia de inmersión a partir de una dislocación del tiempo, de una superposición de momentos que juegan con la ausencia y la presencia, creando un interregno entre ambas instancias. La artista prolonga la ejecución de un gesto primordial a cambio de que su presencia fantasmagórica suplante a la real.
La proyección tiene una dimensión auto-reflexiva, especular, del acto artístico que se ejecuta incesantemente, en un continuo de tiempo circular construido a partir de las líneas con las cuales su cuerpo se apodera del espacio, de las escaleras –reales o proyectadas- que usa indistintamente para reforzar la ilusión de presencia. La obra supone un continuo retorno a su propio origen, y da una forma de perpetua realidad a una fantasía artística.
Marc Augé, el antropólogo que planteó la discutida noción de los no-lugares, afirmaba: “Ciertos lugares no existen sino por las palabras que los evocan”. La propuesta Bravo es una continua reificación del espacio a través de la proyección de las imágenes que lo evocan. Así, la artista ensancha las exploraciones acerca de la posibilidad de que los espacios pudieran guardar una suerte de memoria de las acciones que se han realizado en ellos constituyendo así un tipo de arquitectura subjetiva. Es decir, un modo de pensar las construcciones que contiene la suma de los actos ejecutados en un interior, a modo de un mapa del lugar que se superpone a éste.
No en vano, otra parte significativa de la obra de Carola son los mapas subjetivos que se superponen a las paredes o al suelo del espacio. Toca al espectador elegir el modo de entrar en un espacio donde se han borrado las fronteras entre el cuerpo y su representación y donde se ha instaurado un dominio en el que el acto artístico arranca al espacio de su tiempo habitual y lo sitúa en un modo de eternidad que paradójicamente no puede existir sino en ese preciso espacio marcado por el acto creador. El lugar ya no está en lo tridimensional, sino en la intersección entre éste y un modo de materialización de la memoria.