Flor Garduño
Thessa Herold, Paris
La fotografía se debe mostrar no sólo como una representación física de un ser o de una cosa. A través de su propia aparien- cia debe aportar un cambio a la mirada y a quien la dirige. Su primera conquista es, bien entendido, quien acciona el obtura- dor. Se puede hablar de magia, yo prefiero hablar de “miradas”. Es sobre la ínfima diferencia de la mirada de un creador y de la mirada de un aficionado que fundo mi convicción, aún cuando la magia existe.
La obra fotográfica de Flor Garduño se ha caracterizado por develar ciertas situaciones que de otra manera permanecerían ocultas e inalcanzables. Lo singular, lo poco común, lo que excita la curiosidad, a menudo ha presidido los discursos sobre la fotografía, pero en “Vestales” exposición que presenta la galería Thessa Herold es la esencia. Penetrando el espacio, el espectador no se encuentra frente a una visión clásica, ni frente a una reflexión excesiva, más bien se encuentra con una relectura estética del cuerpo y de su desnudez.
Las preguntas que plantea Flor Garduño se transmutan en respuestas al origen de la belleza. Misticismo o simple búsqueda, la foto toma una forma irracional de presencia, que la artisa revela a través de elementos simples de la vida cotidiana que a veces trasciende. Hay una estrategia común a los encuentros entre esos elementos flores, plumas, hojas, frutos y las figuras femeninas que involucra. Lo que a primera vista parece sólo circunstancial funciona casi como una meditación que le permite aproximarse al encuentro con una dimensión real del espacio que fotografía.
Es posible intuir, por la manera en como son tomadas las fotografías, que se han formado a partir de un gesto intimo, un gesto privado. Ese gesto, permite a Garduño construir una imagen cargada de sentimiento que le confiere una visión muy personal del desnudo. Ningún efecto de encuadre exagerado invade la imagen, sólo los contrastes de negros y blancos permiten que trascienda la inmediatez del cuerpo. Sin privilegiar el detalle, sin efectos especiales, ni flash llamativo que estalla sobre los rostros. Frente al objetivo, sólo los cuerpos desnudos, que aparentan abandonarse con una total sencillez, dialogan entre sí, a través del poder sugestivo de la imagen.
El desnudo, pese a la connotación clásica, que se le atribuye a esa palabra, es un sujeto como otros, ni más ni menos académico, ni más ni menos original. Sin embargo, la artista, apropiándose de esa imagen universal, pero de una forma contemporánea, crea una escenificación en donde armonía y rigor plástico dialogan con las femeninas figuras de sutil elegancia. De una estética de extraña e inquietante sensualidad, cada fotografía, en blanco y negro, se abandona a su propia individualidad e invita a una experiencia de inédita contemplación. Como Julia Margaret Cameron, pionera de la fotografía desde los primeros tiempos, las mujeres, por su naturaleza humana, por su condición en la sociedad, han propuesto un punto de vista diferente sobre el mundo. Flor Garduño induce al espectador hacia una fotografía moderna, de nuestro tiempo, alimentada de múltiples referencias que han atravesado los siglos.