Douglas R. Rada

LA REFLEXIÓN RADICAL

Por Ramiro Garavito | marzo 14, 2011

Se podría afirmar que el arte actual, desde el ámbito de la visualidad, se encuentra en un punto en el que es posible distinguir dos tendencias: una marcada por el espectáculo y su propensión a crear una estética efectista y deslumbrante sobre la base de formatos grandilocuentes o tecnológicos; producto de una cultura visual dominada por el consumo y la prisa, los espectadores se ven sumergidos en una existencia pasiva, reducidos al único gesto “activo” que les queda: consumir. En una sociedad de consumo privilegiar la imagen sobre el pensamiento, no sólo es más convincente sino también más conveniente, “una imagen vale más que mil palabras” y además evita reflexionar. Esta fascinación exacerbada por lo meramente visual, se ha infiltrado en las bienales y está haciendo que la creciente bienalización artística en el mundo tienda a convertirse en una banalización estética del mundo. El efecto de espectacularidad, que algunos artistas y curadores consideran una estrategia de visibilidad, es en realidad un recurso propio del sistema capitalista que en el arte no hace sino enmascarar la ausencia de realidad o escamotear su posible densidad conceptual.

Shadow and shadow. Mural drawing. CC Puebla, Mexico 2002. Sombra y sombra. Dibujo en el muro. CC Puebla, México 2002.

La otra tendencia refleja mejor la naturaleza histórica del arte contemporáneo o al menos muestra una potencialidad mayor; aquí la obra manifiesta un tipo de perspicacia capaz de decodificar/recodificar la realidad o cultura que reflexiona sin detenerse en el medio material empleado, y en el que la imagen, la visualidad pura, ya no existe por derecho propio. Esta característica es tal, que le otorga al arte una relevancia frente a la filosofía académica, no en términos de especulación sistemática por supuesto, sino en un nivel crítico/cognitivo. Es cierto que lo visual todavía nos informa para que una obra de arte nos transmita lo significativa que es, pero ya no es lo más interesante.

Sin embargo, este modo hacer el arte, conlleva una doble dificultad en su recepción: por un lado, exige del espectador, a partir de Duchamp, una actitud activa, reflexiva, escasa por cierto, en la sociedad de consumo visual que vivimos, y por otro, la obra se muestra poco atractiva para unos sentidos acostumbrados al lirismo formal y la seducción sensorial: ella es parca y austera, propio de lo que busca lo esencial y evita las redundancias y las formas innecesarias.

Un ejemplo remarcable de esta clase de obras lo encontramos en el conjunto de piezas de la obra de un artista boliviano, cronológicamente joven, pero lo suficientemente maduro artísticamente como para proponernos una obra liberada del vacuo resplandor del ornamento inútil; se trata de Douglas Rodrigo Rada. Su trabajo se encuentra desplegado entre el dibujo, el objeto, el video, el performance y la pintura, sin embargo, su propósito conceptual, esa necesidad de concentrar el sentido y el significante sobre cualquier otra cosa que pueda ser utilizada para ese fin, se ha ido decantando en el uso del dibujo, del objeto y del video principalmente.
Si bien la actitud de trabajar con significados más que con formas y colores es una premisa que caracteriza a los artistas actuales, hay una cierta radicalidad en el modo como D. R. Rada asume esa tarea. Ciertamente el dibujo no es un en-si autónomo significante, pero como medio define en sí mismo una capacidad reductora, que el artista aprovecha convenientemente, no sólo para esquematizar la complejidad, sino para construir un proceso reflexivo que fija ideas y formas de modo permanente. Son miles los dibujos de Rada que atestiguan esa capacidad procesual antes de que se decanten en una pieza artística.

El blanco y negro, ya sea como dibujo o mancha, no busca una economía de medios o una estrategia de carácter gráfico, sino que claramente responde a la necesidad de esquematizar esencialmente el parloteo incesante y confuso de la realidad; usar el mínimo de material para obtener el máximo resultado posible, es, más que un postulado minimalista, una actitud de eficacia no solamente en el arte sino también en la vida.

Los dibujos de D. R. Rada se asemejan a los austeros trazos en negro de los artistas zen, en tanto que éstos también se refieren al “esqueleto” esencial de la realidad; ambos hacen filosofía por medio de formas preceptuales reflexivas.

Sin embargo en Rada, a diferencia de aquellos, la realidad aludida es la realidad humana; es el hombre que reflexiona sobre sí mismo (interno Dib), para comprobar que su naturaleza es una construcción cultural más que ontológica, pero se nos muestra bajo la forma de la deconstrucción.

Así como E. M. Cioran acomete con fría lucidez, el desmontaje de las verdades y los valores más preciados de la especie humana despojándolos de cualquier piso conceptual o metafísico que pudieran justificar su existencia, la obra de Rada asoma reiteradamente como la deconstrucción lúdica, ciertamente pesimista y claramente posmoderna, de una determinada racionalidad cotidiana, estereotipada, que ha plantado sus certezas y su seguridad sobre la creencia del hombre como una verdad concluida. Con algo de cinismo Rada parece jugar parafraseando, con aquella idea de Spinoza que dice, “nunca podremos saber de lo que es capaz el cuerpo humano”.

En efecto, la realidad a la que hace referencia la obra de Rada no es la de la naturaleza, sino aquella, humana, que se ha ido construyendo a partir de su propia pretensión, absurda y trágica, de diferenciarse con la naturaleza, y la infructuosa intención de dominarla (jinete Dib). Para sí, el ser humano es siempre una posibilidad infinita desde su obsesión por querer ser otra cosa sin haber sido antes algo. Desdoblamiento infinito, tautologías identitarias infinitas, artefactos infinitos, de todos modos, esa infinitud colapsará perennemente como deficiencia, como desgarramiento, como carencia que precisa de una ortopedia (ciclista Dib), y no obstante, esta corrección es insuficiente, o peor aún, toma la forma de un nuevo padecimiento (amputado Dib). El hombre pretende crearse así mismo, pero este propósito nunca es completado porque tampoco es dueño de su destino (Pelota Video).

Incierto y auto despojado de la naturaleza donde pudo haber encontrado su certeza, su identidad y su hogar, al ser humano no le queda sino inventarse y construir su propio hogar, sus propias certezas o artefactos, pero estos no son más significativos que un paliativo efímero, es mas, la obra humana es un trabajo infructuoso, inevitablemente destinado al fracaso: su esfuerzo construye en un lado, pero al mismo tiempo socava en otro; es la historia de toda industria.

No obstante la ausencia de utopía, idealismo o romanticismo en la obra de Rada (escalera al cielo objeto), ésta es, desde su concepción, no sólo un comentario perspicaz y sin concesiones acerca del hombre posmoderno, sino una manera de entender el arte desde la reflexión radical, liberado de las exigencias del mercado y de los “buenos modales” de una estética visual cada vez más espectacular y mediocre cuanto menos reflexiva.

Perfil:

Douglas Rodrigo Rada (Lp Bol 1974) Ha participado en Exposiciones en diversos países como Australia, Chile, España, EE. UU., Brasil, China, Argentina y México. En 2003 participó en el programa de residencias de APEXART- Nueva York, EE. UU. En 2005 fue ganador del Primer Premio de la Bienal SIART en Bolivia, En 2008 participó en la residencia BATISCAFO en La Habana, CUBA, y en la exposición VIDEOARDE, Centro Cultural Español, México DF; en 2010 exhibió en la Galería MORO en Santiago de Chile, en “BOLIVIA Los caminos de la escultura” en la Fundación Simón I. Patiño y en la residencia URRA, Buenos Aires, Argentina.