Graciela Iturbide
MAM Mexico, City
El Museo de Arte Moderno exhibe desde el 2 de abril y hasta el 19 de junio la que ha sido considerada como primera muestra retrospectiva de Graciela Iturbide en México, con fina curaduría de Marta Dahó y patrocinio de la Fundación MAPFRE. La exposición, con una cuidadosa y elegante museografía, reúne obras realizadas entre los años 1969 y 2008. Es una muestra suficientemente completa, sin ser agotadora, que permite reco- nocer los mejores momentos en la fructífera carrera de esta autora y pone en primer plano el valor de la obra misma, sin excesivas pretensiones curatoriales. En la muestra hay algunas fotos poco conocidas, pero podemos encontrar varios de los íconos que identifican a Graciela Iturbide, dejando que se aprecie su maestría como fotógrafa, su talento como artista y la seductora calidad visual de sus impresiones.
Con formatos discretos y soportes amables, las impresiones de Iturbide exhiben una riqueza tonal exquisita. Su gama de grises se acerca casi siempre más al negro que al blanco, lo que da mucha calidez a las imágenes y las hace más ricas en matices y texturas. Ella posee mucho más de lo que suele calificarse como “buen ojo”: una capacidad extrema para conectarse con su entorno y para hacer sentir que el mundo, tal como ella lo foto- grafía, es una extensión de su propia sensibilidad.
La exposición tiene como preámbulo cuatro autorretratos rea- lizados en 1991, 1993, 1996 y 2003 respectivamente, pero la retrospectiva propiamente comienza con las fotos de la serie Seris: Los que viven en la arena, un proyecto que realizó Graciela en 1979, en el desierto de Sonora, en donde ya apare- ce con todo su dominio del lenguaje fotográfico, como una magnífica retratista y con un excelente control de las relaciones entre los sujetos y los espacios. A esa serie pertenece la famosísima Mujer ángel, una de las más sugerentes fotos realizadas por esta autora. En orden cronológico le siguen Juchitán (1979-1986), una de sus series más conocidas y a la que pertenece Nuestra señora de las iguanas (1979), y la serie En el nombre del padre, de 1992, que es una representación apoteósica y directa del sacrificio, como metáfora y confirmación de la relación con lo sagrado. Otros proyectos resumidos en la retrospectiva incluyen fotos tomadas en Panamá, la India, o la ciudad de Los Ángeles, un grupo de heliograbados con imágenes tomadas en el jardín Botánico de Oaxaca, y una selección de fotos de la serie El baño de Frida, que es un ensayo fotográfico tan íntimo que parece autobiográfico.
Graciela Iturbide comenzó a trabajar como fotógrafa a finales de la década de 1960. Fue asistente y discípula de Manuel Álvarez Bravo, y mirando bien esta retrospectiva se encontrarían detalles estilísticos que sugieren la afinidad con obras de clásicos como Cartier Bresson y Paul Strand. Ganadora del Premio Hasselblad en 2008, su obra puede ser considerada ya uno de los emblemas de la fotografía mexicana contemporánea. Y la verdad es que resulta difícil encontrar fotógrafas capaces de resumir una tradición iconográfica con tanta fidelidad y con una personalidad tan fuerte, enriquecién- dola además con los aportes de una intuición poética y una espiritualidad verdaderamente incomparables.