Edgar Negret

Congreso de la República, Bogota

Por Juan Pablo Zapata | marzo 24, 2011

Colombia rindió homenaje al maestro Edgar Negret en sus 90 años de vida en el Capitolio Nacional. Una impresionante serie de obras suyas se enseñorearon por diversas salas y pasillos del emblemático edificio del Congreso de la República.

Navegante, 1965. Aluminum sculpture. National Museum. Escultura en aluminio. Museo Nacional. Photo courtesy of/ Crédito y cortesía Juan Pablo Zapata Santos.

El escultor nacido en Popayán, departamento del Cauca, en 1920, fue el introductor de la escultura moderna en este país con sus míticas esculturas con la simetría mágica, el juego del espacio en permanente metamorfosis, el uso de láminas de aluminio, tuercas, tornillos y un colorido sobrenatural que fusiona con una perpetua reflexión sobre el pasado y el presente caracterizada porque el rescate de temáticas prehispánicas elude el exotismo indigenista. Así surgen sus flores, cascadas, soles, lunas y estrellas, mariposas, templos, puentes, máscaras, espejos del agua, o eclipses en formas metálicas azules, rojas, amarillas.

Espíritu barroco nacido del barroco, sus esculturas transmiten una especie de sonoridad silente: son máquinas que detienen en el tiempo, objetos únicos en el desierto de las nimiedades. El conjunto de una obra hecha intuiciones que fueron dando por resultado ese mítico lugar en el espacio, vinculado a una vida íntima en la que, como Rilke aprende del silencio y de la soledad en el refugio de su taller, a develar el misterio. Allí donde el universo se encierra en una mítica caja, el escultor –heredero de Praxiteles, de los talladores de catedrales, de los orfebres precolombinos- trabaja en el silencio de la piedra o del aluminio frío, y deja como legado nuevas piedras, para un paisaje lunar.

Cada escultura lleva la mecánica del mito convertida en poética de lo estético, donde los elementos utilizados, tuercas, láminas, color, se trascienden a sí mismos para convertirse en eso otro, que evoca el artista, con la terca seguridad de quien atornilla un pedazo de eternidad en el infinito. Porque todo en Negret es ansia y plenitud por lo bello. Pero se trata de una belleza que resulta de numerosas experiencias de revelación: lo mecánico aprendido en sus viajes a Nueva York, donde chocaba su ambiente natal, colonial, con la urbe por excelencia del siglo XX; de su encuentro con los escultores vascos, que cargan en las manos las huellas de un universo muy antiguo; de los rituales navajos de pintura con arena; entre tantas otras sucedidas hasta el descubrimiento de andamiaje andino, de su sangre inca. Negret cumple en ese vasto ritual –de iniciación en otros mundos tanto como de inmersión introspectiva- un aprendizaje que lo lleva a reelaborar toda la argamasa de la experiencia y a descubrir una razón de ser y un modo de esculpir que encuentra su plenitud en el mestizaje cultural y estético.