Guillermo Trujillo
Galería Habitante, Panama
Más allá del deleite o gratificación que siempre nos ha proporcionado la obra de Guillermo Trujillo, no ha dejado de sorprendernos la posibilidad de ofrecernos nuevas experiencias anímicas en cada una de sus incursiones en el mundo de la creación. La identificación y la empatía como formas de apropiación del trabajo artístico toman pulsaciones distintas frente a la experiencia visual que proponen sus pinturas.
Como inmensos ven- tanales renacentistas en donde la mirada se pierde en el tras- fondo de un paisaje o una danza primaveral llena de la vitali- dad y ternura, sus paneles ofrecen esa ubicuidad de la concien- cia que flota entre el sueño y la realidad. Como chamán de anti- guos rituales indígenas nos sustrae sin necesidad de brebajes o fumarolas exóticas –del entorno de la materialidad cotidiana para llevarnos a un mundo recién inventado en el cual un orden zoomorfo de nuevas hibridaciones surge libre de formalidades. Si ese escenario cromático integrado por sutiles pinceladas, lleno de intenso brillo y luminosidad, ha sido capaz de atraparnos en un juego de imprecisiones visuales, más envolvente es el cuidadoso trazado lineal con el cual da forma a un universo dispuesto por esotéricos personajes.
El uso de la línea trazo sutil, preciso y casi imperceptible es capaz de construir un complejo volumétrico sólo por la persistencia y densidad del recorrido sobre la superficie, dejando entre sus antojadizas oquedades el destello luminiscente del trasfondo que proyecta la imagen. Magia y embrujo que los maestros del quattrocento desarrollaron como trama para el logro de profundidad y que luego adquirió la densidad propia para la definición del claroscuro y que en Guillermo Trujillo no sólo es un recurso, sino también una forma singular de hacer arte.