Daniel Otero Torres
Galeria Marine Veilleux, París
A primera vista, los dibujos en lápiz de Daniel Otero Torres (Bogotá, 1985) alegran y maravillan. Muy precisos, de trazados finos y de un realismo sorprendente, nos invitan rápidamente a su mundo.
El corpus de dibujos sobre papel y metal recortado conforma la primera exposición individual del artista colombiano en la galería Marine Veilleux a pocos pasos del famoso Museo de arte moderno Pompidou.
El Encuentro (acuarela y lápiz sobre papel, 2012) del blanco-europeo con los indígenas de piel roja y negra reemplaza irónicamente el tradicional descubrimiento. Unos indígenas en miniatura pintados de color, aparecen tras una larga mirada sobre una superficie de papel blanca inmaculada. ¿Cómo verlos sin lupa?
¡Acérquense! Más, un poco más y algo verán.
Son preciosos, tratados como joyas a pesar de ser “salvajes”. Podrían figurar en un gabinete de curiosidades.
Son indígenas de tribus amazónicas aisladas, que el artista espigó en fotos de prensa. Fueron descubiertos por helicópteros brasileros en el año 2009 entre la frontera de Brasil y Perú. Ignoramos su nombre y su idioma. Sus cuerpos están pintados, llevan taparrabos, lanzas, arcos y flechas. Nos están apuntando, nos
están observando fijamente. Nos estamos mirando.
Sin estar en ninguna parte, están ellos y el papel. ¿Qué frontera hay entre estos individuos y nosotros sino la de la diferencia de escala? No importan las referencias espacio-temporales, lo que más importa aquí – nos dice el artista – es el momento del encuentro. El intercambio de miradas dice mucho sobre la relación con el otro; la relación de dominación.
De la misma manera, esta reflexión continúa en el sótano con una escultura de metal dibujada en lápiz que representa un indígena que nos está filmando. Aquí la situación se invierte: el observador se convierte en el observado.
Frente a la serie del Encuentro, avanza - inmóvil - un hombre que carga cajas, paquetes, bolsas, un hombre sentado en una silla y un caballo (Sin titulo (Portador), lápiz sobre papel, 2013)! Parece un Equeco. Solo que la divinidad de la abundancia andina aquí no es el portador sino un explorador-colonizador. Joven y vigoroso
se deja llevar –¿por qué senderos?– a la espalda de un hombre de quien apenas distinguimos la barbilla. El peso lo sumerge. Este paquete quimérico está atravesando la anchura del papel blanco. Aquí tampoco hay referencias espaciales. La reflexión, sola, se concentra en cierto esquema de relación humana que es absurda.
Dibujo tras dibujo se revela una ironía sarcástica. El alcalde de Toronto, Rob Ford, se liberó del papel (Ford, lápiz en metal, técnicas mixtas, 2014). Su barriga adquirió volumen en una lamina de metal abombada. Su risa apática rompe los tímpanos. Tanta ridiculez en un mundo al revés: es un anti-héroe.
En el mundo de Otero los animales exóticos como el loro o el tucán son domésticos, extraídos de su entorno natural. No sabemos si están muertos o dormidos. Solo el perro tiene vida y a pesar de acabar de destrozar ferozmente un sillón nos provoca con una mirada burlona. En estas imágenes las aves están sostenidas por seres humanos, unos verdugos amputados - definidos con el borrador.
Seductora, la decadencia apuntada por Otero lleva traje de gala.