Damián Ortega: El cohete y el abismo Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid
Ortega presenta tres elementos con una fuerte carga simbólica, tanto por su naturaleza como objetos como por la temporalidad que representan.
Interesado por la crítica sobre los elementos sociales y económicos de las últimas décadas, Damián Ortega (Ciudad de México, México, 1967) propone en su intervención en el Palacio de Cristal diversos puntos de partida para un discurso que aúna procesos constructivos y de confrontación. Se trata de una realidad que involucra a la historia como un desarrollo complejo y que empleará como base para una alegoría de la decadencia humana, del nefasto afán de acumulación y del desarrollo exagerado, masivo, que se convierte en ocaso tras un breve periodo de tiempo.
Para hablar de ello, Ortega presenta tres elementos con una fuerte carga simbólica, tanto por su naturaleza como objetos como por la temporalidad que representan. Torre Latinoamericana toma su nombre del edificio creado por Augusto H. Álvarez en la capital federal mexicana en 1948 y que rápidamente se erigió como uno de los más reconocidos emblemas del Movimiento Moderno. El artista lo reproduce en cuero, lo invierte, lo llena de arena y lo cuelga del centro de la cúpula del Palacio de Cristal convirtiéndolo en un gran péndulo. Así, el impulso al que se le somete intermitentemente hace que la arena se vierta registrando el propio movimiento sobre el suelo. Más allá de la contraposición de los materiales empleados en el referente y en el resultado, es clave comprender en esta pieza la importancia del final y decaimiento de ese periodo arquitectónico.
Es el concepto de decadencia el que nos va a llevar a Los pensamientos de Yamasaki, otro de los puntos que llevarán a entender la visión del artista sobre la confrontación social, la ruina y la temporalidad. Partiendo del proyecto urbanístico Pruitt-Igoe, en la ciudad de San Luis, Misuri, y una investigación posterior sobre los procesos y la historia de uno de los mayores fiascos sociales en los Estados Unidos de la posguerra, Damián Ortega realiza una instalación-cómic en la que confluyen elementos escultóricos y trabajo gráfico. Tras su construcción en los años cuarenta, Pruitt-Igoe sufrió una rápida decadencia que acabó con la demolición total de sus treinta y tres edificios pocos años después, convirtiéndolo en un paradigma del fracaso de la arquitectura moderna y con el teórico Charles Jenks planteándose cuestiones sobre ese “sorprendente aspecto de la vida moderna, en el que el idealismo social lleva tan rápido a la catástrofe social”. El diálogo entre la narrativa ficticia basada en textos de esa investigación y los objetos cotidianos de la época adquiridos en rastrillos nos lleva, inexorablemente, a ahondar en la temporalidad, la moda, la obsolescencia y en cierta banalidad, todos ellos conceptos clave de la posmodernidad.
El tercer punto sugerido parte de Monumento, un enorme Titanic blando –de nuevo la contrariedad en la materia- de trece metros suspendido del techo, producido en lona y decorado con lápiz de cera y tinta de plotter. El buque se congela en su precipitación al abismo, momento inequívoco de un doble hundimiento, el que va más allá del físico aludiendo directamente también al fracaso de un experimento que ha llegado a su fin mucho antes de lo esperado, exactamente igual que las piezas anteriores, todas ellas recuerdos y homenajes a la decadencia y a la temporalidad.