DELIA CANCELA EN EL MUSEO DE ARTE MODERNO DE BUENOS AIRES
Al ingresar a Delia Cancela. Reina de corazones, exposición curada por Carla Barbero en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, somos recibidos por una pintura de contornos curvos. Hacia adentro, grandes planos de colores primarios oprimen un rostro con ojos absortos; hacia afuera, esos planos empujan contra los bordes como una nube en el instante previo a perder su contorno. En Mujer y nubes de 1965 convergen la síntesis formal de una figura pin up y los efectos de la ensoñación anotados, con signos estereotípicos, por una conciencia camp. La pieza realizada en coautoría con Pablo Mesejean fue quizás elegida para la posición que ocupa por anudar tres líneas tenaces en la producción de Cancela: la cultura visual de masas, las representaciones de la femineidad y la fantasía visualizada como una fuerza en expansión.
Todo lo que vemos en esta muestra es arrastrado por esa fuerza hacia el lugar ingrávido de una rêverie. No solo los astronautas que flotan dentro de Love and life, reconstrucción histórica de la instalación presentada en 1965 en Galería Lirolay o Sonny and Cher, escena de distensión bucólica que se encarama a una nube para alejarse de las preocupaciones pedestres. Son expansivas las series de figurines en su variación sobre un mismo motivo y lo son por su recurso al primer soporte a la mano los dibujos que componen la instalación Retratos de mujeres. En cada imagen hay una potencia fantástica que amplía el espacio al disgregar las formas que lo retienen. Fantasía entendida en su acepción clásica de imagen aparente: el conjunto de pinturas de los años sesenta que remiten por el formato y la técnica al cartelón publicitario comentan la realidad fantasmagórica de la mercancía. Fantasía, por eso mismo, como inscripción imaginativa sobre la memoria: menos una denuncia de los mass media que su rememoración como imagen mental. Pero sobre todo en el significado romántico que opone la producción fantástica a la ratio, la mentalidad calculadora. De allí el impulso que arroja las cosas en contra de lo previsible: en el colorido de los bocetos, en un grupo de libros envueltos en tela y privados de su función.
Delia Cancela suele recordar que sus obras están entrelazadas por una inquebrantable continuidad, la misma que las integra a la vida de todos los días. Ese continuum transforma cada pieza en la cristalización parcial de una única obra, la verdadera, que se despliega envolviéndolo todo con un gesto vital. Por eso no distingue entre arte y diseño: el boceto tiene rango de obra mientras que la obra es también un proyecto que espera su actualización de la vida. Y lo que atraviesa el diseño para llegar al arte no es el ademán totalizador de las composiciones, sino la potencia para conectar regiones vitales. No hay grandes gestos que remitan a la administración del espacio o la configuración material de una idea que comienza y termina. Es una obra que hace cualquier cosa menos insistir sobre sus propias fronteras: compone planos de existencia por proliferación de detalles –lo vemos en sus dibujos de un romanticismo victoriano-, por enloquecimiento del zurcido, la línea o el color.
La imagen de obra que Delia Cancela promueve resuena con el programa que los primeros románticos llamaban poesía universal progresiva, un movimiento que convoca en su marcha reflexiva todos los géneros y los lenguajes; que se detiene en los límites de la forma solamente para desplegarlos y devolverlos a los pliegues infinitos de la cotidianeidad. La audacia de esa concepción se observa de forma especial en las producciones de las últimas décadas: colecciones de dibujos que no ostentan la evidencia de un corpus sino que emergen como la sumatoria de gestos tenues. En esta producción Cancela nos muestra un modo de la utopía alternativo a las expresiones enfáticas de los años sesenta, pero no por eso menos radical. En el umbral de lo perceptible, convoca la práctica leve de un oficio que va componiendo series siempre prolongables de imaginación.