Eugenio Espinoza + Andrés Michelena

CCE, Miami

Por Adriana Herrera Téllez | agosto 29, 2013

Este proyecto en tándem se planteó a través del diálogo de ciertos cuerpos de la obra de dos artistas venezolanos de distintas generaciones: Eugenio Espinoza (n. 1950) y Andrés Michelena (n. 1963). Pero en rigor movilizó el hilo de continuidades y discontinuidades que anudaron y subvirtieron el modernismo en Venezuela, como eco de la gran corriente por la que transcurrió el siglo XX.

Eugenio Espinoza + Andrés Michelena

El semiólogo Roc Laseca articuló esta exhibición en tres verbos – recordar, disponer, resistir – que reflejan su propia metodología de construcción y deconstrucción a partir de la memoria del proyecto trunco de la modernidad en Venezuela, de la certera apropiación del espacio como contenedor de múltiples juegos de disyuntivas, y de un tanteo teleológico sobre la resistencia discursiva.

No está el legendario Impenetrable (1972) de Espinoza que a su modo planteaba un desacato, una desmitificación de los penetrables de Soto, subvirtiendo además con una impropia flexibilidad la cuadrícula, figura esencial –casi condición sine qua non- del modernismo. Pero la mayor parte de las obras exhibidas contienen el espíritu de esa resistencia.

Espinoza, más afiliado por espíritu a las retículas orgánicas de Gego, asaltó en su momento la cuadrícula que constituía el canon, el gran relato de un arte que aspiraba a deshacer con la pureza formal, cualquier contaminación con la vida y sus significados. Basta ver la inmensa tela del trabajo in situ The Exhibitionist (2013), colgada a modo de un traje en un perchero puesto en la pared, desde la cual se desgonzan las líneas negras entrecruzadas en 90 grados; o pasar por el suelo de la sala principal, caminando sobre el liencillo de la retícula dispuesta en Modern Negative (2006) para ser pisada, para comprender la índole de la deconstrucción de la cuadrícula –hasta cierto punto una memoria opresiva. Ahora está sensualmente extendida sobre espacios enormes para contagiarla con la vida.

A su vez, Michelena, extiende ese diálogo con el modernismo y su deconstrucción que ya estaba a sus espaldas cuando inició su trayectoria, con obras de pequeños formatos y con una actitud menos iconoclasta –ya no quedaba nada por derrumbar- y lúdica. Muchas piezas fueron fabricadas partiendo de muebles de IKEA –epítome de la modernidad al alcance de todos-. Sobre las superficies cuadradas –alineadas en la pared o en el suelo- pintó en acrílico trazos que aparentan gráficas mecánicas. Pero esas figuras geométricas en formación de la serie Countervision (2013) de cerca revelan la “imperfección” del trabajo manual y la vulnerabilidad del gesto. También instaló las patas de madera aglomerada a modo de gestos de apropiación del espacio que están en juego con el cuadrado. En Lack Off-2, la superficie cuadrada aparece pintada de negro, parada sobre el suelo, y los blancos listones dispuestos en trazos inacabados forman sin tocarse una intersección, un campo activado por el precario equilibrio del cuadrado y la línea incompleta del cuadrado.

A un lado de la inmensa cuadrícula colgada -¿un abrigo del que uno puede despojarse?- de Espinoza, está otra pieza de Michelena con listones de madera que podrían haber conformado una estructura rígida, más acomodada a las expectativas de la pieza geométrica, y en cambio descansan sobre el suelo sugiriendo otras formas posibles, una potencialidad reconstructiva.

Laseca dispuso las piezas creando una obra abierta en donde podrían entrar –y de hecho entran- el cuerpo y la memoria de muchas piezas. Nos sitúa ante la modernidad deshecha, rehecha, convertida en material de incesante deconstrucción pero al fin y al cabo en una forma lúdica, abierta, flexible. Tal vez, después de los grandes relatos nos queda la levedad de la continua reinvención. La exhibición conformó en cierto modo una meditación en el presente, el eco de algún modo de habitarlo sin grandilocuencia, pero desde la responsabilidad de rehacerse instante a instante.